“Se nos quemó todo”; la Sierra Tarahumara, entre el fuego y la sequía

“Se nos quemó todo”; la Sierra Tarahumara, entre el fuego y la sequía
Foto: Raíchali

*Esta nota fue realizada por Raíchali, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.


Después de más de dos semanas de incendios en el municipio de Bocoyna, habitantes de San Elías y Arroyo de la Cabeza hablan de su experiencia con el fuego y cómo podrían recuperar lo perdido.

Por Raúl F. Pérez / Raíchali

“De repente ahora se vino la lumbre. Se acabó la casa, ya no pudimos apagar. A ver qué podemos hacer”, dijo Julián Cruz Mendoza, un hombre de 70 años de la comunidad ralámuli de San Elías, ante los restos de su hogar. “Yo no sabía que se iba a quemar tanto, pero ahora sí se quemó todo”, continuó.

El incendio en esa región del municipio de Bocoyna comenzó el domingo 2 de junio, el día de las elecciones. Para el día siguiente, las llamas y el humo obligaron a las autoridades a cerrar la carretera que conecta al poblado de Creel con el Divisadero de las Barrancas del Cobre, una de las principales atracciones turísticas de la Sierra Tarahumara.

Julián vio el humo levantarse por encima del bosque, cerca de la casa donde tenía a sus chivas. Quiso acercarse, pero el fuego no se lo permitió hasta horas más tarde. De su casa sólo quedaron las láminas del techo en el suelo, retorcidas por el calor. Las paredes de troncos de pino, así como sus camas y el resto de sus pertenencias, fueron reducidas a cenizas.

Julián Cruz Mendoza perdió la casa que tenía cerca del aguaje y donde cuidaba a sus chivas en San Elías.

La comunidad de San Elías activó su brigada contra incendios, un grupo de voluntarios armados con palas y rastrillos con los que intentan cortar el fuego para que no se extienda. Pronto llegaron también brigadistas de comunidades vecinas y de las autoridades, así como personas voluntarias.

Pero el fuego avanzó por las copas de los árboles, sin necesidad de tocar la paja en el suelo. Además, los fuertes vientos arrojaban chispas que prendían otros pinos, lo que dificultó el combate al incendio forestal.

“Aquí estaba yo, pero no se pudo”, dijo Arnulfo Palma Cobo, de 73 años, quien es el encargado de la brigada contra incendios de la comunidad de San Elías, “la lumbre era aérea. Mi gente andaba apagando lumbre pero pasó por arriba del pino”.

Arnulfo era vecino de Julián y también perdió su casa, sus muebles, sus herramientas y su placa solar. Los pinos a su alrededor quedaron completamente negros. No puede caminar mucho y tiene que apoyarse en un bastón.

Arnulfo Palma Cobo junto a los restos de su casa en San Elías, Bocoyna, Chihuahua.

Cuando inició el incendio, más de la mitad de la brigada se encontraba fuera de la comunidad trabajando en Ciudad Cuauhtémoc. El trabajo temporal en los campos agrícolas del estado atrae a miles de trabajadores y trabajadoras de la Sierra Tarahumara cada año, ante la falta de oportunidades laborales dentro de su comunidad y la sequía que no ha permitido tener buenas cosechas.

“No hay humedad ahorita. Yo no tengo siembra porque no hay humedad. Ya puro comprado, por eso salimos a buscarle afuera”, dijo Juan Manuel Gámez, quien se encontraba trabajando en el municipio de Namiquipa cuando se enteró del incendio por las fotografías que circularon en redes sociales. “El año pasado sembramos pero no levantamos nada. Ahorita no hay posibilidades”.

En esa semana, todo el estado de Chihuahua se encontraba en sequía, de acuerdo con el reporte de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) publicado el 5 de junio de 2024. A nivel regional, la mayor parte de la Sierra Tarahumara presenta una sequía excepcional, el nivel más alto en los parámetros utilizados por la CONAGUA. Sin humedad, cualquier chispa o colilla de cigarro puede iniciar un incendio de grandes magnitudes.

“Ya no son buenos tiempos. En otros años ha habido mucha agua, cualquier arroyito llevaba agua y ahorita nada, por todo se batalla ahorita”, continuó Juan, “allá tienen su tinaco, le abres a la llave y ya. Aquí nosotros vamos con una cubetita para traer agua de allá lejos”.

Algunos de los pinos afectados siguieron secretando resina después del incendio.

Rosalía Palma, de 50 años, también estaba fuera de la comunidad cuando el martes le avisaron que el incendio estaba por llegar a su casa. Se apresuró a llegar, pero no logró salvar a su vaca ni algunas pérdidas materiales, como tambos y material de construcción que había dejado afuera. Afortunadamente, su casa sobrevivió.

