¿Puede haber vida después de la minería?

¿Puede haber vida después de la minería?
Foto: Pie de Página

*Esta nota fue realizada por Pie de Página, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.


¿Qué pasa cuando logras ganarle al cuarto hombre más rico de México? ¿Qué queda en la tierra cuando expulsas a una minera? El mensaje, rotundo, de los ejidatarios de El Bajío, en Sonora: regresa la vida

Texto: Alejandro Ruiz y Heriberto Paredes

Fotos: Heriberto Paredes

PUERTO PEÑASCO, SONORA. – El semblante de Joaquín Chávez habla sin palabras. Su rostro endurecido refleja cansancio, pero también dignidad y esperanza.

Junto a él, sentados en medio del desierto de Sonora, sus compañeras y compañeros del ejido El Bajío comienzan a relatar una hazaña en tiempos del neoliberalismo, la de expulsar a una minera de su territorio.

“Ha habido cambios tan increíbles contra una empresa súper poderosa, un capital económico terriblemente dañino para el país y para el mundo, no nada más para nosotros. Lo que hemos conseguido es muy importante, demostrarles a ellos que cuando el pueblo se une, cuando la gente se une, hay resultados increíbles. Vamos bien”, asegura, mientras cae la tarde, y con ella los más de 40 grados de la plenitud del día.

La historia se remonta hasta 1971, el mismo año del Halconazo, la matanza orquestada por Luis Echeverría que inauguraría en la historia mexicana el periodo conocido como la Guerra Sucia.

Ese año, también, mientras el presidente ordenaba la persecución de la disidencia política en el país, Echeverría repartió 21 mil 39 hectáreas entre 75 familias de jornaleros que iban y venían para trabajar en los campos de Baja California.

La mayoría provenía de Oaxaca, y viajaban por temporadas para ganarse la vida en el campo. Por eso, cuando les dijeron que podían tener tierras, muchos no dudaron en acceder a ellas.

Echeverría, en un impulso por lavar su imagen, les dio una parte del desierto de Altar, tal vez pensando que en esa tierra, aparentemente inhóspita, no había ningún valor o riqueza que los campesinos pudieran disfrutar. El cálculo de Echeverría fue errático, pues entre la arena y los sahuaros, en las entrañas del desierto, aguardaba un basto yacimiento de oro.

Los ejidatarios tampoco lo sabían, pero se enteraron muy pronto, cuando en 1997 el multimillonario Alberto Baillères descubrió el secreto, y empezó a explotar y extraer el oro del cerro de La Herradura, invadiendo ilegalmente el territorio de El Bajío.

La empresa Penmont, filial de Fresnillo PLC, revivió el viejo mito de la maldición del oro, una realidad conocida por muchos pueblos de América Latina y el mundo, pues cuando una minera llega a tu territorio no hay un desenlace feliz, sino muerte y devastación.

La maldición de los Baillères

Como muchas otras mineras, Penmont siguió los pasos necesarios para despojar a estas familias campesinas de sus tierras: engaños legales, engaños hacia la población y manipulación de los permisos legales. También, usó la fuerza y la corrupción.

Ya con una exploración ilegal y clandestina hecha, la minera se presentó para engañarles y decirles que, de encontrar oro, la contaminación que causaría la extracción no existiría, porque el cianuro no les iba a hacer daño ni se iba a contaminar el agua.

Las mentiras de la empresa pronto cayeron por su propio peso. La realidad les mostró a los ejidatarios que la contaminación del agua, el aire y el suelo era real. Muchos de ellos comenzaron a enfermar, y observaron cómo su territorio se pudría rápidamente.

“Nos presentaban videos en el salón ejidal y nos decían que no tuviéramos miedo porque no iban a contaminar, que usaban cianuro, pero que no hacía daño. Nos decían que nosotros comíamos calabaza, y que la calabaza contenía cianuro”, cuenta Erasmo Santiago, un ejidatario de El Bajío.

