El sismo es el enemigo invisible
El recuento del pasado 17 de julio del gobierno chiapaneco precisó un saldo de 14 mil 778 casas con algún tipo de daños y 47 mil 412 afectados en 365 localidades. Desde luego los tres muertos y los heridos.
Luis Manuel García Moreno, director general del Instituto Estatal de Protección Civil decía que los daños se registraron en 365 localidades de 38 municipios.
Los daños alcanzaron además 481 escuelas con algún tipo de afectaciones, 92 edificios públicos y 10 puentes, y se mantenían 17 refugios temporales con mil 959 personas en ocho municipios.
Pero, los habitantes donde el sismo impactó los daños tuvieron otras dimensiones y se resintieron de diferentes formas.
La Culebra de Piedra no fue a las cuatro de la madrugada. No corrieron ríos de lava ni el estómago de la tierra reeditó bramidos y tropeles de manadas de insepultos dinosaurios.
La muerte y la destrucción llegaron antes del alborear. Las 06: 26 horas del 7 de julio marcaba el reloj vetusto de la abuela fijado a la pared carcomida.
El sismo llegó y se fue con sus coletazos invisibles.
Imperceptible en su deslizamientos. Serpiente antigua, con todas las armazones del engaño final, que ni perros y gallos supieron de ladridos y cantos para alertarnos.
En La Costa, El Soconusco, La Sierra y la Frontera, el sismo es el enemigo invisible.
Ladrón y salteador en cualquier hora. Llega, golpea, arrebata, destripa, sepulta, desmadeja, aquieta, silencia.
Estrangula (con viga en cuello); asfixia (bajo almohada o cuerpo- incluso, beso- adjunto); machaca (le gusta desplomar techos y paredes sobre cabeza y columna vertebral- aquello cruje como navío en tempestad, o huesitos en hambriento con validez de todo apetito-); aplasta (estampidas de todos los paquidermos concebidos, de todos los miedos conjugados y por construir aún).
Qué o por qué esto de los sismos, con sus placas tectónicas enfrente y sus huesos que no acaban de pegar interrogo cuando observo la casa despatarrada. La casa con sus muebles, que me llevó la vida levantar a golpe de esfuerzo, ausencia y sufrimiento.
La Culebra de Piedra no fue a las cuatro de la madrugada. Igual hubiera sido a la una, a la mera hora del sueño, porque dio lo mismo cuando prorrumpió y penetró con la vastedad de sus túneles derribando las fichas de dominó que somos cada vez que nos visita sin anunciarse.
Furtivo con su ruidero sordo, callado, apagado: ummm ummm brrrr brrrr, debajo de nuestras camas, de nuestra piel de cavernícola en que involucionamos, tan sólo al escucharlo en la desazón de la madrugada.
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