¿Caminamos hacia una integración regional en América Latina?

Representantes de las naciones integrantes de la Celac, en la primera cumbre de 2011. Foto: Wikipedia / Casa Rosada (Presidencia de la Nación argentina)

*Esta nota fue realizada por Pie de Página, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.


En medio de una crisis diplomática entre México y Ecuador, la Cumbre de Estados Latinoamericanos y de el Caribe volvió a aparecer en el mapa político de la región, y con esto, reavivó el debate sobre si es posible lograr una articulación de lo que Bolívar llamó la Patria Grande. ¿Qué posibilidades hay de esto? En entrevista, el periodista Lautaro Rivera apunta algunas reflexiones

Texto: Alejandro Ruiz

Foto: Especial / Casa Rosada (Presidencia de la Nación argentina)

CIUDAD DE MÉXICO. – La Cumbre de Estados Latinoamericanos y de El Caribe (Celac), ha ocupado un papel central en las últimas discusiones en América Latina.

Particularmente, la reacción ante el asalto de la embajada mexicana en Quito, éste organismo de integración regional condenó casi de forma unánime, los ataques, e hizo un llamado a pelear contra la barbarie y por la democracia.

Desde su origen en 2011, la Celac ha tenido altibajos que van de la mano con la correlación de fuerzas de los gobiernos progresistas y socialistas de la región, y ahora, en una aparente segunda oleada progresista, parece que la CELAC retoma el rumbo de los tabajos pendientes.

Pero, ¿de verdad estamos atestiguando un camino hacia el sueño de Bolívar: la Patria Grande? ¿Qué condiciones hay para esto? En entrevista, el sociólogo y periodista argentino, Lautaro Rivara, disecciona una parte de ésta historia.

El debate sobre México

–¿Qué significa el último pronunciamiento de la CELAC ante el asalto de la embajada mexicana en Quito?

–Es como una especie de continuidad de las victorias diplomáticas que ya se venía anotando México desde hace algunos días. Digo continuidad porque, ni bien sucedió el asalto a la embajada mexicana en Quito, hubo una oleada de pronunciamientos de diferentes cancillerías, no solamente de América Latina y del Caribe, aunque sí, especialmente en nuestra región, pero también hubo de diferentes organismos multilaterales que sostuvieron, de alguna forma, la posición mexicana, condenando con diferentes matices y con más o menos rotundidad este asalto claramente velatorio, no solamente de la Convención de Viena, sino también de la de Caracas y de tantos otros convenios y acuerdos internacionales entre los dos países.

«Recordemos que pocos días después del suceso hubo una reunión del Consejo Permanente de la OEA, en donde aún previendo una posición quizás un poco más conservadora entendiendo el marco y los posicionamientos históricos del organismo, otra vez México tuvo un respaldo absolutamente mayoritario. Incluso, a algunos nos sorprendió la posición del mismísimo secretario general de la OEA, el inefable Luis Almagro.

«De alguna forma, insisto, esta reunión convocada con cierta urgencia de la Celac viene otra vez a subrayar ese camino, esos posicionamientos, esos precedentes; obviamente con algunas novedades en las que podemos puntualizar, pero no es solamente esta cumbre, y no es solamente la Celac el primer organismo que se posiciona con la posición mexicana y va a ir a la redundancia contra el accionar ecuatoriano.

El doble rasero internacional

–¿Estamos ante una contraofiensiva del imperialismo en la región? ¿Qué papel tiene la comunidad internacional en esto?

–Lo que viene pasando en Ecuador, como lo que sucedió, por ejemplo, con el ataque iraelí al consulado iraní en Damasco, muestran que hay un orden internacional que está absolutamente en crisis, incluso hablamos de consensos del derecho internacional antiquísimos, no solamente aquellos constituidos a nivel global en la Segunda Guerra Mundial, sino en el caso de América Latina y el Caribe, incluso precedentes y acuerdos que vienen desde la década de los 40 y los 30.