“La gente seguía oponiéndose por la contaminación del agua que iba a generarse, por los cauces del río, en los mantos acuíferos subterráneos, el viento que respiramos también se iba a contaminar y ellos decían que no, que nada de eso era cierto”, añade Erasmo bajo la sombra de un árbol, mientras el viento del desierto nos llena el rostro de arena.

Erasmo, junto a su familia y otras 66, en 2009 demandaron a la minera ante el Tribunal Unitario Agrario número 28 en Hermosillo, Sonora. Acusaron a Penmont por el despojo y los daños ambientales que la minera causó en su territorio.

El juicio se resolvió en 2011, y sentenció que la minera debería abandonar el ejido y regresar el oro que extrajo ilegalmente a los campesinos. De este juicio, se han desprendido 64 sentencias, todas a favor de los ejidatarios. La minera no ha cumplido ninguna.

Desde que los ejidatarios de El Bajío emprendieron su lucha, les asesinaron a tres compañeros: Raúl Ibarra de la Paz, José de Jesús Robledo Cruz, María de Jesús Gómez Vega. También, desaparecieron a Noemí Elizabeth López Gutiérrez, y enfrentaron la detención arbitraria de 12 campesinos por órdenes de la familia de la exgobernadora Claudia Pavlovich Arellano.

La historia es larga, y contarla no es fácil. Entre lágrimas, Erasmo y sus compañeros recuerdan las amenazas, asesinatos, desapariciones y abusos de poder de políticos, militares y grupos criminales al servicio de la minera.

Sin embargo, el pasado también es un impulso para pensar en el futuro. Ahora, los ejidatarios de El Bajío se saben victoriosos. Y ahora,lo más relevante para las familias ejidatarias ya no es sólo contar la historia de su lucha, sino de cómo esta lucha los lleva al planteamiento de conservar la naturaleza y de crear un santuario en donde empresarios mineros les aseguraron que no había vida.

“La mina decía que no había nada, que qué íbamos a hacer con todas esas piedras”, dice Erasmo, mientras narra un sueño posible en El Bajío.

El desierto es más que el oro y las piedras

Cuenta Erasmo que “ellos ya sabían lo que había en la tierra, llegaron con engaños y nosotros no queríamos que destruyeran todo, que tiraran sahuaros, palofierros, mezquites, que no tumbaran los cerros, la vida que existe, las tortugas, los borregos cimarrones, venados”. Y es este ecosistema diverso el que persiste en el desierto, por lo que resulta falsa aquella aseveración acerca de que no hay vida en estas tierras.

Junto a un grupo de periodistas y especialistas en temas mineros, permanecemos algunos días en un punto del extenso territorio del Bajío. Nos recibieron con buena comida, con mucha alegría y disposición para presentarnos, durante nuestra estancia, su casa, lo que ellos consideran como lo más hermoso que hay, el lugar que han defendido por años.

Joaquín nos guía para subir los cerros que se salvaron de caer en las manos de Penmont. Dentro de uno de ellos, con el paisaje trastocado por el vertedero de desechos de la minera, nos adentramos en una cueva que también es la casa de cientos de murciélagos.

Mientras descansamos con murciélagos sobrevolando nuestra cabeza, Joaquín nos cuenta de toda la vida que hay ahí, y su plan para el futuro:

 “Estamos en un lugar privilegiado y es muy importante conservar la ecología como está, no destrozarla, aunque también hay un turismo consciente que está dispuesto a pagar por estar aquí y conocer. Se pueden hacer tantas cosas aquí como la imaginación nos puede decir, hay mucha gente que está dispuesta a ayudarnos a levantar de nuevo la vida”.

Sus palabras las corroboramos con nuestros ojos, pues al entrar al ejido de pronto el cielo crece y el horizonte nos muestra una extensión llena de cactus gigantes (en realidad, cactus de todos tamaños) con nombres como sahuayos y “choyas” que conviven con árboles de mezquite y tortugas de río. A lo lejos, borregos cimarrones y grupos de vacas silvestres corren felices. Los acompaña el fantasma del desierto, como conocen al berrendo sonorense en la región, una especie endémica que habita entre Arizona y Sonora, y que está en peligro de extinción desde las décadas de los 70 y 80 en México y Estados Unidos.