“Ahí anduvimos, apagando la casita que está más abajo, porque estaba todavía ardiendo toda la leña” contó Rosalía días después. “Si no llegan a tiempo los de la brigada ya se hubiera quemado la casa de mi hermana. Anduvimos echándole agua, teníamos ahí en mi casa en unos tambos. La que usamos para tomar y para todo lo que usamos ahí adentro en la casa. Se nos acabó toda el agua ahí”.

La comunidad se organizó alrededor de la iglesia en el centro de la comunidad. Ahí se reunieron las familias para cuidar de los niños y las niñas y para cocinar para que las brigadas tuvieran qué comer. Leobegilda Ceballos, de 41 años, tenía las llaves del templo y abrió las puertas para descansar y tener donde guardar los donativos que llegaban de Creel y otros municipios, como Urique y Chihuahua.

“Yo me encargo de la limpieza y tenía miedo de que me fueran a regañar porque no le pedí permiso al padre, pero pensé que estaba haciendo un bien y que Dios estaba conmigo”, dijo Leobegilda mientras atendía a una pareja que llegó desde Chihuahua a realizar un donativo para la comunidad, “no he tenido tiempo ni de bañarme y no sé ni en qué día estoy”.

Junto con su hermana Arcelia, de 23 años, vieron el inicio del incendio cerca del llano donde viven y avisaron a todas las personas que pudieron. Después de una semana de trabajar hasta las tres de la mañana y de dormir en el piso de la iglesia, tenían una larga lista de personas que se habían acercado a ayudarles. Además de quienes llevaron algún donativo, también registró a 38 brigadistas de San José de Guacayvo, 20 de San Ignacio y 12 de San Elías.

La comunidad de San Elías se organizó para dar de comer a las personas que estuvieron día y noche combatiendo el incendio. Sábado 8 de junio de 2024.

Recibieron bolsas de ropa donada con la que pudieron cambiarse, ya que no habían vuelto a su casa. Los hombres y las mujeres que trabajaban en las brigadas también pudieron reemplazar su ropa, chamuscada por el fuego. Pero Leobegilda destacó que hará falta mucha ayuda para recuperar lo perdido.

El miércoles 5 de junio de 2024, el incendio en San Elías se había extendido por 815 hectáreas. Ese mismo día, los incendios activos en todo el estado se habían extendido por 16 mil 697 hectáreas, de acuerdo con datos de la Comisión Nacional Forestal, aunque gran parte de estas ya habían sido controlados. El incendio más extenso abarcaba 4 mil 250 hectáreas y se encontraba en el municipio de Madera.

Vista de una de las áreas afectadas por el incendio en San Elías. Sábado 8 de junio de 2024.

En todo el estado trabajaban 467 personas para apagar los incendios, entre brigadas de organismos de los tres niveles de gobierno, como protección civil y la CONAFOR, y las brigadas comunitarias.

Para ese entonces, en el ejido de Arroyo de la Cabeza, también en Bocoyna, ya llevaban una semana combatiendo un incendio.

“Realmente no estábamos preparados para algo así ni física ni psicológicamente”, dijo Vallardo Ontíveros, de 31 años, habitante del ejido, “el humo, el cansancio humano, la deshidratación y las herramientas, todo tiene qué ver. La gente apoyó y estuvo con todo lo que pudo, los rastrillos que tiene, los machetes y hachas”.

El incendio en Arroyo de la Cabeza comenzó el 29 de mayo y una semana después el área afectada abarcaba 3 mil 701 hectáreas, entre las que ya habían sido controladas y las que seguían activas.

“Yo al último ya sentía que las rodillas se me doblaban solas, andaba bien desenfuerzada y ya no quería ir pero siempre me marcaba mija y me preguntaba ‘¿qué está haciendo? Véngase ya se nos volvió a salir de control la lumbre’ y ahí voy, arrastrando mis pies pero ahí iba”, dijo Olivia Cruz Caraveo, un día después de que estuvo controlado el incendio.

Un perro pasea por una de las áreas afectadas por el incendio en el ejido Arroyo de la Cabeza. Viernes 7 de junio de 2024.

Ella y su hija Marisol trabajaron día y noche para calmar las llamas que consumían el bosque del ejido junto con decenas de brigadistas. Duraban hasta la una de la mañana todos los días fuera de casa, cuando ya veían el incendio un poco controlado, sólo para volver a ver la columna de humo al día siguiente. Después de algunos días consiguieron bombas de agua, con las cuales pudieron humedecer los troncos afectados para que no volvieran a prender en llamas.

Como en San Elías, la agricultura en el Arroyo de la Cabeza también se ha visto mermada por la sequía. En los hogares se ha sembrado poco maíz, pues tienen pocas esperanzas de levantar una buena cosecha por la falta de lluvia.

