Amalia: La mujer de palabra firme, se fue con el 2014
Partió en la víspera del otoño. Se fue con la fúlgida claridad del jueves de septiembre. Amalia-niña, la pequeña de la foto, en trajecito negro, inquieta y curiosa reanudó los senderos de campos florecidos donde ya la esperaban el regazo ancestral de las abuelas, los cálidos brazos de su padre, el inolvidable don Amado, otro andarín del periodismo.
Amalia ya corretea al ritmo de su risa infantil y del vuelo de mariposas multicolores. Se integra en la suavísima brisa del viento, en el rumor de los ríos está, lo mismo que en el vuelo de los pájaros que la integran, partícula tras partícula, a la plenitud del firmamento.
De esa bóveda azul y misteriosa, que nos dicen lo infinita que es, tal vez, somos tomados y forjados desde el principio de nuestro tiempo individual. Por eso casi todo es tan repentino, como la muerte y la vida misma. Así surge y así también se marcha la existencia, cualquiera que sea, en estricta aplicación de los dictados de lo incógnito e insondable.
Amalia estuvo en el tiempo de la despedida familiar, al poco del letargo que antecedió el final con la muerte compartida por la certeza de su ausencia. Enfrentó su última batalla bajo la lluvia y el frío de la enorme ciudad, Ella que ganó tantos combates por la justicia y la razón, al lado de olvidados y desamparados.
La mujer de palabra firme y escritura abrigadora e incluyente, que nunca rehusó la barricada y el fragor del conflicto junto a quienes se les robó el sueño y la esperanza, perdió al final la pelea, ésa que todos perdemos y jamás ganaremos en la aparente derrota que, probablemente, nos devuelve a la esencia del espíritu, lejos muy lejos del dolor y de la pena.
Está ya donde no existen agendas ni prisas. Quedaron atrás los cercos y los riesgos de la información, con sus canallas y rufianes del poder. Los afectos, los afanes y su amorosa inmanencia con la que entregó su vida a los suyos, a los amigos y conocidos, también quedaron aquí.
De su equipaje de vuelta a la morada original queda su testimonio de que pasó por el mundo, de que estuvo entre nosotros, caminando a nuestro lado; yéndose, preparándonos la espera.
La fortaleza verbal de su reciedumbre enternecida.
Quieres más cafecito …aquí están tu libreta y tu grabadora… … al Jeep hay que cambiarle el limpia parabrisas… Ten mucho cuidado… Esta Navidad llevaremos un poco más de pan, vino y queso a El Salvador.
Niños levántense ya, hora de desayunar para la escuela. … amárrate bien las cintas de los zapatos…. Coman que iremos a la casa de la abuela… Esta ciudad fundada punta de latigazos, debemos seguir construyéndola con respeto y tolerancia de los nuevos tiempos.
La vida es insólita tanto como la muerte. Cuesta despedirnos y perdernos en el horizonte, como la gente bajo los balcones, donde ahora Amalia, la chica de la imagen, en suéter claro, en actitud meditabunda, reflexiva y acodada en la baranda, nos retorna a sus días adolescentes en el taller-oficina de El Tiempo y La Foja Coleta en su encuentro con Elio y su historia de amor fructificada en sus hijos y el trabajo periodístico que a diario degustaron.
Ambos para tales vidas paralelas de ideales y actos que fundaron su coexistencia mutua y aceptada. Así en la sangre, como en la tinta inicial e iniciática del periodismo profesional, por tanto serio y comprometido con las causas humanas, que compartieron y, que a modo de navío, los condujo de continuo al puerto seguro de la satisfacción por el deber cumplido.
Amalia, la periodista del liberalismo auténtico, que prepondera a la persona por encima de cualquier razón, se ha ido y nos deja el legado de la lucha por la dignidad y las libertades, que como blasón familiar bruñó y abrillantó con su quehacer cotidiano.
En San Cristóbal de las Casas sigue lloviendo bajo frío porque germina en semillas de cenizas, una y otra vez , el nombre de Amalia Avendaño Villafuerte, quien renace en cada niña- mujer que alza y escribe la palabra que defiende y cobija a los desterrados del abuso y a los sepultados por la injusticia.
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