El día que Jhony cayó abatido por las balas de las Ak-47
(Comitán) Tres sicarios descendieron de la Suburban verde, uno más aguardó en el asiento del conductor, para ver desde el espejo retrovisor el momento que los demás abrieron fuego con los fusiles AK-47 y las pistolas 9 milímetros en contra de Jhony Pérez, éste que al momento que vio a los hombres frente a él, intentó quitarse el cinturón de seguridad para tratar de huir de la Toyota, pero ya no había tiempo.
Por los dos flancos y la parte frontal, los tres hombres avanzaron hacia la camioneta Hilux sin soltar el dedo del gatillo, para estar seguros de que Jhony estaba muerto. Pasaban sólo unos minutos de las 12:00 horas del 14 de noviembre en la ciudad de Comitán, cuando el hombre carismático y bonachón había quedado con el rostro ensangrentado, recostado sobre el asiento. Su brazo derecho parecía carcomido por las balas.
María Solís, una joven mujer que tendía ropa en una azotea a 200 metros de ahí, al escuchar los tronidos no tuvo la menor duda: «Esos son disparos de arma de fuego», pensó.
Segundos después los hombres abordaban la Suburban y huían a toda velocidad del lugar sobre la 5a Norte, fue entonces cuando los vecinos abrieron las puertas de sus casas e impávidos vieron cómo una joven de 17 años de edad salía de la camioneta dando gritos, y sin ningún rasguño. Sobrevivió a la balacera.
Hay quienes dicen que los sicarios le dijeron que bajara de la unidad, pero otros aseguran lo contrario, y cuentan que se tiró al piso del vehículo.
Los curiosos no se contuvieron y de inmediato tomaron sus teléfonos móviles para registrar todo lo que había pasado. Para cuando las corporaciones policiacas llegaran al sitio, las redes sociales ya registraban el acontecimiento. Así era pues la ejecución más mediática en los últimos años.
La histeria contagio a los vecinos que impávidos se acercaban a contar el número de disparos que tenía la camioneta, que permanecía con los limpia parabrisas activados.
Un joven contó que segundos antes abordaría su vehículo estacionado donde quedó la Toyota que conducía Jhony, pero el que su acompañante le dijo que tenía sed y que necesitaba tomar agua, evitó que quedaran atrapados entre las balas. Cuando sonaron los disparos soltó: «No le tengas miedo a los triques».
A 70 metros de donde ocurrió la balacera, una ama de casa ya preparaba la comida cuando escuchó los estallidos y un leve sonido de las balas que impactaron en la estructura metálica de la ventana y la fachada de la vivienda donde se encontraba. «Cuando abrí la puerta vi a la muchacha que venía corriendo y llorando», narró.
Pero 80 metros más abajo, en las inmediaciones de la iglesia Rosa de Sharon, María de Lourdes Morales López caía herida de un disparo calibre 7.62 milímetros. La dueña de un tendejón cayó en crisis cuando vio a su vecina tirada sobre la banqueta y quejándose de dolor.
Para este momento la única información que corría de boca en boca era de que «una mujer había sido baleada en La Cruz Grande» y los únicos que sabían la tragedia eran los vecinos donde ocurrió el ataque armado. «¡Es Jhony!», decían, pero no pasaron muchos minutos para que el acontecimiento se regara en el pueblo y otras latitudes.
Los paramédicos de la Cruz Roja salían del lugar con la sirena abierta de la ambulancia que trasladaba a la mujer herida, porque ya no tenían nada que hacer en el lugar, habían constatado que Jhohy no tenía signos vitales.
Los curiosos se habían replegado a las bocacalles, cuando la Policía Municipal acordonó el área para no permitirles el paso, mucho menos a los vecinos que llegaban de sus trabajos.
A los pocos minutos llegó Henry, el hermano de Jhony, con el rostro desencajado se abrió paso entre los tres policías de las Fuerzas Especiales de la Policía Municipal, que no repararon el levantarle la cinta de seguridad cuando dijo: «Vengo a ver a mi hermano».
Pese a la tragedia Henry parecía ecuánime, cuando llegó a la camioneta Toyota sólo dio una vuelta alrededor, para que minutos después se replegara para sentarse en la acera de la casa del médico de la calle.
Mientras tanto, un grupo de peritos y agentes de Ministerio Público llegó a bordo de un Jetta de color negro para empezar con las diligencias en el sitio darse a la tarea de contabilizar los cartuchos que quedaron esparcidos en la calle.
Un auto Seat que a toda velocidad irrumpió sobre la Avenida Rosario Castellanos, sobresaltó a los curiosos. Era un joven de playera negra que estaba conmocionado con la noticia. Corrió hasta la Toyota y lanzo: «Era mi patrón», para luego dar de puñetazos a la lámina de la Hilux, y cuando un policía quiso detenerlo forcejó con él, gritó que no se lo impidieran.
De ahí durante casi tres horas, los peritos debieron trabajar en la área, tiempo que aprovechó el fiscal de distrito zona Sierra-Fronteriza, Juan Pablo Liévano Flores, para conversar con Henrry durante algunos minutos.
Cuando faltaba un cuarto de hora para las cuatro de la tarde, el cuerpo de Jhony era bajado de la Toyota, colocado sobre una tabla en el piso y cubierto con una sábana azul, para luego subirlo a una camioneta que lo llevaría al forense.
En ese momento, los policías levantaban las cintas de seguridad y Henry caminaba a su vehículo en medio de varios hombres que se acercaban a darle los pésames, pero ante su dolor. Parecía no percibir a la gente que se acercaba a él. No se inmutaba.
Cuando la sangre de Jhony que cayó de la camioneta Toyota aun estaba fresca y los autos empezaban a circular de nuevo por la 5a Norte. Los vecinos y curiosos seguían mascullando y mientras tanto la neblina que había envuelto al pueblo se dispersaba.
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