Margarita Martínez, la voz de las defensoras de los DH
Margarita Guadalupe Martínez Martínez, defensora de derechos humanos, oriunda de Chiapas, lleva la voz de las mujeres, de las defensoras que son perseguidas por exigir respeto a la dignidad de las personas, por exigir justicia y castigo para quienes, haciendo uso de su poder, lucran con las necesidades de las poblaciones. Ahí, donde los pequeños poderes se suman a otros para pavimentar la carretera de la corrupción.
En su primer viaje al extranjero en el año 2012, en la ciudad de los rascacielos, Nueva York, en el recinto de Naciones Unidas, frente a las expertas que analizar el cumplimiento del Estado Mexicano con la Convención contra toda forma de discriminación contra la mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), Margarita rebasa la estatura física para colocarse en aquella que no se mide en metros ni en centímetros, sino por la coherencia y la dignidad.
Su voz no sólo sirve para dar su testimonio, sino el de muchas que por primera vez viajan con ella. Los testimonios de cientos de defensoras mexicanas de derechos humanos, quienes por primera vez serán parte del diagnóstico de lo que vive México, será la primera evidencia que en nuestro país se vive una emergencia por la violación de derechos humanos.
Ahí, en un país ajeno al que la vio nacer, Margarita devela su devenir, su construcción ciudadana desde su ser mujer y defensora.
LLH: ¿A quién defiendes?
MM: Me defiendo a mi misma y a las mujeres indígenas de Chiapas, porque ahí empecé a trabajar. Porque en mi proceso me di cuenta que para tener acceso a la justicia es bien complicado. No importa el lugar, para el centro y para el norte es bien complicado.
Pero más para las mujeres del sur porque ahí marca la pobreza.
Por eso la importancia de venir hasta Nueva York, pues es la oportunidad de hacer llegar la información de lo que está sucediendo con las defensoras de derechos humanos en nuestro país. Está tan invisibilizado, que vale la pena traerlo y que se vea que en México hay otra realidad, porque nos tratan como si estuviéramos locas, como si no pasara nada, cuando la situación es bastante grave.
LLH: ¿Cómo es que llegas a las organizaciones?
MM: Por mi hermana Angélica, que me lleva 10 años. Ella estaba en el área de administración de una organización llamada Cadhec, en la década de los 90. Tenía yo como 23 años, estaba muy de cerca de ella y me metí en los talleres que daba la organización con mujeres refugiadas de Guatemala. Al poco tiempo se abrieron muchas posibilidades de cursos y empecé a estar como voluntaria, a conocer gente y me empezaron a invitar a talleres de mujeres, me empezó a gustar y me quedé ahí.
LLH: ¿Cuando te asumes como defensora?
MM: Hasta hace poco, con todo este proceso de estar con las defensoras, pasé una larga temporada sin darme cuenta que era defensora de derechos humanos, aún cuando trabajaba con mujeres indígenas en temas de salud, con temas de desnutrición; no veía que eso era defender los derechos humanos.
Luego me pasó esto (la persecución y violencia sexual) y cambió drásticamente mi vida y me metí a la defensa de mi propio caso en busca de justicia, porque iba a los ministerios públicos y ni me pelaban, iba a las fiscalías y lo mismo sucedía.
He tenido que leer desde el Código Penal de Chiapas, sin ser abogada; me he tenido que enfrentar al Ministerio Público, a esa prepotencia, a las risas, a las burlas, a las amenazas y un montón de cuestiones, enfrentarme de cara al Estado, porque para mí es el responsable de todo lo que está pasando.
LLH: ¿Cómo fue tu infancia?
MM: Para mí ha sido un triple esfuerzo, pues desde muy chica me tocó trabajar. Odiaba hacer lo que hacía: a los ocho años trabajaba en una panadería, pasaba bultos de harina, amasaba la masa para el pan, barría, trapeaba, tallaba los pisos. Veía a compañeras de mi edad que no vivían igual que yo y me preguntaba por qué a mí me tocaba así mi vida.
Vivíamos en San Cristóbal, rentábamos una casa en el barrio de Tlaxcala, pues mis papás son de Amatenango del Valle, una zona indígena. Y queriendo salir adelante nos fuimos de ahí.
