Este cuerpo es mío

Este cuerpo es mío
Foto: Isabel Briseño

*Esta nota fue realizada por Pie de Página, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.


En México la violencia sexual es la segunda violencia que más sufren las mujeres, después de la violencia psicológica y antes de la violencia económica. Sus consecuencias no dependen de la definición judicial del delito, de su tipificación, pues cada vida, cada cuerpo lo experimenta y responde a ella de manera distinta

Texto: Daniela Rea

Fotos: Isabel Briseño y Cortesía

CIUDAD DE MÉXICO. – En México la violencia sexual es la segunda violencia que más sufren las mujeres, después de la violencia psicológica y antes de la violencia económica.

Según el INEGI una de cada 4 mujeres ha sufrido violencia sexual en alguno de sus distintos tipos. En el año 2022 un total de 67  mil 566 mujeres, es decir 185 mujeres al día, fueron víctimas de este delito, siendo el abuso sexual, la violación y el acoso sexual los más comunes.

Los daños que estas violencias generan en las mujeres no dependen de la definición judicial del delito, de su tipificación, pues cada vida, cada cuerpo lo experimenta de manera distinta.

Pie de Página conversó con tres mujeres que fueron víctimas de violencia sexual en distintos momentos de su vida, algunas de ellas hablaron de cómo el daño alteró su vida, de cómo conectó con eventos del pasado y los proyectó al futuro, de como el daño irrumpía su día a día, en medio del descanso, del trabajo, de la vida cotidiana pues.  Algunas de ellas comentarn cómo esa violencia se metió como culpa y les hizo desconocer e incluso querer dañar ese cuerpo que es suyo, que habitan, porque si las agredieron fue porque ellas algo hicieron para provocarlo.

La intención es compartir con lxs lectores el impacto de esa violencia en sus vidas y sus cuerpos, pero también el cómo ellas los resignificaron, recondujeron, recuperaron.  Estos son sus testimonios del daño y de su respuesta al daño.

Clara

Clara (quien pidió cambiar su nombre) forma parte de una colectiva que acompaña a víctimas de violencia sexual, “Las Sabinas”. Cuando le comento que quiero realizar entrevistas a sobrevivientes, ella me dice contundente: “No toda la violencia sexual tiene que ver con violación, con penetración. Todas las violencias sexuales dejan impactos muy fuertes en nuestras vidas”.

Clara plantea que la violencia sexual permea la vida de las mujeres desde su nacimiento, que está normalizada, que las sociedades se organizan a través de esas violencias, los cuerpos de las mujeres son vistos como cuerpos que se pueden dominar, usar y desechar. Dice también que la hipersexualización es una pedagogía de cómo tratar a las mujeres y una pedagogía de cómo las mujeres se deben relacionar o vivir su cuerpo.

A partir del trabajo con mujeres sobrevivientes que se acercan a la colectiva, han podido detectar que algunos de los impactos de la violencia sexual son: indefensión adquirida, baja autoestima, afecta el gozo de la sexualidad, altera el vínculo con el cuerpo propio, disminuye la voz propia, dificultad para tener posiciones distintas en el mundo.

Clara fue víctima de violencia sexual por parte de un familiar cuando ella era una niña de 6 años de edad. Durante muchos años no habló de ello, no lo reconoció, lo bloqueó. Como le sucedió a otras compañeras que se han acercado a la colectiva, Clara comenzó a sentir culpa de lo que había sucedido, a no querer su cuerpo, tuvo dificultad para sentir placer y sentirse querida, para tener contacto físico y sexual; tuvo depresión. Vinculada a la culpa llegó el rechazo a su cuerpo: se sentía sucia, se castigaba a través de la comida, a través de relaciones tóxicas. A la distancia, entiende que bloquear ese abuso le permitió sobrevivir, hasta que fue necesario hablar de ello.

Si bien el abuso sucedió en una parte concreta de su cuerpo, se siente en todo el cuerpo. “Como una telita que se rasga por todas partes, como una media que tiene un hoyito y que se va jalando por todas partes”, dice Clara.

Acompañada por otras mujeres Clara fue aprendiendo varias cosas que le permitieron relacionarse de otra manera con la violencia en su contra. “Para mí fue muy importante primero ensamblar la violencia a un concepto, saber que eso que me pasó es una violencia, un crimen, que no soy la única”. Con compañeras y con terapia pudo compartir lo que vivió para sacar la vergüenza de sí misma.

Luego vino el acomodar la violencia en su historia de vida. “Marcó una trayectoria en mi vida y la ha configurado de muchas formas, fue algo muy doloroso, es el motor de mi lucha. Para mí fue importante nombrarme como sobreviviente de violencia sexual, pero ya no. Es como si esa definición, ese reconocimiento fuera una andadera que necesitaba para caminar, pero ya no.  Ahora busco otra forma de definirme”.

