Jardinería de coral: los viveros que florecen bajo el mar
A través de la jardinería de coral, la organización Efecto Arena ha sembrado casi 10 mil colonias de coral duro del género Pocillopora en el Pacífico mexicano y cuentan con más de 6 mil nuevas colonias en crecimiento en sus viveros submarinos
Texto: Astrid Arellano en Mongabay Latam
Foto: Efecto Arena
Los buzos se sumergen entre los arrecifes que se han dañado por efecto del oleaje, los huracanes y la acción del ser humano. En su recorrido bajo el agua recogen fragmentos de corales que han caído sobre la arena para sembrarlos en un vivero submarino, en donde los cuidarán hasta transformarse en jóvenes colonias. Luego, los regresarán a los arrecifes impactados para trasplantarlos y así restaurar esos sitios a través de la jardinería de coral, un método que demuestra que los viveros también pueden florecer bajo el mar.
“Primero, los corales son una ramita pequeña y, cuando crecen, obtenemos una especie de brócoli. Durante seis meses, les damos mantenimiento, limpieza y supervisión para que ningún otro organismo llegue a comérselos. Cuando tienen la estructura y el tamaño para subsistir en el arrecife, los llevamos al sitio para colocarlos y fijarlos”, explica Jorge Iván Cáceres Puig, biólogo y director de Efecto Arena, organización dedicada a la conservación marina y la educación ambiental en la Bahía de La Paz, Baja California Sur, en el noroeste de México.
El proceso de incubación se realiza sobre camas de vivero hechas con tuberías plásticas de PVC que reciben esos fragmentos. Allí, los especialistas los preparan con pequeños tubos y coples que encajan entre sí y que, ya en el proceso de trasplante en el arrecife, funcionan como bases que se fijan en la roca con resina epóxica.
“En el arrecife, los vemos como si hubiera tornillos y tuercas por todos lados, pero son las jóvenes colonias —los brócolis— que están atornilladas en esos espacios. El coral queda fijo en la roca y esto le permite tener su primer sustrato. Allí sigue creciendo y la base de plástico que nosotros pusimos, y que va embebida completamente en el coral, ya no se ve”, detalla Cáceres Puig.
De esta manera empieza un proceso de sucesión ecológica —explica el especialista— en donde, a la par del crecimiento de los corales, comienzan a llegar otros organismos como esponjas, crustáceos y peces, señal de un ecosistema sano.
“Es muy bonito ver cómo va construyéndose un ecosistema, en el sentido de que aumenta su complejidad, es decir, la diversidad de organismos que están en el sitio. Además, esos mismos organismos empiezan a exportar biomasa, porque llegan los juveniles de peces o de algunos otros invertebrados y, después de que se desarrollan, se van del sitio. Esto genera un ecosistema mucho más sano, pero que al mismo tiempo está exportando más vida hacia el resto del océano”, agrega Cáceres Puig.
A través de esta técnica, desde el 2021 a la fecha, han logrado sembrar casi 10 000 colonias de coral duro del género Pocillopora y cuentan con más de 6 000 nuevas colonias en crecimiento, listas para trasplantarse en las zonas de restauración en la Bahía de La Paz.
Corales amenazados
El Área de Protección de Flora y Fauna Balandra se ubica en Baja California Sur. Se trata de uno de los sitios con mayor extensión de manglar en la Bahía de La Paz y, por sus aguas color turquesa, su arena blanca, sus extensas dunas y arrecifes rocosos, es conocida como una de las playas más hermosas del país.
Los arrecifes alrededor del mundo enfrentan graves problemas por el blanqueamiento de coral ocasionado por el cambio climático, pero también por la contaminación. Justamente, en Balandra, el mayor impacto es derivado del turismo, afirma Cáceres Puig.
