Lo que dura un parpadeo

Simone Biles
Foto: @juegosolimpicos

*Por Raciel D. Martínez Gómez

La ansiedad parece ser el amigo secreto de todo deportista contemporáneo de alto rendimiento. En esta tiranía del mérito, como ya describió Michael J. Sandel a la sociedad actual, se fija al éxito individual como horizonte próximo inmediato relegando a segundo término el bien común. Esto trae como consecuencia una concentración en extremo neurótica, donde el individuo busca, a toda costa, destacar como ocurre en el deporte -a ello agréguesele asimetrías económicas, como el aún despiadado darwinismo laboral, por lo que las culturas migrantes y minoritarias solo tienen opciones de ascenso en el deporte.

Pero habrá que matizar, hay de disciplinas a disciplinas y, por tanto, diferentes grados de ansiedad.

En el deporte de alto rendimiento, la tesis de Sandel no resulta condena fácil contra el espíritu del tiempo, liberal, que lo es, salvaje versión donde se aspira a la fugacidad como si fuese una suerte de conjura contra el sino mortal.

Incluso, el propio filósofo político señala excepciones como Lebron James, Michael Phelps y Usain Bolt, porque sus equipos se esfuerzan y no arriban al puerto estelar. Unos cumplen su trabajo sin brillo refulgente, como sus compañeros Anthony Davis, Jason Lezak y Yohan Blake, mientras que James, Phelps y Bolt se concretan a acariciar hazañas.

Sin embargo, hemos de aceptar, la ansiedad es democrática, pues no distingue color ni deporte y les acompaña a todos y en todas partes; y su desencuentro, entre lo que te obliga al triunfo y lo que deseas, genera un estrés inigualable y que salvo los más cercanos a los héroes dominan a través del focus.

Como cada ciclo olímpico, los deportistas de alto rendimiento no solo ponen a prueba su físico, que no está bajo sospecha; más bien el reto principal es mantener su salud emocional en la propia justa. Recordemos que Simone Biles, la gimnasta multicampeona con 37 medallas entre olímpicas y mundiales (ya lleva 38 por el oro por equipos en París), en Tokio tuvo que retirarse al padecer twisties repentinos, una desconexión del físico con el cerebro afectando gravemente la calidad de sus rutinas. Y no solo eso: peligraba su salud integral, imaginemos la tragedia por una aparatosa caída o hasta una agudización psicológica podría acunarse como trauma.

La ansiedad es de lo más cruel en deportes que se practican en pista. En la prueba reina del atletismo la angustia es punzante, mayúscula en varios momentos. Durante la preparación de la carrera de los 100 metros los nervios muerden a los atletas. Las Olimpiadas en este contexto imponen porque compiten ultra presionados y mega observados: donde no solo deben ganar, así, el deber ser, sino implantar marcas porque es el máximo escaparate que comercialmente resulta con mayores dividendos.

Estas ansias en el evento magno del deporte, se aprecian en una lista histórica de las marcas de 100 metros. Y es que resulta que entre los primeros 15 tiempos, sólo uno se dio en la olimpiada, la de Tokio. El resto de los mejores tiempos en la historia los acaparan, del 1 al 13, el Mundial de Atletismo, la Liga de Diamante, el Gran Premio IAAF y los nacionales de Estados Unidos y Jamaica que, por cierto, estos dos últimos son verdaderas carnicerías (recomendamos en Netflix la serie Sprint: los humanos más veloces).

El inverosímil 9,58 lo consiguió Usain Bolt, de Jamaica, en el Mundial de Atletismo de Berlín en 2009, y no en las Olimpiadas. En segundo lugar se ubica Tyson Gay, de EU, con 9,69 y Yohan Blake con 9,69, también jamaiquino, con récords logrados en la Liga Diamante. Sigue una larga fila de velocistas y es hasta el lugar 14, cuando aparece un atleta con marca en Juegos Olímpicos, Marcell Jacobs, de Italia, con tiempo de 9,80 en Tokio 2021, y cabe destacar que desde agosto de ese año no ha vuelto a ganar.

En la primera Olimpiada celebrada en Atenas 1896 venció Tom Burke con un tiempo de 12,0. En las siguientes dos olimpiadas, París 1900 y San Louis 1904, el récord descendió a 11,0. En México 1968 se logró el hito de bajar los 10 segundos, cuando Jim Hines alcanzó un demencial 9,95. Es decir, pasaron 64 años para reducir un segundo.

Fue hasta Seúl 1988, veinte años después, cuando Carl Lewis desbancó a Hines con un delirante 9,92. Imaginen que en Barcelona 1982 el inglés Linford Christie hizo un impresionante 9,96, pero quedó “lejos” del señor del viento.

Lo que ocurre posterior a los juegos de Corea es fantástico. Donovan Bailey 9,84 en Atlanta 1996 y Usain Boilt 9,69 y 9,63, tanto en Pekín 2008 como en Londres 2012. Solo que la hegemonía de Bolt la corona en unos juegos mundiales, como decíamos, en Berlin, donde casi arranca medio segundo a los diez que durante mucho tiempo fueron un tope: 9,53.

Estamos de acuerdo, las carreras de cien metros, duran un parpadeo. Si consideramos que la mayoría parpadeamos cada cuatro segundos y que cada parpadeo tiene una duración de un décimo de segundo, entonces una carrera de Bolt no alcanza más que para dos parpadeos y nos sobra un segundo, y décimas, para apreciar cómo el jamaiquino en los últimos veinte metros abre una distancia de cuerpo y medio entre sus adversarios pero que, décimas después, se vuelven nada.

Es una locura pensar que desde Atenas 1896, 128 años, el tiempo de los 100 metros se ha pulverizado apenas dos segundos y unas décimas. No entendemos cómo los velocistas podrían sentirse frustrados por faltarles cuatro décimas para el récord. Todos vuelan y son excepcionales; sin embargo, entre esos parpadeos, se halla ese amigo secreto llamado ansiedad que los somete a una presión bárbara por haberse convertido el atletismo en un botín millonario para medios de comunicación y marcas de ropa deportiva.

Como que entre este puñado de nombres: Jacobs, Noah Lyles y Fred Kerley en hombres, o Sha´Carri Richardson y Shelly-Ann Fraser Pryce en mujeres, no se vale cerrar los ojos en una prueba que dura un parpadeo.

*Integrante del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación / Universidad Veracruzana

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