Bárbara

Le pregunto a Bárbara cómo fue que ella recuperó su cuerpo después del abuso sexual. A Bárbara la pregunta no le hace sentido. “Más que pensar en cómo se recupera un cuerpo después de una violencia sexual, pienso en cómo se acompaña ese camino de redirección y cómo se desenvuelve ese camino de redirección. A dónde nos va a llevar esa redirección”.

Bárbara es bailarina y sufrió una agresión sexual en la calle. Era el año 2008, ella salió de trabajar como parte del casting de un comercial, eran las 6 am y en la colonia Narvarte tomó un taxi. A media cuadra se subieron dos hombres, uno de cada lado, que intentaron someterla. “A mí me dio un killbill que comencé a pegar patadas para todos lados”, dice. En respuesta, ellos la golpearon, la insultaron, la tocaron. Le ataron las manos con el pañuelo que ella llevaba puesto en el cuello y Bárbara les dijo “por favor no me violen”.

No lo hicieron, pero Bárbara tuvo varios minutos de inconsciencia, cuando despertó estaba tirada en una calle de la colonia Escandón. Lo que comenzó en un intento de robo, reflexiona Bárbara a la distancia, terminó en un sometimiento sexual. Bárbara se defendió primero a golpes, después se apagó, “me morí en el momento, me desvanecí”. Los hombres, entonces, pararon el auto y la dejaron tirada en la calle. “Me acuerdo perfecto de sus ojos, había un brillo muy específico en sus ojos que me hacen pensar en esa imagen del infierno, prendida a fuego, deformidad en ellos. Esa madrugada me sorprendió mucho saber que ellos me llevaron a su infierno, lo conocí.  Ustedes me llevaron a este infierno, ustedes son y viven en ese infierno, yo no quiero permanecer ahí”.

Como bailarina Bárbara tiene una relación cercana con su cuerpo. Después del ataque en el taxi “sentí una caída en un agujero negro, sentía que no podía abrir la ventana, me daba miedo la ventana, la persiana abierta, sentía que estaba en una especie de cuarto oscuro que no quería que nadie me viera. Sentía  que nadie me podía mirar en la calle, rechazaba  cualquier ruido extraño, se cerraba otra vez mi cuerpo y esas cosas me dieron pistas para entender qué me estaba pasando”. Acudió a terapia y ahí entendió que ella había vivido abusos sexuales desde niña y que su cuerpo ya sabía reaccionar, por eso primero se defendió a golpes, después se “apagó”.

Esa sensación que tuvo después del ataque, la sensación de caída en un agujero negro, le dio pistas para responder.  Tiempo atrás y como bailarina  Bárbara había tenido contacto con los arneses, así que decidió volver. “Y me empecé a colgar de arneses, y a suspender de arneses y empecé a entender a mi cuerpo de otro lugar. El arnés me dio esa posibilidad de caerme, de rehabitar la caída de otra forma”.

Bárbara aclara que no quiere que esto suene a recurso de autoayuda fácil. Para ella la caída protegida con arneses le dio la posibilidad de reubicarse, de reconfigurar, de hacer un nuevo proceso de reconocimiento espacial. “Einstein dice que nuestra configuración espacio tiempo tiene que ser con la fuerza de gravedad si cambia la gravedad cambia la percepción del espacio tiempo. Y te permite reconfigurar cosas”.

De su aprendizaje Bárbara dice a otras mujeres que es importante aprender a escuchar

el cuerpo y dejar que hable, “escuchar al cuerpo es dejar que hable y al hablar puede decirnos cosas de nosotras, buscar maneras para rehabitar nuestros cuerpos; nunca sabemos qué van a hacer, cómo van a reaccionar, pero sí podemos aprender a leerlo, que lo que nos atraviese nos constituye como queramos nosotras. Es decir, ¿qué hacemos para que ese ‘quienes somos’ no sea porque nos hicieron algo sino porque nosotras hicimos algo con eso que nos hicieron? Siempre vamos a hacer algo con eso que nos hicieron”.

Por eso a Bárbara no le hace sentido el “recuperar” el cuerpo después de ser víctima de una violencia sexual. “Recuperar es decir que nos rompieron, pero no. Yo no sé quién sería si no hubiera pasado eso, pero sí me constituyó, son herramientas que me hicieron entender mucho del mundo, de mi historia, por ejemplo, sin esto que sucedió no me hubiera dado cuenta de lo de mi infancia. Este evento redirigió la composición de mi cuerpo, mi relación con él y con el mundo”.

Yanelli

El 8 de junio del 2016 Yanelli fue atacada sexualmente por dos hombres cuando viajaba en un taxi colectivo. Yanelli entonces tenía una hija de un año de edad que la esperaba en casa. La sometieron, la golpearon, abusaron de ella. Sobrevivió y logró reconocer a uno de los agresores, quien fue encarcelado. En venganza, un año después, en el 2017, fue nuevamente víctima de un ataque pero ahora en su casa, a donde dos hombres acudieron para advertirle que retirara la denuncia. La golpearon, la ataron, abusaron de ella y la dejaron moribunda, frente a su hija. Perdió la visión en un ojo y la escucha en un oído.

