Los expulsados de estas tierras

Los expulsados de estas tierras. Foto: Elizabeth Ruiz

Los expulsados de estas tierras. Foto: Elizabeth Ruiz

Varón ayúdame, dame algo de comer.  Vengo de Honduras, sigo el largo camino a Estados Unidos.

Cómo salgo de la ciudad y llego al bus para seguirla a Arriaga, a  La Arrocera de   Huixtla, pá topar a  La Bestia.

Vengo de San Pedro Sula, Honduras. Me dijo.

Guardó en su mochila raída, el pan, las naranjas, el puñado de arándanos, la botella de agua y los 30 pesos recibidos.

Le dije que no comiera  de golpe los arándanos, porque aflojan el chiscuy.  Que aquellas, casi disecadas frutillas,  no eran buenas para el viaje,  así  se transitara hacia  los infiernos multiplicadores  de la migración.

De pronto surgió la voz de uno de sus tres acompañantes, que aguardaban expectantes  tres casas más adelante: “Catracho, nos vamos”.

 

  En el filo de los dientes se me enredó  el prontuario de sugerencias emergentes.

-No la tienes nada fácil, te queda lo peor que es cruzar los cercos de todos los cazadores.

–  Te esperan los muros del rechazo y  de la intolerancia y la persecución.  Son tantos como tus evidencias de extranjero, que se te escurren de la mochila rota de migrante.

–  Basta  tu  tono de voz,  los temblores  de tu miedo delator para que caigan sobre ti los lazos del Ejército, de las policías, de Migración y de la delincuencia.

–  El  Imperio  y sus aliados, son monstruos  que controlan casi todo.  Lo  conquistas o mueres en el intento. No hay otra.

A modo de despedida  Clodoveo, el catracho, soltó:Varón que la vida te pague por este  bastimento, que te colme.

Recostado en la hamaca de lo que llamo mi oficina, un galpón bajo la sombra de un caobo, rodeado de gladiolos y jazmines en flor, pienso en todos  Los Clodoveos con sus incontables personificaciones y sufrimientos, que cruzan estos caminos del sur.

Copado por mis mezquindades, las palabras del catracho me  resuenan incesantes : Gracias hermano.

En el camino: Foto: Elizabeth Ruiz

En el camino: Foto: Elizabeth Ruiz

 

En mi precariedad también, me pienso en aquel viajero  de casi todos los trenes, con tantas muertes aguardando en cada cruce de vía.

Cuanto  más vulnerable sea Clodoveo, cuanto más avispa, chapulín,  insecto palo trepado en el lomo de La Bestia sea aquel muchacho, hijo del destierro y del éxodo, más frágil  seré también así esté yo enraizado y protegido por todas las frondas ciertas y seguras.

En esta temporada de  lluvias,  veo en el barrio a Los Clodoveos. Estos hombres acompañados de escasísimas mujeres, que tocan  las puertas  vecinales, en el ensayo de la mutualidad adolorida,  que no permea  sino  en  dádivas  y rechazos no manfiestos.

Cuántos trenes son  necesarios para  remolcar  lagrimeadas y sepulcrales necesidades, aspiraciones y penas.

No lo sé aún, la vida es  una migración de dolores que se desparrama por el mundo,  me  responde Nina, adormilada ya  por el sopor dominical y el runruneo de Manchitas, el gato  que no capta sino que presiente espacios y realidades.

En duermevela como está,  le digo que Los Clodoveosson los hijos  huérfanos de las guerras consumadas y pensadas por desamorados dictadores, por aquellos que empuñaron los fusiles con las manos izquierdas y resultaron peor que los gobernantes de verde olivo y  los obesos salvadores del continente.

Ella  no consigue  escucharme ni tantito, porque la ensoñación la transporta a espectrales estaciones de ida, donde  a su paso trenes y rieles  forman gigantescas cruces bajo enrojecidos  crepúsculos.

Ésa, la diáspora latinoamericana es la otra cara  de las caravanas a   El Imperio,   hacia  las rutas de Babilonia, Roma  Tiro y Sidón.

Salen y dejan la tierra, a la familia y los amigos,  porque no hay trabajo ni  bienestar con la paz y la tranquilidad que éste conlleva. Cercados  por el crimen y las angustias, cuando ya no hay nada que hacer ahí, se echan a la espalda la mochila, como compactada esperanza y boleto de viaje a donde los pies y   las ganas de sobrevivir alcancen.

Topan comulgan y mueren con  La Bestia, que es otra de las representaciones tiránicas del poder. La Bestia del Poder,  que seduce, atrapa, ata, finge, embelesa y mata.

Pienso en los expulsados de estas tierras.   En los echados de  la goteante paz  y de los buenos sueños de presente y futuro, como también  me recreo en la atolondrada piel de Nina, donde  transitan  mis únicas migraciones.

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