Ébano en la Gloria
*Por Mirna A. Benítez Juárez
Estoy convencida que no todas las medallas de oro en la Olimpiadas -pasadas y presente- tienen el mismo significado para quienes las obtienen y para las sociedades de los países que se ven representados -con ellas- en sus atletas.
Estas líneas van para reconocer un caso excepcional en este tipo de competencias, tanto por el portento que significa alcanzar individualmente cinco oros en cinco juegos olímpicos consecutivos, como por ser resultado de una realidad que fue y se diluye, para mí, nostálgicamente.
Mijaín López, para propios y extraños, es indiscutiblemente un Dios de Ébano que ha alcanzado la Gloria, es decir, va más allá del Olimpo, y si los medios de comunicación lo difunden, muchos infantes y adolescentes buscarán ser como él. Esta hazaña tiene una particularidad a destacar: venció a su discípulo y amigo Yasmani Acosta, también cubano, pero que compitiera bajo la bandera chilena. Esta realidad tiene dividida a la opinión cubana (dentro y fuera de la isla) pues resulta imposible no reconocer las dificultades que los deportistas cubanos tienen que superar (como los de muchos países designados “tercermundistas”) para subir al pódium, a diferencia de aquéllos que cuentan con la infraestructura -de todo tipo- para entrenar cotidianamente y ser apoyados como atletas de “alto rendimiento”. López ha sido capaz de ser un superviviente del “deporte revolucionario” que, lamentablemente, cada vez se parece más -en sus resultados- al del resto de Latinoamérica. Y no porque menosprecie lo alcanzado por los atletas de nuestro “subcontinente”, sino porque aquella concepción deportiva demostró que la voluntad política incide, no siempre de manera negativa, en la vida de los seres humanos y Mijaín lo sabe, lo pregona y una parte de los cubanos lo disfruta. Yasmani, el otro cubano, joven, formado inicialmente en su tierra natal, se aventuró a ser un disidente -al “desertar” de Cuba- y llevar “su lucha” a otro país que quisiera adoptarlo, Chile se lo permitió. Con estas circunstancias complejísimas mantuvo el apoyo de Mijaín en diferentes escenarios que pudieron compartir y demostraron que la cubanía va más allá de la residencia en la mayor de Las Antillas. Difícil, muy difícil para Acosta, pretender derrotar a su ídolo y amigo en “la arena” pero también, creo, perdió antes la lucha en su cerebro. Habrá quienes lo injurien, habrá quienes lo entiendan, yo me quedo con la romántica idea de que la amistad aún campea -entre algunos deportistas- a pesar de la férrea competencia que se promueve en todos los ámbitos posibles para no ser considerado como un fracasado. Para cerrar esta primera parte del texto me pregunto si quienes vieron la “despedida de Mijaín”, como yo, experimentaron la sensación de mirar a un gigante arrodillarse, en el altar de su consagración, y presentar conscientemente su renuncia a lo que ha sido el motivo de vida y reconocimiento. ¡Ay! imaginé un faro tendente a apagarse si no se revitalizan los astilleros y embarcaciones que le han dado la razón de ser.
Por otra parte, Simone Biles, una sobreviviente al abuso sexual, a las exigencias de “los patrocinadores”, a las presiones sociales y de personas famosas -cómo olvidar a Djocovick con su blanquitud, misoginia y “hombría” criticarla por “no soportar la presión”- y, sobre todo, al vivir en un país que premia la agresividad, la belleza estilo griego y la impiedad. Las medallas de Simone representan la resiliencia femenina, la sororidad y la aceptación de pausar cuando la salud metal está en riesgo. Tal vez no es lo que se espera de una multicampeona, pero sí de una persona, por fortuna, de una mujer que evidencia su grandeza a pesar de los pesares. Gracias a Simone muchas niñas aspirarán a ser como ella, dentro y fuera de los gimnasios; también por ella, otras competidoras han llegado a estas justas deportivas y, sin demeritar a Rebeca Andrade y su medalla sobre Biles, brillan más al tener como oponente a una “gigante” de 1.42 m.
De colofón me pregunto: ¿cuál de todas sus medallas es más significativa para Mijaín? ¿Cuál para Simone? ¿Qué disertarán los cubanos, en los parques públicos, acerca de sus medallas? ¿Cómo se recibe una medalla de oro en la sociedad estadounidense? ¿Esperarán, como nosotros, una presea dorada para no sentirnos tan desesperanzados o lo perciben como algo normal? Considero que, al menos algunas personas en México, apostamos a lograr una miguita en el festín olímpico para considerar que los Dioses aún nos consideran parte de su grey porque, si no fuera así ¿qué nos lleva a seguir estas competencias ritualmente cada 4 años? Al no tener la respuesta sé que esperaré Los Ángeles 2028 y, por qué no, la posibilidad de medallas doradas. Es más, ansío que Marco Verde -mediante nuestro entrañable box- alimente el alicaído ánimo.
*Socióloga e Historiadora. Integrante del Observatorio Maradonian@ del Deporte.
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