Despojo y discriminación contra evangélicos
A tres años de permanecer fuera de casa, Lucio Gómez Gómez, de 31 años, estaba en su pueblo, de donde fue desterrado en 2010, sólo que ahora tenía el cuerpo cubierto de gasolina y esperaba que algún católico lanzara el cerillo, para que fuera consumido por las llamas. Esta ha sido la mayor muestra de discriminación y humillación que ha sentido en toda su vida.
El 25 de junio, cuando se cumplían tres años de que fue echado de su pueblo, por caciques católicos, Lucio y otros 30 indígenas tzotziles miembros de una iglesia de corte pentecostés, dejaron el refugio temporal y se disponían ocupar sus viviendas, pero cuando alcanzaban el pueblo de Los Llanos, fueron emboscados por un grupo de católicos que los obligó bajar de los camiones en que se trasladaban, para luego llevarlos al centro del pueblo, donde amenazaron con matarlos.
Mariano Díaz López, de 29 años, y Dominga Díaz Díaz, de 50, estaban en la misma condición de Lucio. Los caciques los habían rociado con combustible y sólo esperaban a que uno les prendiera fuego.
A pocos metros de donde permanecían amarrados Mariano, Lucio y Dominga, los pastores Esdras Alonso y Manuel Collazo Gómez, que acompañaron al grupo de 31 tzotziles de San Cristóbal a Los Llanos, eran lacerados y golpeados por los caciques; los acusaban de vulnerar «la paz y la tranquilidad del pueblo» y por lo mismo, dijeron, «aquí se van a quedar muertos, porque vinieron a buscarlo».
En 2008, Lucio y Mariano optaron por renunciar al catolicismo y abrazar una corriente del protestantismo de la línea pentecostés, pidieron permiso en la comunidad para serrar varios árboles para producir tablones y vigas que les serviría para construir el templo «Alas de Águila», pero a los pocos días de erigir la iglesia, los católicos se acercaron para decirles que estaba prohibido «participar en otra religión que no fuera la católica».
Para obligarlos a regresar al catolicismo, los caciques les quitaron los derechos agrarios a los evangélicos y les prohibieron sembrar maíz y frijol en las tierras; luego los obligaron a cooperar económicamente para las festividades de San Juan y la Virgen de Guadalupe.
Los católicos parecían no estar contentos con recibir dinero de los evangélicos, pues querían que participaran en las festividades del 24 de junio y 12 de diciembre que incluían la ingesta de posh (aguardiente), pero los protestantes se rehusaron. «Nosotros ya no tomamos aguardiente», decían.
En cuanto a la realización de los trabajos comunitarios, como bacheo del camino de acceso y limpieza del ejido, no se rehusaron a hacerlo, pero los católicos ya no estaban contentos con los protestantes.
«Nos cambió la vida»
«Nosotros cuando conocimos la Palabra de Dios, nos cambió la vida. Yo tomaba mucho aguardiente, pero la dejé y ahora me siento muy contento», cuenta Lucio. Añade que cuando era miembro de la Iglesia católica, estuvo en un albergue para personas alcohólicas con el propósito de recuperarse.
La tensión crecía en la comunidad, los caciques estaban molestos con los evangélicos, que finalmente les pidieron que ya no podían permanecer en la comunidad y debían cerrar el templo, para que ellos se quedaran con las casas, animales y las parcelas.
El 13 de enero de 2010, las pugnas se volvieron irreconciliables. Decenas de católicos armados con palos y machetes obligaron a los 31 evangélicos a dejar la comunidad, bajo la amenaza de que si volvían los matarían.
Tres años después de su destierro forzado y de vivir «refugiados» en San Cristóbal, el 25 de junio, los protestantes llegaron a un acuerdo con los católicos, para que regresaran a ocupar sus casas y sus tierras, pero alrededor de las 11:00 horas de ese día, hombres armados con palos y machetes ya los esperaban entre el bosque para emboscarlos.
Los 31 evangélicos fueron obligados a bajar de los vehículos a garrotazos, para ser trasladados al centro de la comunidad, donde los esperaban alrededor de 300 católicos armados con mecates, bidones con gasolina y garrotes.
A Lucio le ataron una soga al cuello y la pasaron sobre un árbol y desde ahí, la tiraban para simular que lo ahorcarían, para que los protestantes escarmentaran. En dos ocasiones el indígena sintió que moría asfixiado. Le faltarían pasar con el torso desnudo en la noche del 25 de junio y la madrugada del 26 «bañado» en gasolina, en espera de que fuera quemado por los caciques.
A cuatro meses de los hechos, Lucio y sus correligionarios no tienen ánimos de regresar a su pueblo, lo único que piden es que el gobierno les compre un predio en este municipio para que puedan levantar un nuevo centro de población.
El gobierno debe actuar para preservar la paz y si es posible darle la seguridad a cada uno, por que cada quieren tiene derecho de elegir la religión que quiera y no se vale que los católicos hagan lo que quieran, ojala que esta infomación lo tome en cuenta nuestro gobernador.
La ignorancia de los pueblos indígenas chiapanecos generados por los intereses religiosos y políticos, hasta cuando y hasta donde….llegaremos…
Las procesiones, estampitas, curas, pastores, el negocio de la vida para los lideres religiosos.