Filosofía para niñas y niños: una propuesta educativa para acompañar a las infancias
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Filosofía para niños y niñas es una propuesta educativa para fomentar las estructuras del razonamiento desde edades tempranas. Su objetivo primero es sumar al reconocimiento de las infancias como sujetos activos, personas lógicas, razonables y con poder social.
Esta metodología es impulsada por el Centro de Filosofía para Niños de Guadalajara, quienes a partir del trabajo de Matthew Lipman promueven la enseñanza y reflexión sobre las experiencias de las infancias, de manera crítica y propositiva, así como, a través del diálogo.
Por Aitana Rodríguez/ @aitana.rdz
Fotografías Adrian Cabrera
¿Qué pasa en la educación formal? y ¿por qué se pierde la disposición al asombro y la tolerancia a la confusión? Estas son algunas de las preguntas de las que parte el programa Filosofía para niños y niñas, una propuesta metodológica que trabaja con la lógica formal en edades tempranas para fomentar la estructura de razonamiento.
La doctora Mónica Velasco directora del Centro de Filosofía para Niños de Guadalajara participó el pasado 28 de febrero en la charla “Filosofía para niños. Infancia desde la perspectiva de Matthew Lipman”, donde compartió sus reflexiones sobre el trabajo que llevan a cabo en el centro y la propuesta metodológica de Matthew Lipman, filósofo, teórico y teórico del desarrollo de la filosofía para niños.
Desde esta mirada, cuando se habla de niños y niñas no se hace referencia a un tiempo cronológico sobre la edad de la persona, sino a una actitud abierta al asombro, a la perplejidad y la apertura de espíritu para repensar las cosas, explicó la doctora Mónica Velasco.
“La educación formal va disminuyendo y mermando la capacidad de asombro, la actitud ante la perplejidad, el gozo por el cuestionamiento y va a producir seres más bien pasivos que esperan de la educación formal información, no búsqueda”.
La doctora Velasco explica que la percepción de la adultez suele verse como una etapa “meta”, mientras que, la niñez como una etapa previa no absoluta y comparativa: “cuando hablamos de infancia, hablamos de una cierta inmadurez, queriendo decir “le falta de algo”, es decir, es inmaduro porque aún no tiene algo que le falta que nosotros tenemos establecido desde otra categoría que es la del adulto y se considera que es una etapa previa a la consolidación de la persona como tal… algo que no es, pero que tiene potencial de llegar a ser”, precisa.
Sin embargo, desde el programa de Filosofía para niños y niñas, la inmadurez es una condición necesaria y deseable para que uno pueda crecer, no como algo que solo sucede y que es externo a las personas, sino como un proceso activo, algo que se hace y se gestiona.
Desde la perspectiva de Lipman, la inmadurez tiene dos componentes, que además son transversales en esta propuesta educativa: la dependencia y la plasticidad.
La dependencia hace referencia a la presencia social de la infancia, ya que como no son seres autosuficientes y tienen la necesidad permanente de recibir asistencia o ayuda, la condición de dependencia en la inmadurez se traduce en fuerza positiva, es decir, la matriz del poder social.
“Nosotros a veces hablamos de los niños como objetos ubicados en un ambiente social, como si no existiera la fuerza social más que en los adultos. Pero es exactamente a la inversa, la concepción de infancia que se tiene es que es un gran poder social, una enorme responsabilidad que mueve a la comunidad entera de la que forman parte los niños. Por esa condición de dependencia tienen una presencia social, es decir, no pasan desapercibidos, se hacen presentes, son sujetos activos” aclara la investigadora.
Por otro lado, la plasticidad es la habilidad para aprender de la experiencia y dejarse modificar por ella, es el poder transformación personal y social:
“La plasticidad no es que yo soy un sujeto que los otros van moldeando, sino que al ser un sujeto consciente de los demás al ser una persona en interacción, al ser una persona con responsabilidad; yo me voy dejando modificar por la experiencia y voy preparándome a desarrollar hábitos que me permiten enfrentar la siguiente experiencia de mejor manera”.
A partir de estas ideas se propone una pedagogía que trabaja para fortalecer la estructura del pensamiento razonable (comprendiéndolo como un pensamiento consistente, pertinente, coherente y que construya sentido) a la vez que se desarrolla la disposición social de pensar a través del diálogo con otras personas y que Mónica Velasco explica de la siguiente forma:
“Desarrollar la habilidad o el hábito para no creer que cuando otro piensa diferente me está atacando. Porque cuando otro piensa diferente, en realidad está poniendo a mi servicio un punto de vista distinto para que yo ponga en perspectiva el mío propio y con eso me está tratando de ayudar a controlar el error de mi propio pensamiento”.
La investigadora invita a dejar de considerar a las infancias como sujetos pasivos, puesto que, en sus palabras se trata de personas lógicas, razonables y con poder social.
“Tenemos que interactuar con ellos como iguales, no en experiencia ni en conocimiento, sino como iguales en conciencia, interacción, voluntad, trascendencia y anhelo de sentido”.
Para ello, es necesario que las personas adultas dejen de asimilar prejuicios y creencias sobre las infancias para acompañarles en sus procesos de desarrollo y poner esta experiencia a su servicio, advierte Mónica Velasco.
“Lo que estamos facilitando es el desarrollo de un buen juicio, es decir, ya piensan, son lógicos, ven implicaciones, son conscientes de su interacción, observan cómo actuamos, lo que podemos hacer es acompañarles para que eso lo hagan cada vez de mejor manera, ¿qué quiere decir eso?: poner nuestra experiencia al servicio” concluyó.
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