“Nosotros también hemos enfrentado el blanqueamiento de coral —los últimos estudios lo estiman en un 30 % en esta zona— sin embargo, es mucho menos de lo que está pasando a nivel mundial. Afortunadamente, hemos encontrado organismos bastante resistentes y esto permite que se recuperen relativamente rápido en la zona”, explica Cáceres Puig.
Cuando iniciaron los trabajos de Efecto Arena, a partir del 2019, una de las primeras observaciones del equipo de expertos fue que en las prácticas turísticas y recreativas —una de las principales actividades económicas de Baja California Sur— la gente que participaba en los recorridos turísticos dañaba los arrecifes de coral al pisarlos, ocasionando la degradación del sitio.
“Es gente que normalmente no nada en el mar. Son personas que se sienten inseguras allí y, a pesar de que les ponen chalecos salvavidas, también les ponen unas aletas que jamás habían usado y lo primero que buscan para sentirse seguros es pisar algo. Lamentablemente, lo que encuentran no es una piedra, sino el coral. Con las aletas y con los pies, lo pisan y rompen muy fácilmente, porque la estructura del coral es de carbonato de calcio”, describe el especialista.
Los viveros submarinos se encuentran dentro del área de influencia de Balandra. El principal —al igual que el centro de operaciones de Efecto Arena— se ubica en la Bahía de Pichilingue. Dentro de esa área, cuentan con dos sitios de restauración: el Islote de San Rafaelito y Punta Diablo. También, dentro de la zona influencia de Balandra, realizan esfuerzos de restauración en todo el litoral de la isla San Juan Nepomuceno y, dentro del Parque Nacional Bahía de Loreto —otra área natural protegida— en un sitio conocido como Bajo El Camarón, impactado ambientalmente por el encallamiento de un yate.
También buscan iniciar trabajos de restauración en el sector de Cabo Pulmo, sin embargo, ha resultado complicado obtener los permisos necesarios de la autoridad ambiental, pues “hoy en día es más difícil sacar un permiso para restaurar un arrecife, que para construir un hotel”, sostiene Cáceres Puig.
“Cuando empezamos a trabajar con la jardinería de coral, no se estaba haciendo ningún esfuerzo de restauración similar en la Bahía de La Paz ni en otro lado del continente en el Pacífico mexicano. Vimos una degradación del ecosistema y que cada vez había menos peces y menos corales, entonces decidimos ponernos manos a la obra. El nombre que tenemos, Efecto Arena, hace alusión a que, con un granito de arena a la vez, es posible inclinar la balanza en favor de nuestros mares”, agrega Cáceres Puig.
Actualmente, los expertos trabajan con el género de coral duro Pocillopora, que incluye a varias especies con diferencias morfológicas muy sutiles y que no se pueden distinguir a simple vista. Este género es el principal formador de arrecifes en el Pacífico Mexicano.
“También trabajamos con otra especie, Pavona gigantea —que en lugar de crecer como arbolito o brócoli— crece como si fuera un tapete. Es un poco más complicado y más delicado. En este caso, hacemos pequeños cortes del coral, de uno o dos centímetros cuadrados, y los pegamos en unas pequeñas galletas de cemento, del tamaño de la palma de una mano, y las llevamos a los viveros, en donde este coral sigue creciendo como si fuera un tapete. La diferencia es que tiene que cubrir la galleta para poder llevarla después al sitio de restauración”, detalla el experto.
Las Naciones Unidas han informado que el 70 % de los arrecifes de coral del planeta están amenazados: el 20 % de ellos ya está destruido, sin esperanza de recuperación, mientras que el 24 % corre riesgo inminente de colapso y un 26% adicional está en riesgo por amenazas a largo plazo. Según Efecto Arena, la restauración de coral es fundamental para la vida de nuestros mares, pues los arrecifes de coral albergan alrededor de una cuarta parte de la biodiversidad marina de los océanos y son responsables de gran parte del oxígeno que respiramos. También ofrecen servicios ambientales como el secuestro de carbono, indispensable para enfrentar el cambio climático.
