Los perdedores desde el vientre materno
Con Reynaldo Teratol se retorna al embudo de los perdedores desde el vientre materno.
La vorágine en aquellos niños y adolescentes que falseaban y maquillaban sus nombres y apellidos en la escuela primaria, como tabla de salvación en medio los crueles naufragios del racismo que, entre estudiantes de extracto popular del 70, adquiría mayor impiedad y desnudez.
Reynaldo, en sus 58 años y su uniforme raído de agente de tránsito local de esquina en esta ciudad tan protectora como delatora.
La misma ropa pajiza de hace 46 años cuando llegó a la primaria nocturna Gustavo Díaz Ordaz.
Soy Reynaldo del Carpio, originario de Simojovel, estudiaré y seré licenciado, aseguraba a la hora del recreo, fortalecido en su primera adolescencia.
O gerente de banco, asentaba con su garbo solícito e irreverente, con su voz metálica y directa de vendedor de seguros de vida.
Reyna Colmenares, Méndez de nacimiento y oriunda de Pantelhó, lo mismo que sus abuelos,maquillaba su origen, apacentaba su debilidades para que la burla infantil no calara tan hondo, tan ancestralmente rompiendo las ternuras enfurecidas, que el tiempo aclimataría y las haría realidades.
Padres de aquellas generaciones con sus hijos, quienes con el imperio y el sojuzgamiento de los apellidos criollos o mestizos sobrepuestos, buscaban protegerlos, sabiéndolos portadores de estafetas de perdedores recibidas desde la matriz que los traía al mundo.
De aquellos chicos, en cuyas familias algún tío o primo alcanzaba el triunfocon los títulos de mecanógrafo, contador privado o asistente de enfermería.
José Luis Jiménez, el del ojito chueco, nacido y residente del barrio de Atocha en Tuxtla Gutiérrez, aportaba su compañía a la víctimas del racismo, que descubiertos de su coraza de apellidos incrustados, lloraban replegados bajo el árbol de mangos de la escuela, gigante frondoso, añoso y cobijador que parecía mirarlo y oírlo todo.
El gran tronco de raíces antediluvianas recibió los torrentes de lágrimas vivas salidas de las interrogantes infantiles, que no descifraban cómo es que los apellidos, el dejo de las expresiones y el moreno de la piel podían ser la peor recomendación en aquella década que, luego retumbaría con toda la grandiosidad de las conquistas libertarias.
Las aperturas de décadas posteriores y sus inmensas avenidas de recorrido, internet y sus maravillosas alas de Dédalo planeando la plenitud de los cielos, sin embargo, no bastaron, no sirvieron para que años después Los Perdedores desde el Vientre Materno remontaran muros y alcanzaran vuelos.
Ya sin escudo de apellidos prestados, Reynol Teratol cumple cada día sus obligaciones de agente de tránsito municipal de esquina.
Perdió el garbo, el ímpetu y el brillo abrasador de la mirada, que ahora nada más conjuga con la expresión amable: pase señorita automovilista, adelante; que La Virgencita Morena la bendiga.
Así son todos sus días de calle. Las mismas frases y ademanes, que lo encasillan en los miedos del primate que asentó sus huellas, pero resolvió quedarse en la fronda protectora de las árboles.
A José Luis, al querido Chepe de Atocha, lo observo detrás de las rejas de la bodega que resguarda en el edificio semiderruido. Quedó también atorado en los universos de Los Nacidos para la Derrota, por condescendencia?, conformismo? , decisión?, quién sabe Lo destacable es cuando el ojo sano se ilumina llamando a su hija mayor: Reynita decile a tu mamá que traiga ya la comida, vamos a chipilinear.
En mi tránsito de madrugada, a vuelta de rueda, frente a la escuela, me llegan los llantos de los menores despreciados por los niños citadinos y mestizos.
De aquellos infantes víctimas de las circunstancias en las más pura inocencia del nacimiento, éste que no da oportunidad para escoger orígenes ni destinos, como el de aquel campesino menesteroso de Soyalo, que con machete envainado, la bola de pozol y los frijoles en el morral, esperó todo el día bajo la lluvia a los ingenieros de la represa de Bombaná en busca de un jornal.
Aquella tarde, al paso de la camioneta de CFE, cuando con la cara escurrida de agua y los ojos enrojecidos clamaba sin conseguir respuesta: Digaleste a los ingiñeros que me den chamba, algo pa´ matá el hambre de mi mujer y mis tres hijitos.
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