Para mí el día empezaba muy temprano pues entraba a las 3 de la madrugada y salía a las 8:30 de la mañana para ir a las nueve a la escuela. Era una época en que lloraba porque era consciente de mi triste realidad. Siempre le decía a mi papá que quería estudiar, pero me decía: hija, aquí la prioridad es conseguir la comida.
Así que a todos nos tocó trabajar, a mí y a mis nueve hermanos; mi mamá trabajaba en casa y vendía. De los hermanos, vivimos cinco, los otros se murieron de distintas cosas. Mi mamá no sabía leer ni escribir y yo le enseñé en cuanto fui aprendiendo.
Así trabajé hasta los 10 años, luego me fui a trabajar a una casa para hacer el trabajo doméstico, pero me trataban muy mal, no me daban chance de sentarme en los sillones, tenía una silla especial. Era una discriminación muy fuerte y me cuestionaba por qué había gente que podría vivir de otra manera. Así terminé la primaria.
Intenté estudiar la secundaria pero como ya tenía un trabajo más formal, en una tortillería, siempre llegaba tarde una o dos horas, y reprobaba; me desanimé y me di de baja. Como ya estaba acostumbrada a trabajar, me fui sola a la Ciudad de México a buscar oportunidad. Tenía 15 años.
LLH: ¿Cómo fue tu experiencia en la ciudad?
MM: No sabía ni a donde había llegado, solo recuerdo que llegué a la TAPO, a la Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente. Pero como no conocía y todo era tan grande e impactante, me quedé como cinco días en la calle, alrededor de la central hasta que encontré un trabajo. Después me puse a tocar puertas de casa en casa y no sé ni cómo llegue a Ecatepec.
Mi primer trabajo ahí fue en un puesto de tacos callejeros, limpiaba los platos, picaba verdura, ayudaba en todo. No tenía donde vivir y me dieron un cuarto en la azotea de su casa. Hacía todo eso porque quería sacar adelante a mi familia de esa cruda realidad, no pensaba que eso era sacrificio, ni los riesgos a los que estaba expuesta, lo que yo deseaba era vivir mejor.
LLH: ¿Y tu adolescencia?
MM: Para mí ha sido todo trabajo. Cuando estuve en Ecatepec me sentí muy solita y decidí regresar a San Cristóbal. Ahí conocí a un chavo y me junté con él, pues estaba embarazada, tenía casi 16 años. Después de siete meses de estar con él, me di cuenta que no tenía futuro pues es alcohólico y lo dejé. Eso provocó que mi papá me dejara de hablar cinco años, porque me separé, porque no me casé, porque me embaracé. Así que me quedé sola con mi hija.
Cuando supe que estaba embarazada, dije sí la voy a tener, porque jugué mucho el papel de mamá con mis hermanos y se me hizo normal. Me dije, pues saldré adelante, me pongo a chambear y con eso. Pero fue mucho más difícil encontrar trabajo, porque embarazada no me daban chamba fija, así que me puse a lavar y planchar ajeno.
Me di cuenta que no la iba a hacer y decidí volver a estudiar, pero no pude continuar y me volví a dar de baja. Entonces una organización de Guatemala que daba cursos y talleres y que conoce a mi hermana me invitó a ser la cocinara. Conocí un trato diferente al de mis otros trabajos, de respeto, de compañeras.
Empezó a cambiar mi situación económica, a mejorar. En esta época mi hermana fue muy importante, pues desde que nació mi hija viví en su casa.
LLH: ¿Como pasas de la cocina a dar talleres?
MM: Un día faltó la persona responsable de la recepción en la organización y me dijeron que si pasaba a la recepción para atender llamadas, llevar paquetes, llevar en orden la documentación. Acepté y eso me abrió la posibilidad de hacer algo distinto.
Conocí ahí a una mujer muy significativa en mi vida: Margarita Hurtado, una mujer que me alentó a avanzar. Un día vio mi trabajo y me dijo eres bien inteligente, pero yo no me lo creía. Y me propuso un nuevo trabajo en Guatemala para ser su secretaria.
Me fui durante cuatro años a Guatemala y aprendí muchísimo. Fue el espacio donde desarrollé mis habilidades, porque fue ahí donde empecé a dar talleres de salud, de educación etcétera.