«Lo que está en debate son muchísimas décadas de ciertos consensos y de ciertas líneas rojas del derecho internacional que hasta este momento no se habían profanado, ni siquiera en un contexto de escenarios bélicos que se multiplican y de una disputa global más intensa y más descarnada. Estamos frente a hitos que no conocíamos.

«Creo que esa comparación entre lo que pasó en Damasco y lo que pasó en Quito es sumamente procedente, digo no solamente lo insinuaba Nicolás Maduro, sino que el propio Gustavo Petro. Lo hecho por Ecuador, con lo hecho por Israel en Damasco, es una comparación justa. Lo que estamos viendo, y me parece que es otro síntoma de nuestra época, es que hay una doble vara en el sistema internacional que también empieza a estar en crisis.

«Uno puede decir ‘bueno, celebramos que hubo un acompañamiento prácticamente unánime a la posición mexicana, y que lo hecho por Daniel Noboa fue condenado por prácticamente todos los países’, pero el ataque israelí a un consulado de una potencia media en el orden global, como es Irán, no fue condenado, ni siquiera por varias decenas de países. Incluso, la propia Cancillería de iraní pidió que las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad se pronuncien, y dio a entender que ese pronunciamiento hubiera podido ayudar a una especie de desescalada política que quizás pudiera haber evitado el ataque iraní que tuvimos los últimos días.

«Hay una doble vara bastante evidente, no es lo mismo ser Ecuador en el orden internacional, que ser un socio de primer nivel de los Estados Unidos, y en general de las grandes potencias occidentales. Esa doble vara es la que se pone en crisis de este y de aquel lado del mundo».

El progresismo en América Latina

–¿Seguimos siendo el patio trasero de los Estados Unidos? ¿Qué papel tiene el progresismo para esta batalla?

–Yo creo que tuvimos en América Latina y el Caribe una primera ola conservadora que podríamos marcar entre el año 2003 y el año 2019. Un sexenio de fuerte contraofensiva de fuerzas conservadoras, de gobiernos neoliberales, y por supuesto, también de la geopolítica norteamericana en nuestra región.

«Creo que esa primera ola conservadora de alguna forma perdió un poco de potencia y empuje, y empezamos a ver síntomas de lo que algunos autores y analistas llaman una segunda ola progresista, aunque yo no estoy tan seguro de la existencia de esa segunda ola. Creo que lo que tenemos hoy es una enorme diversidad de gobiernos progresistas y de izquierda que difícilmente puedan mostrar aquellas fotos emblemáticas, unitarias, que tuvimos por ejemplo en el No al ALCA en el año 2005, o incluso cuando se constituyó la Unasur y la Celac.

«Una foto de esa camada de líderes regionales progresistas que incluso tenían enormes confianzas personales constituidas, y que tenían, con matices, una orientación general bastante común. Yo creo que eso hoy no lo tenemos. Sería difícil pensar hoy en una foto, de lo simbólico, cuasi amistosa y de mucho relajo y confort entre Gabriel Boric en Chile y Nicolás Maduro en Venezuela, y no sé que más presidentes pudiéramos mencionar».

«Esa unidad no es tal, hay diferencias en algunos temas más o menos precisos. Pero tampoco el campo conservador tiene esa coherencia y ese empuje.»

«Creo que eso ha llevado a que ya no tengamos una estrategia unificada de integración regional. Recordemos cuando ocho o nueve países, no recuerdo ninguno exacto, deciden de forma unánime y simultánea abandonar la UNASUR, prácticamente condenandola de muerte, o incluso cuando Brasil, la principal potencia regional, decide abandonar la Celac y se constituye como organismo paralelo en la Prosur, un organismo que terminó siendo absolutamente fantasmagórico que tenía el simple objetivo de servir de entrenador de la Unasur y que no canalizaba ningún tipo de política latinoamericana alternativa.