“Se está terminando el bosque y dicen que por eso falla el agua, que por eso no llueve. Son puras siembras temporales y como no hay agua no hay producción. Se quedan bien chiquitas las mazorcas, necesitan agua para que se desarrollen”, dijo Felipe Ontiveros Batista, también habitante del ejido, mientras descansaba en un sillón.

El incendio en Arroyo de la Cabeza acabó con la casa de María de Lourdes Villalobos Batista y José Jaime Gutiérrez Callejo, de 48 y 50 años de edad. Estaban ayudando a apagar el fuego cuando María de Lourdes volvió a su casa sólo para encontrarla rodeada por las llamas. Logró entrar para rescatar su credencial de elector, pero perdió todo lo demás.

Sólo los objetos de metal son reconocibles después de que el incendio acabó con el hogar de María de Lourdes y José Jaime. Viernes 7 de junio de 2024.

En el lugar donde estaba su casa quedan algunos trastes, los techos de lámina inservibles, restos de muebles y el marco de una bicicleta, todo de color negro. El cerco con el que cuidaban su parcela también se quemó, aunque entre los surcos se asomaban ya los brotes de maíz que alcanzaron algo de humedad de las lluvias del año pasado.

Al ver su parcela el viernes, cuando ya el 95 por ciento del incendio estaba controlado, José Jaime pensó en sus vecinos.

“Está bueno, que se lo coman los animalitos. Ellos también perdieron su casa”, dijo José Jaime al mirar su cultivo. Pensó lo mismo al ver acercarse las nubes cargadas de agua. Aunque llegaron una semana tarde, se alegra que por fin llegue la lluvia. “Ojalá sí llueva bien por ese rumbo para que calme la lumbre y no le pase a otros lo que le pasó a uno”, continuó.

El ejido de Arroyo de la Cabeza queda a una hora de camino desde el poblado de San Juanito. En 2021, ya había sido víctima de un gran incendio forestal. Tres años después, el área que se quemó en ese entonces apenas empieza a recuperarse. Los pinos negros sigue en pie, muertos y sin hoja alguna en sus brazos. Ya brotan algunas plantas como la chucaca, pero a simple vista parece que le tomará décadas en recuperarse.

Aunque estos pinos de Arroyo de la Cabeza murieron en el incendio de 2021, permanecen de pie. Viernes 7 de junio de 2024.
Así luce el camino principal del ejido Arroyo de la Cabeza después de tres años del incendio. Viernes 7 de junio de 2024.

Otra área del ejido había sido reforestada hace veinte años. José Jaime y Vallardo lo recuerdan bien. Los pinos ya habían crecido poco más de veinte metros, pero todos se quemaron en este nuevo incendio. Aunque los bosques de la parte alta de la Sierra Tarahumara están catalogados por la CONAFOR como “adaptados” a los incendios forestales ―es decir, que pueden recuperarse fácilmente y que el fuego incluso es necesario para su regeneración― , en Arroyo de la Cabeza les preocupa que el bosque se pueda regenerarse a tiempo.

“En este cerro había reforestación. Ahí se ven los pinos. También en la mesa de Babureachi ya estaban y se quemaron. Ya se perdió todo el trabajo, todo el avance del pino,” dijo Vallardo, en un recorrido por el ejido. “En aquellos tiempos cuando sí llovía lo que tenía que llover por temporadas, cuando sí había humedad. Ahorita va a ser más difícil. Aunque nos pongamos a reforestar, a plantar árboles, va a ser el doble de tiempo”.

Como otras de las personas que habitan la Sierra Tarahumara, Vallardo se ha dado cuenta de la falta de lluvia en los últimos años y cree que esto debería de preocupar a las personas que aprovechan el agua de la cuenca en las regiones más bajas del estado.

En el municipio de Bocoyna, donde se encuentran tanto San Elías como el ajido Arroyo de la Cabeza, nace el Río Conchos. Sus escurrimientos y arroyos bajan de los cerros de la Sierra Tarahumara para cruzar los valles y planicies centrales de Chihuahua, donde se encuentra una de las principales regiones agroindustriales del estado.

Maíz quemado entre los restos de la casa de María de Lourdes y José Jaime. Viernes 7 de junio de 2024.

“Lo que sigue es armar un buen plan de trabajo en el tema forestal, dimensionar cómo afectó todo y poder pedir el apoyo”, reflexionó Vallardo. “No me opongo a que usen el agua, pero necesitamos que ayuden poquito para que sigamos teniendo”.

De acuerdo al monitor de incendios de la CONAFOR, en 2024 los incendios forestales han consumido 15 mil 239 hectáreas. El año anterior, en 2023, fueron 143 mil 456.74 hectáreas las afectadas, la extensión más grande registrada en el estado desde 2018, cuando la CONAFOR registró 160 mil 927 hectáreas de incendio.

Gráfica realizada por Karla Quintana con datos oficiales
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