Mi formación se fue fortaleciendo a través de muchos talleres que recibí, de cursos sobre la situación de las mujeres y me di cuenta así de que lo que había vivido era desigualdad por ser mujer. Fue una etapa muy activista.
Empecé a capacitarme más, desarrollé la habilidad de dar masajes y de eso viví durante muchos años en San Cristóbal, sostuve mi carrera, a mis hijos, y fortalecí mi visión de derechos humanos. Así logré titularme de la carrera de Psicología, a mis 35 años.
LLH: ¿Qué esperan al regresar a México con una nueva carta donde te amenazan?
MM: No espero nada, porque aquí están involucrado altos funcionarios, donde son juez y parte. Es muy difícil que tomen una buena decisión, porque seguramente detrás de esto hay más cosas, si mueven una pieza habrá otras, porque de otra manera no me explico que muelen y muelen.
Sabemos que las leyes son buenas, pero no se aplican, menos para una mujer indígena. Las averiguaciones están estancadas. Es tan complejo y difícil buscar la justicia Muchos me dicen que ya lo deje, que si me están amenazando, que lo deje.
Pero, así como estoy yo, cuántas mujeres ni siquiera lo denuncian, cuantas mujeres están esperando que se les hagan justicia. Sí, es duro, difícil para mí y mi familia, pero si no lo hacemos, quién lo va hacer. Además es mi derecho.
Me dicen mejor quédate callada. Pero ¿cómo el día de mañana voy a poder ver a los ojos a mis hijos y decirles defiéndanse? Ellos tienen que aprender que defenderse, es su derecho. Me queda claro que me han pisoteado, me han humillado pero como mujer tengo dignidad y eso es lo que me ha mantenido.
La historia y seis amenazas de muerte
La madrugada del 8 de noviembre de 2009, un grupo de 20 presuntos elementos de la Policía Ministerial (PM) se presentaron, sin orden de cateo, al domicilio de Margarita Martínez, en el municipio de Comitán, Chiapas.
La amenazaron, encañonaron y golpearon, le ordenaron abrir todas las puertas de las habitaciones, intimidaron a sus hijos menores de edad y golpearon a su pareja, Adolfo Guzmán Ordaz, ambos de la organización civil Enlace, Comunicación y Capacitación, con sede en Comitán.
Ante estos hechos, Margarita interpuso una denuncia el 23 de noviembre de 2009, en contra de autoridades policíacas por los delitos de abuso de autoridad, allanamiento, tortura psicológica y amenazas con la agravante de muerte.
A raíz de esta denuncia la defensora de derechos humanos fue violada y ha recibido seis amenazas de muerte.
Las amenazas
El 25 de noviembre de 2009, una hoja les advirtió que se cuiden porque la noche anterior había 5 individuos que vigilaban su casa. El 14 de diciembre de 2009, tuvieron otra advertencia hecha con recortes de papel que decía: no sigan, se van a morir.
El 25 de diciembre, en las primeras horas de la madrugada, a través de una llamada telefónica a su domicilio le advirtieron: feliz navidad, porque esta va a ser tu última navidad.
El 6 de enero del 2010 en su domicilio dejaron una nota escrita con tinta roja que decía muerte, muerte, muerte.
A finales de febrero del 2010, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Margarita fue privada de su libertad golpeada, torturada y violada a bordo de un automóvil, le advirtieron que se desistiera de la denuncia penal que interpuso contra funcionarios del gobierno de Chiapas.
En noviembre del 2010 le entregaron un papel con letras recortadas de periódico con amenazas para los integrantes del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (sus representantes legales) y le indicaban que se dirigiera al panteón municipal para que puedas platicar con tus muertitos porque ya pronto te vas a encontrar con ellos. Sin hacer pendejadas porque eres persona muerta.
El 30 de junio recibió una larga nota de amenazas, firmada por el poder y fechada un día anterior en San Cristóbal de Las Casas, en la cual se burlaban de ella, de la violación, de la organización que es su representante legal. Hacían referencia al gobernador de entonces para lograr un acuerdo y la amenazaron con desaparecerla en caso de dar a conocer públicamente esas amenazas.
*Periodista y feminista, Directora General de CIMAC, twitter @lagunes28
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