«Lo que tenemos hoy es una especie de política de cierto desgano, de desobediencia civil, y más que nada una política de boicot a los organismos ya constituidos que como se sabe siguen expresando una una cierta hegemonía progresista y de izquierda. Lo vemos no solamente en esta reunión, que fue bastante de urgencia y bastante singular, sino también en la cumbre de la CELAC que fue hace poco más de un mes, donde más que grandes posicionamientos contrarios, hubo el faltazo notable de una gran cantidad de países que, si bien participan a título formal, decidieron enviar a cancilleres, vice cancilleres, o incluso embajadores.

«Esa política de desintegración regional, o ese alineamiento geopolítico automático, los Estados Unidos hoy lo están canalizando más que estos organismos diplomáticos. Lo hace en esta serie de giras en los últimos años del Fondo Monetario Internacional, obviamente bajando una política económica claramente alineada con Estados Unidos, pero también con giras de la CIA, que estuvo hace poquitas semanas en la Argentina, o las giras del Comando Sur, que lo que revelan son una serie de acuerdos de militarización, que son claramente una política hemisférica de los Estados Unidos.

«Están estableciendo acuerdos bilaterales y multilaterales, muchas veces saldados en reuniones prácticamente clandestinas, o a través de acuerdos que son espurios, o de los que no tenemos realmente todos los detalles, como viene pasando en Ecuador, en Argentina, en El Salvador, y en muchísimos países que tienen una estrategia declarada pública y diplomática, pero que se expresa en organismos como la Unasur».

El factor norteamericano

–¿Influyen las elecciones de estados Unidos en este reacomodo regional?

–-Creo que desde la llegada al poder de Donald Trump, quizás como nunca en la historia hemisférica de los Estados Unidos, las contradicciones entre demócratas y republicanos, e incluso entre sus diferentes acciones y dentro del propio deep state, comenzaron a exportarse y a hacerse evidentes en términos del almacenamiento de Estados Unidos con los diferentes gobiernos de América Latina y el Caribe.

«Donald Trump cultivó alianzas explícitas, públicas y notorias, con algunos líderes conservadores de la región que de alguna forma ya no están yendo a buscar exclusivamente el apoyo genérico de la Administración norteamericana, sino muchas veces incluso incidiendo la propia interna norteamericana y tomando postura por uno u otro candidato, que fue el caso de Javier Milei antes de ser presidente.

«Creo que hoy, como nunca, el proceso electoral norteamericano de alguna forma desestabiliza e incide en las internas locales, que a la vez intentan incidir en lo que pasa en los propios Estados Unidos».

«Obviamente esto no implica darle aire a la hipótesis de que hay cambios sustantivos en la política norteamericana teniendo a un demócrata o a un republicano en la Casa Blanca, de hecho, existía una enorme expectativa construida en torno a la llegada de Biden al poder y el desplazamiento Donald Trump, imaginando, por ejemplo, que la política de sanciones, o la agenda migratoria o la política de inversiones, por ejemplo del FMI, iba a ser sustantivamente diferente en nuestro contexto regional, pero esos cambios notables no se dieron.

«Obviamente no sabemos si la llegada de Trump al poder va a implicar en esta segunda presidencia una serie de transformaciones mayores. Pero yo creo que, más que esas diferencias en torno a la política hacia América Latina y el Caribe, que está más o menos saldada, y es más o menos un consenso, para el deep state norteamericano lo más importante es qué tanta atención va a prestar Estados Unidos a las agendas y los problemáticas que enfrenta en otros lugares del globo. Es más o menos previsible que la continuidad demócrata va a implicar una mayor prioridad y atención a lo que pasa en Europa con la guerra en Ucrania, a lo que pasa en Medio Oriente con el conflicto entre Palestina e Israel, y por supuesto a lo que suceda en el Indo-Pacífico, puntualmente en el mar de la China Meridional.

«Esa política va a ser prioritaria, no porque haya diferentes concepciones para América Latina, sino porque podría implicar una menor atención del Departamento de Estado y menos recursos humanos concretos volcados hacia la injerencia en nuestra región.

