Los expulsados de estas tierras
Varón ayúdame, dame algo de comer. Vengo de Honduras, sigo el largo camino a Estados Unidos.
Cómo salgo de la ciudad y llego al bus para seguirla a Arriaga, a La Arrocera de Huixtla, pá topar a La Bestia.
Vengo de San Pedro Sula, Honduras. Me dijo.
Guardó en su mochila raída, el pan, las naranjas, el puñado de arándanos, la botella de agua y los 30 pesos recibidos.
Le dije que no comiera de golpe los arándanos, porque aflojan el chiscuy. Que aquellas, casi disecadas frutillas, no eran buenas para el viaje, así se transitara hacia los infiernos multiplicadores de la migración.
De pronto surgió la voz de uno de sus tres acompañantes, que aguardaban expectantes tres casas más adelante: “Catracho, nos vamos”.
En el filo de los dientes se me enredó el prontuario de sugerencias emergentes.
-No la tienes nada fácil, te queda lo peor que es cruzar los cercos de todos los cazadores.
– Te esperan los muros del rechazo y de la intolerancia y la persecución. Son tantos como tus evidencias de extranjero, que se te escurren de la mochila rota de migrante.
– Basta tu tono de voz, los temblores de tu miedo delator para que caigan sobre ti los lazos del Ejército, de las policías, de Migración y de la delincuencia.
– El Imperio y sus aliados, son monstruos que controlan casi todo. Lo conquistas o mueres en el intento. No hay otra.
A modo de despedida Clodoveo, el catracho, soltó:Varón que la vida te pague por este bastimento, que te colme.
Recostado en la hamaca de lo que llamo mi oficina, un galpón bajo la sombra de un caobo, rodeado de gladiolos y jazmines en flor, pienso en todos Los Clodoveos con sus incontables personificaciones y sufrimientos, que cruzan estos caminos del sur.
Copado por mis mezquindades, las palabras del catracho me resuenan incesantes : Gracias hermano.
En mi precariedad también, me pienso en aquel viajero de casi todos los trenes, con tantas muertes aguardando en cada cruce de vía.
Cuanto más vulnerable sea Clodoveo, cuanto más avispa, chapulín, insecto palo trepado en el lomo de La Bestia sea aquel muchacho, hijo del destierro y del éxodo, más frágil seré también así esté yo enraizado y protegido por todas las frondas ciertas y seguras.
En esta temporada de lluvias, veo en el barrio a Los Clodoveos. Estos hombres acompañados de escasísimas mujeres, que tocan las puertas vecinales, en el ensayo de la mutualidad adolorida, que no permea sino en dádivas y rechazos no manfiestos.
Cuántos trenes son necesarios para remolcar lagrimeadas y sepulcrales necesidades, aspiraciones y penas.
No lo sé aún, la vida es una migración de dolores que se desparrama por el mundo, me responde Nina, adormilada ya por el sopor dominical y el runruneo de Manchitas, el gato que no capta sino que presiente espacios y realidades.
En duermevela como está, le digo que Los Clodoveosson los hijos huérfanos de las guerras consumadas y pensadas por desamorados dictadores, por aquellos que empuñaron los fusiles con las manos izquierdas y resultaron peor que los gobernantes de verde olivo y los obesos salvadores del continente.
Ella no consigue escucharme ni tantito, porque la ensoñación la transporta a espectrales estaciones de ida, donde a su paso trenes y rieles forman gigantescas cruces bajo enrojecidos crepúsculos.
Ésa, la diáspora latinoamericana es la otra cara de las caravanas a El Imperio, hacia las rutas de Babilonia, Roma Tiro y Sidón.
Salen y dejan la tierra, a la familia y los amigos, porque no hay trabajo ni bienestar con la paz y la tranquilidad que éste conlleva. Cercados por el crimen y las angustias, cuando ya no hay nada que hacer ahí, se echan a la espalda la mochila, como compactada esperanza y boleto de viaje a donde los pies y las ganas de sobrevivir alcancen.
Topan, comulgan y mueren con La Bestia, que es otra de las representaciones tiránicas del poder. La Bestia del Poder, que seduce, atrapa, ata, finge, embelesa y mata.
Pienso en los expulsados de estas tierras. En los echados de la goteante paz y de los buenos sueños de presente y futuro, como también me recreo en la atolondrada piel de Nina, donde transitan mis únicas migraciones.
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