“Dancing queen” y 0.005 segundos
*Por Raciel D. Martínez Gómez
Uno de los momentos más icónicos de los juegos olímpicos de París 2024, cuando menos para el atletismo, lo fue todo el despliegue performático que realizó el sueco Armand Duplantis para rebasar los 6,25 metros en la prueba de salto con pértiga.
Lo consiguió luego de tres intentos. Creo que, desde el primero, de sobra se notó que superaría la altura del récord. Sin embargo, transcurrió una escena de tintes teatrales con muchos significados y un matiz dramático que dio suspenso a la consecución de la marca -sólo faltó la cámara lenta y un close up desde el ángulo imposible de la pértiga para que fuera una película de Oliver Stone.
La proeza se alcanzó con el estadio todavía lleno, expectante por ser testigo del triunfo de Duplantis. En medio, se hizo entrega de la medalla de oro a Noah Lyles de Estados Unidos, campeón de los cien metros planos, el cual también tuvo su momento sublime al cerrar la jornada del día anterior con la final más apretada de la reciente historia olímpica: obtuvo su presea dorada por escasas 0.005 milésimas de segundo.
Abundaron ingredientes para decorar la marca de Duplantis. El tipo en sí es garantía mediática, histriónico total en contraste con lo sobrio de sus compañeros de escolta, es fotogénico a rabiar, sabe posar distraído mientras esperaba como león enjaulado cada intento y todavía supo celebrar a diestra y siniestra sabedor que era el foco de atención en el Stade de France.
Fue así como corrió, brincó como eufórico adolescente frente a la grada, abrazó a su familia (madre, padre y esposa), dio la vuelta olímpica ante más de 70 mil asistentes con “Dancing queen” de Abba como música de fondo y tocó la campana; y, para concluir el círculo mediático, aquí intertextual y barroco posmoderno, emuló al tirador turco Yusuf Dike, cuyo desparpajo a su vez mereció una réplica creativa que se volvió tendencia viral en la república de los memes.
Si me hubiesen descrito con anticipación este escenario, alegaría contra un guion de gusto recargado y hasta un montaje ligeramente kitsch –cool, para ser sueco. Vaya, hubiera apostado que sí, que Abba, y esa canción, era la indicada (quizás, también, Ace of base).
En un gráfico elaborado por la BBC de Reino Unido, se detalla la dimensión de la acrobacia de Mondo, como se le conoce a Duplantis. Saltó dos veces al basquetbolista francés Wenbayama, el gigante de los spurs de San Antonio de la NBA, que mide 2,23 metros. Asimismo, burlaría sin ningún empacho un autobús de dos pisos que circulan en Londres y miden 4,38 metros; y, entrados en gastos, Duplantis se elevó por encima de una jirafa de talla 5,5 metros (es curioso, la primera marca de la historia, en 1912, fue de 4,02 metros de Marc Wright, en Cambrigde, EU; es decir, 2,23 metros más saltó Armand).
El ucraniano Sergey Bubka, sin duda, fue una leyenda de la misma disciplina durante una década, 1984-1994, batiendo récords 17 veces. Duplantis lleva apenas cuatro años y demuele a su paso cualquier tope; antes de París tenía ya ocho récords. La diferencia entre Bubka y Duplantis son los tiempos en los que desarrollan sus carreras. Se trata de tres décadas de distancia, por lo que Bubka apenas rozó el mundo de las redes sociales. En cambio, la revolución de la comunicación tecnológica está en apogeo, y Duplantis y, sobre todo, el atletismo, está consciente del plusvalor que genera una figura como la de Armand en la sociedad red.
En este contexto, de todos es sabido que el hiper capitalismo es un callejón sin salida para la mayoría de los deportes contemporáneos y que una de las estrategias es proyectar las disciplinas a través de un protagonista que sea mediático. Sí, la mediatización del deportista es el foco del futuro próximo en deportes como el atletismo que intentan posicionar las disciplinas de pista y campo.
En deportes profesionales de EU hoy tan exitosos, hallaron la fórmula precisamente con la proyección de sus estrellas. Le ocurrió a la NBA que, antes de la era de Michael Jordan, padeció niveles de audiencia muy bajos. En la década de los ochenta, el Doctor Jerry Buss generó una mina de oro con Earvin Magic Johnson para crear el show time de los Lakers de Los Angeles. Luego llegó Jordan a los toros de Chicago y transformó la historia del basquetbol.
El atletismo parece mirar hacia ese esquema. El mismo Noah Lyles declaró en los campeonatos mundiales de atletismo que necesitaba ganar para potenciar al deporte. Y, en una conferencia inusualmente incorrecta, Lyles confesaba su molestia con los equipos de la NBA que se proclamaban como campeones mundiales del basquetbol, cuando tenían que limitarse a decir que eran campeones de los EU. Nosotros sí somos campeones del mundo, decía el ahora campeón olímpico de los 100 metros, porque aquí (en los campeonatos mundiales de atletismo) sí se ven banderas de diferentes países.
Siguiendo la conversación con nuestro colega y amigo Juan Pablo Zebadúa Carbonell, la pugna de modelos de gestión deportiva nos sitúa en una compleja sofisticación, inclusive hay inusitados empalmes donde conviven políticas públicas y comercialización salvaje. Pero de que el Deportista-Estado cedió gran terreno al Deportista-Mercado, es un hecho. Las multinacionales Nike y Adidas, por decir algo, saben que el mercado de la prueba del maratón es enorme y por ello la disputa de patrocinio para los corredores africanos y su inversión tecnológica para aligerarles las zapatillas.
En efecto, Lyles supone un agresivo posicionamiento mediático para el atletismo. Duplantis suma a esta idea de inyección de recursos capitalistas porque saben que hay un mercado latente para consumir la fugacidad del modo de vida de estos protagonistas de pista y campo. Sigo sosteniendo, que todo triunfo espectacular en la etapa contemporánea es un bálsamo de adrenalina para conjurar el mortal destino, por eso disfrutamos tanto que los ganadores lo sean por 0.005 milésimas de segundo y que festejen olímpicamente con “Dancing queen”.
*Integrante del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación/Universidad Veracruzana
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