Patishtán, este tsotsil menudito, motor y engranaje en la búsqueda de la libertad
Los casi 14 años de prisión casi beatificaron a Alberto Patisthán, en su cada vez más ruta de espiritualidad Cristocéntrica, que más que a despeñaderos de reivindicaciones , venganzas y rencores, parece conducirlo y enmarcarlo en definitiva, en el sendero del Dulce Rabí de Galilea, a quien vitoreó, evocó e invocó esta tarde de sábado de retorno en la bienvenida del aeropuerto internacional Ángel Albino Corzo.
Gestos y palabras suyas, ausentes de materialismos, ya no se diga de rencores o venganzas, el discurso del tzotil liberado de las cárceles del país, fueron más prédicas de fe, justicia, respeto, tolerancia, esperanza y aliento para los pobres, los abandonados y olvidados de siempre.
Nada que ver con discursos políticos de contundencias acusatorias, si acaso un llamado a la conciencia de procuradores, administradores de ¿justicia? que no cumplieron la parte que les correspondió en los momentos justos y en los lugares exactos.
El esplendor del medio día expandió el matizado comentario de Alberto hacia quienes , de un violento zarpazo le arrebataron más de un cuarto de años de su existencia en la prisiones de presiones donde, no se descarta le germinó el monstruo tumoroso que ahora habita en su cerebro y contra el cual libra la segunda batalla más importante de su vida.
A las puertas del majestuoso puerto aéreo, construido irónicamente por Pablo Abner Salazar Mendiguchía, el gobernante que lo puso dentro de los muros penitenciarios, un potente avión lo trajo en las alas de libertad al suelo estatal, donde el hombre de 42 años buscará reinsertarse como persona y ser social después de larguísimas batallas de epopeya por el reconocimiento de inocencia y la dignidad, según la perspectiva étnica, que obligó a los poderes Legislativo y Ejecutivo a reformar la Constitución federal para echarlo fuera de las mazmorras institucionales.
Los vítores a la libertad, la justicia, a Jesucritos, a Dios, Padre y Madre, como también a Tatic Samuel Ruíz García y a Zapata recibieron a Patisthán, este hombre de sonrisa sostenida que cuando lo abandona torna su rostro en viva expresión de dolor, duelo y desamparo.
Ahí estaba también su abuelo, don Mariano Gómez, de 83 años, a quien no veía desde el 2000, cuando fue llevado a prisión. El anciano encanecido ataviado todo blanco a la usanza tradicional, inmutable, diáfano y apacible, reflejaba vulnerabilidades hundidas en antiguas raíces de aplomo y resistencias para los tiempos de lucha zozobras.
A ojos de nacionales y extranjeros, la entrada del Ángel Albino Corzo se metamorfoseó en un incensario humano de rituales indígenas, con cruces descomunales, imágenes de La Guadalupana, copales disipados, cánticos en lenguas maternas, con oraciones de acción de gracias por el desgarrado tsotsil que volvía a juntarse con el color – olor de la piel y la tierra de los ancestros, para no irse nunca más al éxodo doloroso del mundo.
En el retorno del sábado festivo y clamoreado por los pueblos indígenas chiapanecos, después del indulto Presidencial de octubre pasado que lo puso fuera de las rejas y en simultáneo tratamiento médico por la reaparición de un tumor en la cabeza, en la ciudad de México, el maestro Alberto aseguró que estaba “no sólo contento, sino feliz; sin rencores, porque eso es otra cárcel”.
Este hombre –árbol de caoba y cedro, surcado por invisibles ríos volcánicos, aseguró que en adelante se reinsertará a su vida familiar, en una segunda batalla, ahora contra su enfermedad, quizá más cruel y terrorífica que las oscuras catacumbas de la injusticia.
Con voz parsimoniosa firme dijo a los periodistas y concurrentes, que se enfocará más en la recuperación de su salud; no puedo decir que estoy bien, sino regularmente; ya estoy en recuperación, espero hacerlo lo más pronto, no hay nada imposible para cualquier cosa, refrendó.
De la evocación penitenciaria, a Patisthán le queda la entereza de fe, la voluntad y la resistencia de lucha por la libertad: ésa es mi arma, mis herramientas de resistir siempre, asentó para las cámaras y grabadoras reporteriles.
Aseguró que, pese a que desde el primer día de su reclusión se consideró inocente, sus años perdidos en el encierro quedarán “ en la conciencia de las autoridades”; “ no hay rencores, eso es otra cárcel, certificó. De la justicia en el país, chasqueó: de nombre sí, en la aplicación es difícil verla.
Español fluido, sus palabras se adelgazaron al compás del vaivén del emoción cuando agradeció a quienes “pelearon” por su libertad, desde las calles, bajo el sol, la lluvia, los temporales; a la comunidad internacional en su conjunto.
En la parte humana la reclusión no fue vana, reflexionó:
“Como que estos golpes son los que enseñan a madurar, de alguna manera las cosas malas vienen por bien, para seguir madurando, porque cuando muchas veces no pasa nada nos cuesta mucho madurar, entender lo que dice Dios”.
Pero, Martín Ramírez López, representante del pueblo creyente del municipio de El Bosque, este tsotsil menudito que fue el motor y engranajes para la protesta en la búsqueda de los sueños de libertad de Patishtán, alzó el discurso y las declaraciones que mantuvieron el reclamo y el rechazo inalterables, contra lo que llamó siempre “ las peores injusticias “ contra el educador bilingüe .
“Luego de 13 años de castigo ahora lo sueltan. Es como soltar a un animal: ya te soltamos te puedes ir a descansar, como si no dolieran trece años de injusticia, abandonar la familia; la liberación de Patisthán no significa que haya justicia en México, es uno de los miles de presos en los ceresos.
Lapidario este puro y auténtico pathistanero , que del caso judicial político de su, por mucho, congénere, hizo teoría y praxis en los silencios y clamores de las comunidades indígenas fustigó con sus razones que rasgaron por momentos el delicado velo de las creencias y la fe manifiestas.
Nosotros los campesinos, los indígenas para liberar a un inocente no tenemos que modificar las leyes, no tenemos por qué hacer reformas, basta con actuar con justicia; a nosotros nos sembraron una rabia en el corazón, el coraje que nunca termina.
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[…] Patishtán caminaba del brazo de sus hijos Héctor y Gabriela, así como su abuelo de 83 años, Mariano Gómez.De las casas iban saliendo hombres y mujeres que se acercaron para saludar a Patishtán Gómez. Tíos, primos, amigos y compañeros con los que creció en este pueblo. […]
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