Los perdedores desde el vientre materno

"De aquellos infantes víctimas de las circunstancias en las más pura inocencia del nacimiento, éste que no da oportunidad para escoger orígenes ni  destinos..." Foto: Elizabeth Ruiz

«De aquellos infantes víctimas de las circunstancias en las más pura inocencia del nacimiento, éste que no da oportunidad para escoger orígenes ni destinos…» Foto: Elizabeth Ruiz

Con  Reynaldo Teratol  se retorna al  embudo de los perdedores desde el vientre materno.

 La vorágine en aquellos niños y adolescentes  que falseaban y maquillaban  sus  nombres y apellidos en la escuela primaria,  como tabla de salvación en medio los  crueles  naufragios del racismo que, entre estudiantes de extracto popular  del 70, adquiría mayor impiedad y desnudez.

      Reynaldo,  en sus 58 años y su uniforme  raído de agente de tránsito local  de esquina en esta ciudad tan protectora como delatora.

   La  misma ropa pajiza de hace 46  años  cuando llegó a la  primaria nocturna Gustavo Díaz Ordaz.

   Soy Reynaldo del Carpio, originario de Simojovel, estudiaré y seré licenciado, aseguraba a la hora del recreo, fortalecido en su primera adolescencia.

  O gerente de banco, asentaba con su garbo solícito e irreverente,  con su voz metálica y directa de vendedor de seguros de vida.

 

 Reyna Colmenares, Méndez de nacimiento y oriunda de Pantelhó, lo mismo que sus abuelos,maquillaba  su origen, apacentaba su debilidades para que la burla infantil no calara tan hondo, tan ancestralmente rompiendo las ternuras enfurecidas, que el tiempo aclimataría  y las haría realidades.

    Padres de aquellas generaciones con  sus hijos, quienes   con el  imperio  y el sojuzgamiento de los apellidos criollos o mestizos sobrepuestos,  buscaban protegerlos, sabiéndolos portadores de estafetas de perdedores recibidas  desde la matriz que los traía al mundo.

   De aquellos chicos, en cuyas familias algún tío o primo alcanzaba el triunfocon los títulos de mecanógrafo, contador privado o asistente de enfermería.

  José Luis Jiménez, el del ojito chueco,  nacido y residente del barrio de Atocha en Tuxtla Gutiérrez, aportaba su compañía a la víctimas  del racismo,  que descubiertos de su coraza de apellidos incrustados, lloraban replegados  bajo el árbol de mangos de la escuela,  gigante frondoso, añoso y cobijador que parecía mirarlo y oírlo todo.

   El gran tronco  de raíces antediluvianas recibió los torrentes de lágrimas vivas salidas de las interrogantes infantiles, que no descifraban cómo es que los apellidos, el dejo de las expresiones y el moreno de la piel podían ser la peor recomendación en aquella década que, luego  retumbaría con toda la grandiosidad de las  conquistas libertarias.

   Las aperturas  de décadas posteriores  y sus inmensas avenidas de recorrido, internet y sus maravillosas alas de Dédalo planeando la plenitud de los cielos,  sin embargo, no bastaron, no sirvieron para que años después Los Perdedores desde el  Vientre Materno remontaran muros y alcanzaran vuelos.

   Ya sin escudo de  apellidos prestados, Reynol Teratol cumple cada día sus obligaciones de agente de tránsito municipal de esquina.

  Perdió el garbo, el ímpetu y el brillo abrasador de la mirada, que ahora nada más conjuga con la expresión amable: pase señorita automovilista, adelante;  que La Virgencita  Morena  la bendiga.

  Así son todos sus días de calle. Las mismas frases y ademanes, que lo encasillan en los miedos del primate que asentó sus huellas, pero resolvió quedarse en la fronda protectora de las árboles.

 

   A José Luis, al querido Chepe de Atocha, lo observo detrás de las rejas de la bodega que resguarda en el edificio semiderruido. Quedó también atorado en los universos de Los Nacidos para la Derrota, por condescendencia?, conformismo? , decisión?, quién sabe Lo destacable es cuando el ojo sano  se ilumina llamando  a  su hija mayor:  Reynita decile a tu mamá que traiga ya la comida, vamos a  chipilinear.

  En mi tránsito de madrugada, a vuelta de rueda, frente a la escuela, me llegan los llantos de los menores despreciados por los niños citadinos y mestizos.

  De aquellos infantes víctimas de las circunstancias en las más pura inocencia del nacimiento, éste que no da oportunidad para escoger orígenes ni  destinos, como el de aquel campesino menesteroso de Soyalo, que con machete envainado,  la bola de pozol  y los frijoles en el morral, esperó todo el día bajo la lluvia a los ingenieros de la represa de Bombaná en busca de un jornal.

   Aquella tarde, al paso de la camioneta de CFE, cuando con la cara escurrida de agua y los ojos enrojecidos clamaba  sin conseguir respuesta: Digaleste a los ingiñeros   que me den chamba, algo pa´  matá el hambre de mi mujer y mis tres hijitos.

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