Histórica finca en San Fernando, abandonada por el gobierno. #Noticia destacada 2014

Antigua  hacienda Zoteapa (Río Sucio) en el municipio de San Fernando. Foto: Mirador/Chiapas PARALELO

 

Los muros de la antigua  hacienda Zoteapa (Río Sucio) en el municipio de San Fernando, resguardan  orígenes de familias y de protagonistas en las luchas de Independencia y  La Revolución.

En esa quietud de valles y montañas fríos y nubosos, la casona de Zoteapa es ahora finca agropecuaria, con el perfil de  su ruinoso templo  del siglo XVIII consagrado a la virgen del Carmen, propiedad de Enrique Palacios Palacios, descendiente de una de las familias que por generaciones habitaron el inmueble.

A un costado de la carretera está la segunda casona del conjunto. Una construcción de adobes y tejas en deterioro desde hace años, cuando fue cedida a ejidatarios de aquella región  del Centro de Chiapas.

En 1941, Eugenio Palacios López, padre de Enrique, adquirió la casona de Zoteapa – actualmente de 180 hectáreas –  por 10 mil pesos plata de la época.

Con  70 años, Enrique Palacios recuerda escenarios, protagonistas y anécdotas de la Revolución, encarnadas por familiares suyos que dejaron la relativa quietud de Zoteapa para huir o enlistarse en la “bola”.

Con  70 años, Enrique Palacios recuerda escenarios, protagonistas y anécdotas de la Revolución, encarnadas por familiares suyos. Foto: Mirador/Chiapas PARALELO

 

A caballo y carabina, aquellos hombres  salieron de Zoteapa  en pos  de ideales o para salvar la vida.

“Llegué a la finca a mis doce años, donde me involucré y donde vivo a la fecha. Aquí también estuvo mi tío Joaquín Palacios, el sacerdote, quien celebraba misas en el templo consagrado a la virgen del Carmen desde 1813″,  contó.

Enrique Palacios evocó  a otro de sus tíos,  Jesús Palacios Lópezcon Los Villistas o “Mapachis’, quienes le dieron  el grado de capitán primero.

En legítima defensa mi tío mató a un hombre y huyó a refugiarse al norte del país, con Pancho Villa; “ su hermano Sinesio lo siguió, impulsado por el fervor de la Revolución, con tan mala suerte que en el primer combate, librado con Los Dorados, fue muerto a tiros”.

Al final de   La Revolución Jesús Palacios se estableció  en una casa de  Berriozábal.  Una día viajó con dos ayudantes al río Santo Domingo de  Suchiapa.

Fueron  ” a desenterrar el dinero que mi tío trajo como botín revolucionario. Ya volvían con dos mulas cargadas, cuando en la vereda uno de los ayudantes le disparó. Huyeron con la fortuna”, describió.

De Zoteapa surgió también el capitán carrancista Ausencio Maza, quien se apoderó a punta de balazos del palacio municipal de San Fernando.

Otro personaje muerto e inhumado en esa tierra, fue José María Palacios ,”El Grande”, uno de los promotores de la federación de Chiapas a México, en 1824.

Don Enrique dijo que hace 40 años, el templo a la virgen del Carmen fue declarado patrimonio nacional, pero hace 8 años se desplomó parcialmente. Antes sacerdotes se llevaron la imagen católica,  su corona de oro y piedras preciosas.

Palacios lamentó que tanto la finca histórica familiar, como el templo estén  abandonados  por el gobierno.

” Hace algún tiempo llegaron fiscales de Hacienda federal, cuestionándome si yo había derribado parte de la construcción y qué había pasado con la imagen y los objetos de culto. Me aseguraron que se harían gestiones para restaurar la obra. Nunca volvieron”, acusó.

Afuera de los muros de Zoteapa, la gente enmarca historias de amor y muerte, y leyendas de  La Revolución:

   La tarde en que el coronel Balboa murió delirante en una casa de las inmediaciones de  Zoteapa , su agonía fue una travesía interminable, transitada por  sus destellos verbales con el incesante nombre de María Esthela  Constantino.

  El final de aquel hombre, de Óscar Ricardo Balboa, fue precedido de delirios y relatos entrecortados repiqueteados, las más de las veces  en su memoria de militar circunstancial, que La Revolución sacó de su oficio de arriero pueblerino para llevarlo a la gleba y heredarle el olor de la pólvora, como emblema de la certeza de su muerte, así como el amor de  una  mujer  fascinante e inasible.

    En estas rancherías, asentadas en la carretera   de montañas, dominadas  por el túnel Muñiz, se recuerdan aún los soliloquios agónicos del coronel Balboa, la víspera de su muerte , un  octubre de lloviznas eternas.

_ No es cierto que sólo haya soñado a esa mujer, que fuera nada más criatura de mi imaginación.

_  Estuvo entre  mis brazos, untada en mi piel, tuve plena constancia de su amor juvenil cuando sus labios trazaban mis desvaríos ilusionados, cobijados como vivimos en la complicidad del miedo, huyendo por estos caminos  que fueron nuestro hogar.

     Sus  palabras se fundían en el temblor de la fiebre que le cercenaba   el juicio, postrado en su camastro de petates, bajo la luz titilante del quinqué.

   La casa de adobes desprendía el cuchicheo de los acompañantes de Balboa,  aquella última semana de estertores.

  En cuclillas escuchaban,  a trancos,  el hilillo de  sus palabras de adioses.

  Cómo Óscar Ricardo  empezó a gustarle el olor de la pólvora y los tronidos de su viejo Winchester 1894, cuando éstos se perdían en las hondonadas cubiertas de neblina.

   De cómo fue  el  amor a María Esthela, la joven que dejó la casa grande  paternal en La Frailesca, con su avenida de framboyanes y la ermita ribeteada de cal y almácigos  de gladiolos.

     Así como cuando siguió a Balboa  por  veredas  y acahuales, impulsados  por una lucha que les cuajó el alma de zozobras y desalientos.

  Aquella lucha que un mal día atrapó a la hermosa mujer liberal con la  cagalera de tifoideas, hasta consumirla en la  muerte, empotrada de retortijones bajo las frondas de nambimbos en un patio de delatora claridad lunar.

  Años después, en el octubre mortal del viejo militar, las palabras del  ex  combatiente habían perdido cualquier lucidez, y  éstas solamente cabalgaban en las veredas del delirio, al lado de su compañera de pelo azabache y  olorosa a jazmines tronchados.

   Al paso de los autos, en la carretera a Zoteapa, se  observa,  lo que dicen fue la  tumba del coronel. Es un promontorio de rocas blancas, que no guarda epitafio ni señal  de aquel  hombre que empuñó las armas por una lucha que pensó suya  y extasiado de amor por la  frailescana seductora y subyugante.

    Los pobladores hablan  de  la belleza de María Esthela en su historia de amor. De aquellas pláticas surgen aseveraciones  que aseguran que la mujer  realmente desapareció  un día en la espesura  de la bruma, que algo o alguien se la llevó; era tan hermosa, como si no hubiera sido  de este mundo, dicen.

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