“Me gustaría comenzar diciendo quién era yo o qué hacía yo antes de la violencia vivida, porque hay cambios radicales, irreversibles, no sólo en términos físicos sino emocionales”, dice Yanelli. Antes del abuso Yanelli era enfermera y también bailarina de danza clásica y contemporánea, era su actividad favorita y también su sostén económico. Después del abuso sexual el baile “se convirtió en algo que dejé guardado. El ataque me hizo sentir culpable, que tenía una figura esbelta y que eso fue motivo del ataque, como si el ataque fuera mi culpa y he lidiado mucho con eso. Por eso pensar en volver a bailar se me hace como algo imposible, algo que no sucederá de nuevo, pero lo sigo necesitando, mi cuerpo extraña el movimiento”.

En el ataque del 2016 los dos agresores cortaron la ropa de Yanelli con una navaja, le rompieron los zapatos. “En el momento en que sucedió el ataque quería ver a mi mamá, quería sentirme protegida, como una niñita, como en ese lugar seguro, pero también en ese lugar lleno de pureza y de ternura. Ahí fue cuando empecé a experimentar este sentimiento de culpa y de repulsión hacia mí, repulsión, asco, ahí experimenté por primera vez este sentimiento, como espasmos, eran manifestaciones de mi cuerpo por la invasión que había vivido”.

Después de la agresión y su posterior atención en el hospital (donde le dieron medicamento profiláctico, la pastilla del día siguiente y le cosieron el cuero cabelludo que le arrancaron durante el ataque) Yanelli volvió a su casa a reposar, pero no pudo acostarse en la cama, porque se sentía contaminada. “Cuando llegué a mi casa me acosté en el piso… Me despreciaba tanto, tanto, tanto. Que me quedé ahí como perrito en el piso, sentada, y cuando regresé y cuando me bañé pues también sentía que la ropa que usaba era como si me la prestaran, me sentía invasora en mi propia casa, me sentí impura, sucia, sin valor”.

Las consecuencias del ataque incluyeron ataques de pánico, depresión, intento de suicidio y pérdida de su empleo.

Yanelli denunció y un mes después identificó al agresor, que fue detenido. Eso generó una ola de amenazas y ataques en su contra para que quitara la denuncia. Un año después, el 12 de octubre de 2017, Yanelli fue atacada en su casa por dos hombres, frente a su hija de ahora dos años de edad. Antes de irse, los agresores rayaron la piel de su pecho y escribieron la palabra “puta”.

“Yo entendí que no me odiaba a mí, que odiaba lo que habían hecho conmigo y era muy difícil porque era mi propio cuerpo e intenté hacerle daño a mi cuerpo, bajando de peso, dejando de dormir y ahora me veo al espejo y no tienes idea de cómo intento abrazarme porque ya me traté muy mal hace mucho tiempo. Con mucho trabajo puedo pensar ahora que mi cuerpo está limpio y es maravilloso y no tienes idea de cómo me he recuperado de eso. En la segunda agresión ya no me importaba tanto la agresión sexual sino más bien el coraje que tenía era no haber estado para mi hija, ahorita lo que me mueve es la justicia para mi hija”.

Las omisiones de las autoridades permitieron este segundo ataque: en la carpeta de investigación, a la que accede el acusado, no protegieron los datos de Yanelli por lo que ahí lograron ubicarla; además de que Yanelli tenía protección por las amenazas, pero meses antes del ataque la escolta le fue retirada.

Por el segundo ataque Yanelli puso una denuncia por violación sexual y violación equiparada, además de que dos denuncias, una por pornografía infantil y otra por abuso sexual contra su hija, pues los agresores le tomaron fotos a la niña y atacaron a su mamá frente a ella. Sin embargo, la Fiscalía de Puebla no ha investigado estos dos crímenes.

Yanelli fue atacada por 4 hombres, 2 en el año 2016 y 2 en el año 2017. Erik “N” fue sentenciado a 10 años por el ataque del 2016; Sergio “N” fue sentenciado a 25 años por el ataque del 2017. Aún hay dos personas prófugas.

“Nos cambiaron todo, a mí, a mi hija, a mi hermana, a mi mamá, que murió en el año 2018. Ellos, los atacantes, se ensañaron conmigo porque no desistí en la justicia y eso me expuso, pero ahora me da fuerza. Ahora lo que quiero, lo que necesito es hacerle justicia a mi hija, a mi cuerpo, a mi corazón. Cuando me ataron no pude defenderme, pero ahora sí, ante la fuerza bruta, ante las amenazas, la manera de defenderme es resistiendo, no desistir del proceso judicial a pesar de las amenazas, intentando recuperar mi salud, intentar que mi hija tenga una vida lo mejor posible. Lo mínimo que merecemos es sanar. Estar tranquilas”.

Para Yanelli un paso importante fue hacer pública la agresión y la denuncia, a pesar de la vergüenza y de las amenazas que ya habían tenido consecuencias fatales en su contra. “Resignifiqué mi vergüenza con fuerza y con amor por mi hija, eso ha sido muy poderoso para mí”.

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