«Por el contrario, la llegada de Donald Trump a la presidencia, que hoy es enormemente factible, implicará, seguramente, una reconcentración de esfuerzos y esa atención de la diplomacia norteamericana que hoy por hoy es limitada. Ese es un síntoma de la transición hegemónica que estamos viviendo, donde quizá se focalice más, no solamente en Estados Unidos, sino puntualmente en lo que claramente la gran potencia del norte considera su patio trasero.

«Hay una especie de paradoja, cierta ambivalencia, que tiene que ver con que una política exterior que quizás pueda ser un poco más amable o menos lesiva para el Medio Oriente, o para Europa o para Indio-Pacífico, pueda convertirse en una política más agresiva y más injerencista a nuestro contexto regional.»

«Aunque aquí hay que analizar que los vínculos de nuestros diferentes países con Estados Unidos son diversos. No es lo mismo hablar desde México, con economías nacionales absolutamente integradas y con una agenda migratoria en común, que hablar desde la Argentina con mayores márgenes históricos de autonomía y una mayor distancia geográfica y cultural respecto a los Estados Unidos. Hay matices en cada país, pero creo que hay algunas tendencias generales que podemos identificar».

América Latina ¿será toda progresista?

–¿Podemos aspirar a una nueva oleada de gobiernos antiimperialistas en América Latina?

–Uno de los motivos por los cuales no me gusta hablar tanto de Segunda Ola progresista es porque creo que, en esos primeros años de la primavera latinoamericana y caribeña, el acceso al poder de gobiernos progresistas y de izquierdas estuvo íntimamente vinculado a procesos y rebeliones masivas de carácter antineoliberal. No fue el caso de todos los países, pero sí fue el caso de los países que tuvieron mayores avances en términos políticos, jurídicos y económicos. Pienso notablemente en los ejemplo de Venezuela, Bolivia y Ecuador, tres gobiernos que se apalancan en rebeliones antineoliberales y reforman el aparato administrativo del Estado.

«Después tuvimos un ciclo de insurgencias populares muy interesantes, puntualmente en los años 2018 y 2019: protestas de masas enormes en Haití, en Honduras, Colombia, Ecuador, y en varios otros puntos de nuestra región. Sin embargo, no hubo un trasvasamiento de experiencias demasiado claro y directo hacia el acceso al jugar a estos gobiernos. Incluso hubo países, como fue el caso de Ecuador, donde este tipo de crisis y movilizaciones fue más bien capitalizado por la derecha, y no como se podría haber esperado por las formaciones sociales más progresistas. De alguna forma, instaurar esa dialéctica entre la calle y el Palacio, entre los movimientos y los gobiernos, podría ser un elemento central para lanzar cierta radicalidad política, y sobre todo darle más carne y más sustancia a los procesos de integración.

«Hay un segundo aspecto, subordinado pero no necesariamente descartable, que tiene que ver con la construcción de un recambio de liderazgos y de figuras dirigenciales. Creo que la derecha está tramitando este proceso, de forma mucho más clara y mucho más positiva para ellos, que las propias izquierdas. Pienso en el caso de figuras juveniles con una enorme proyección como Nayib Bukele, o Daniel Noboa si se consilida su gobierno, y del otro lado pienso que en países como Brasil, por ejemplo, está costando muchísimo pensar en un recambio más allá de la figura de Lula da Silva, que lleva teniendo 40 o 50 años de protagonismo en la escena política brasileña.

«Alumbrar esas nuevas figuras va a ser un elemento importante, sobre todo cuando hay cierto nivel de desgaste de la política de los partidos tradicionales, y una crisis incluso del propio Estado latinoamericano, que de alguna forma se capitaliza mejor si uno puede generar figuras un poco más frescas, más jóvenes, y que expresen a nuevos sectores, movimientos, y también nuevas agendas».

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