Cuando mataron a los patojos
La Trinitaria.“¡Mataron a Rovela, César y los patojos!”, le comunicaron desde México a Juana Ventura López, de 62 años de edad, mientras prepara el almuerzo. No tuvo ánimos de quedarse en su casa, en La Libertad, quería saber que le había ocurrido a su hija, sus nietos y su yerno.
Desde las siete de la mañana, en la radio de Santa Teresita, una estación que transmite en FM, desde La Democracia, Huehuetenango, se pedía a los familiares de Rovela que se trasladaran a México, porque la habían hallado muerta, junto con su esposo e hijos.
Así, los habitantes de La Libertad, de la etnia mam supieron desde muy temprano lo que ocurrió en el distrito de riego. A las cuatro personas las habían matado a palos y luego les dispararon con armas de fuego.
Fue el pastor de la iglesia de Dios del Evangelio Completo, el que transportó a doña Juana, en una Toyota desde La Libertad, a 70 kilómetros de la cabecera departamental de Huehuetenango, hacia una zona de ranchos ganaderos y agrícolas colindantes con el parque Lagos de Colón, para ver que le había ocurrido a su hija, sus nietos y su yerno, pero cuando llegó ya no pudo ver los cuerpos, pues habían sido trasladados al forense.
Desconsolada, entonces, descendió de la camioneta que conducía el pastor y se paró frente a un rancho que lleva a La Esmeralda, donde el yerno de Juana Ventura, César Misael Ordóñez Pérez, de 35 años de edad, trabajaba desde el 2010, para cuidar un estanque de peces.
En el lugar, los agentes de la Policía Especializada y Policía Estatal Preventiva se abrieron paso entre el zacate, para interrogar a Olegario, otro de los trabajadores de la finca, que no supo aportar datos sobre los asesinos de César Misael, su esposa Rovela Gómez y los niños Yordani Domingo Gómez, de 11 años, (del primer matrimonio de Rovela) y la niña Roveli Ordóñez Gómez, de dos años.
Cuando se encontraba frente a la finca, Juana Ventura sólo se concretó en mostrar el estanque enmallado que César tenía a su cargo. “Ahí trabajaba mi hijo”.
A dos kilómetros de distancia, en las inmediaciones del rancho El Recuerdo, donde los asesinos abandonaron los cadáveres, la madre de César, Juana Pérez Rivas, de 65 años, era sostenida por sus hijos, pues al momento que la camioneta color negro partió con los cadáveres, un sopor la invadió y por poco cae al suelo. “Llévenla a la sombra”, pidieron sus nietos ante la mirada de los soldados del 91 Batallón de Infantería que llegaron en vehículos artillados a esta zona.
Los familiares de César inquirían a los asesinos, que sin remordimientos y sin piedad dieron muerte a una niña de dos años y un niño de 11 años, a los que después de golpearlos salvajemente les dispararon en la cabeza.
“Tío Checo”, de 32 años de edad, primo de César dijo que muchos habitantes de municipios de Huehuetenango, han dejando sus hogares para buscar trabajo en ranchos de Chiapas, para ganar “un poquito más de dinero”, porque por una jornada de un día en Guatemala sólo obtienen 50 quetzales, unos 80 pesos, pero en México, hasta 70 pesos más al día, es decir, 150.
“Por una necesidad es que vinimos a México, por unos diez quetzales más arriesgamos nuestra vida, pero vea ¿qué es lo que pasó con nuestros familiares?”, tercia un hermano de César ayuda a su madre Juan Pérez para cuidar un rancho de la zona.
“Tío Checo”, dice que en la madrugada su primo César viajó a La Mesilla para recoger a Yordani, que salió de vacaciones hace cuatro días, para que pasara al lado de su madre. “El niño iba a trabajar con su padrastro estos días; le iba a ayudar en recoger el rastrojo”, explicó.
De La Mesilla, Guatemala, César pasó al rancho que cuida su madre Juana Pérez, donde entregó un costal de mandarinas que le trajeron de La Libertad; después se despidió y tomó rumbo a la finca La Esmeralda, donde fue interceptado por los asesinos.
Estaban a oscuras
En la aldea de Santa Teresa, un grupo de guatemaltecos conversa sobre el puente que cruza el río El Lagartero. Algunos de ellos lamentan la muerte de sus connacionales en manos de un grupo de asesinos “que no sé que tienen en la cabeza”, suelta uno de ellos.
La aldea estaba en la penumbra desde la tarde del martes, ya que como siempre ocurre en esta zona, una falla en las líneas de tenido los dejó sin fluido eléctrico hasta la mañana del miércoles, por eso, nadie pudo ver el paso de los hombres en la penumbra.
¿Porqué los mataron?
Entre unos árboles de chicozapote, seis vehículos artillados del Ejército, tres patrullas de la Policía Estatal de Caminos y Policía Estatal Preventiva, resguardan la camioneta Toyota que los asesinos no pudieron “llevarse del otro lado”.
Un soldado se acerca a ver la góndola de la camioneta donde aun permanece un zapato de color negro y aun se da tiempo de conversar con un poblador.
-¿Por qué cree que hayan matado a esta gente?, pregunta el soldado.
-Pues dicen que les quisieron robar su camioneta…
Bajo de los árboles, un traca (encargado del radio) del Ejército transmite un informe de lo ocurrido, mientras otro dobla un mapa donde ha fijado las coordenadas donde los asesinos huyeron después de abandonar la Toyota.
Mientras la furia del río El Lagartero, azul como la esmeralda se desparrama en el valle que lleva a la zona arqueológica del mismo nombre, los soldados y policías aun espera que los peritos arriben al lugar. Anoche y persisten en el área.
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