Un gran vivero submarino
El enorme vivero se extiende con 120 camas rectangulares construidas con tubos de PVC, ubicadas a una profundidad de cuatro metros, en un sitio somero y habitado por incontables peces. Cada cama tiene la capacidad de incubar 50 fragmentos de coral, describe Victoria Muñoz, bióloga y buza restauradora de Efecto Arena.
“Cuando buceamos encontramos peces globos, botetes, parguitos y caballitos de mar, es muy común verlos cerca de los viveros. Instalamos el vivero en esta zona porque se trata de aguas someras donde los corales pueden crecer sin ninguna complicación, es una zona protegida, donde las camas no están expuestas a oleaje fuerte o algún otro tipo de perturbación. La zona es realmente muy tranquila y permite que los corales crezcan fuertes, bien y rápido”, agrega la experta.
Aunque sí existe mortalidad de los corales que han sido trasplantados, coinciden Muñoz y Cáceres Puig, su metodología permite el reemplazo de colonias.
“Nosotros, más o menos, tenemos entre el 80 y el 90 % de sobrevivencia de los corales, sin embargo, este mecanismo nos permite reemplazar los corales que no han sobrevivido”, dice Cáceres Puig. “Hay una similitud con el caso de los árboles. No se trata de ir a sembrar un árbol, sino de cómo construimos un bosque. En este caso, un arrecife”.
Al final, la parte importante en el esfuerzo de restauración, es ayudar al arrecife a continuar cumpliendo con sus funciones en el ecosistema, sostiene Victoria Muñoz.
“Algo muy importante de hacer esto es que la gente conozca cuál es la importancia de ese ecosistema, que conozca por qué es tan importante conservarlo y cuáles son las acciones que existen para lograrlo, para que así ellos también puedan sumarse. Es decir, además de estar restaurando, también se trata de educar a las personas para que conozcan este ecosistema y también lo cuiden y lo protejan”, agrega.
Aprender en comunidad
La organización también trabaja en la educación ambiental y participación comunitaria. Con los talleres prácticos de jardinería de coral, muestran a niños, jóvenes y otras organizaciones civiles y comunitarias las técnicas de jardinería que existen. Así, al mismo tiempo que construyen una cama de vivero juntos, aprenden sobre la importancia de los arrecifes coralinos para el planeta y se convierten en embajadores de la conservación del mar y la zona costera.
“En el caso de los prestadores de servicios turísticos, buscamos sensibilizarlos, pero también que esta información sea parte de sus tours o experiencias con los visitantes, para que la gente que vaya a bucear, aprecie los corales y la biodiversidad de los arrecifes”, explica Cáceres Puig. Sin embargo, a la fecha han sido pocos los prestadores y guías turísticos que han participado, pues no todos consideran invertir su tiempo en la capacitación y pausar momentáneamente su trabajo turístico.
“Buscamos fortalecer la estrategia para llegar a ellos, para que no vean esas 20 horas invertidas como tiempo desperdiciado en el que no pudieron ganar dinero y que, por el contrario, vean que esto también tiene un valor. Eso permitirá distribuir aún más el mensaje y contribuir a una cultura de respeto a los corales más efectiva”, agrega el biólogo.
Para el caso de los niños y jóvenes, la organización realiza talleres que permiten despertar la conciencia a través de juegos e interacciones lúdicas en las que aprenden qué es el coral, su distribución, cómo se forman y su importancia en los océanos. El propósito —dice Victoria Muñoz— es finalmente crear conciencia respecto a las acciones cotidianas que pueden tener consecuencias en los océanos.
“A veces desconocemos toda la cadenita que conllevan las acciones de nuestra vida cotidiana y cómo algunas de las consecuencias pueden estar afectando directamente a nuestros mares, nuestros ecosistemas y nuestros arrecifes”, concluye Muñoz. “Hay acciones pequeñas que podemos hacer día a día para protegerlos”.
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