Mientras platicamos, la Comisión Nacional de Áreas Protegidas de México entrega un certificado a los ejidatarios. En el documento, se establecen casi 2 mil 500 hectáreas del territorio de El Bajío como un área de conservación voluntaria, prohibiendo otros usos en el suelo (como la minería) por al menos 15 años.

La historia del berrendo es similar a la de los ejidatarios. Es la historia de una especie errante desplazada por el extractivismo que atenta contra su hábitat, y que al recuperar su territorio regresa a la vida, aferrándose a ella, pues antes, cuando la minera ocupaba ilegalmente el territorio del Bajío, la población del berrendo sonorense disminuyó críticamente, llegando a ser 100 en los Estados Unidos.

Sin embargo, tras expulsar a Penmont, actualmente en México habitan 416 berrendos, 331 de ellos lo hacen en el ejido El Bajío.

“No queremos que regrese la minería. Nuestra meta es la protección de los animales, si uno camina en la mañana, en los arroyos, ahí se pueden ver las tortugas por ejemplo. En cuanto la minería se fue, los animales comenzaron a acercarse nuevamente”, dice Margarita López, una ejidataria que ha estado participando desde el inicio de la lucha en contra de Penmont.

Y esa es la sentencia más importante: conservar la tierra, lejos de la minería, para respetar la vida.

 Sí se puede ganarle a las mineras

Las sentencias a favor del ejido El Bajío son históricas, y de cumplirse, sería la primera vez que una comunidad obliga a una minera a regresarles todas las ganancias que extrajo de su territorio.

Tan solo de 2010 a 2013, Fresnillo PLC declaró ganancias de 436 millones de dólares por la extracción minera en el territorio de El Bajío. Su capital, cotizado en la bolsa de valores de Londres, es mínimo frente a lo que la sentencia le obliga a devolverle a los ejidatarios.

La victoria de El Bajío, más allá del dinero y las tierras, también es de todas las comunidades que se enfrentan a la minería.

El mensaje muy claro para otras comunidades en México:

“Les diría que, si una mina se acerca a querer instalarse, la desechen de entrada y luego ya se informen con otros ejidos y comunidades que tienen minas sobre los problemas que tienen, si es que quedan ejidatarios o comuneros, porque lo que quieren las minas es que no haya”, expresa tajante Joaquín Chávez, quien a raíz de la presencia de la empresa minera sufrió afectaciones de salud graves que todavía padece.

El aprendizaje de Joaquín, también es producto de una lucha que no ha dejado atrás dolores y alegrías.  Su testimonio, su cuerpo, han servido para que un aprendizaje se forme y pueda ser compartido.

Erasmo Santiago reflexiona sobre esto, y centra su mensaje en la necesidad de superar las divisiones que ocasionan las empresas extractivistas.

 “Hay que darle ánimos a las comunidades que tienen problemas en su territorio, decirles que no se dejen, que se acuerden que la unión hace la fuerza. Hay que unirnos, buscar apoyos, salir adelante”.

Esta victoria legal de un ejido contra una poderosa y multimillonaria empresa minera es sin duda un caso excepcional en medio de todos los ataques violentos de Penmont en otros estados o de empresas similares, nacionales o extranjeras, en contra de las poblaciones que no están de acuerdo en la explotación de sus minerales y recursos naturales.

“Para nosotros –continúa Santiago– la lucha ha sido beneficiosa, no ha sido fácil, al principio estábamos solos y los de comunicación locales nos cerraron las puertas, porque la mina estaba comprándolos para que no nos hicieran caso. A partir de que los representantes ejidales se abrieron hacia Estados Unidos se fueron acercando periodistas extranjeros que se fueron interesando y ahí se empezó a difundir el problema que teníamos. A partir de ahí ya no hemos estado solos”. Este es otro de los mensajes claros que el Bajío lanza a otras comunidades en resistencia: el uso adecuado de los medios de comunicación para difundir y transmitir sus demandas e informar de la lucha con sentido crítico.

Y aunque no fue fácil superar las persecuciones, los encarcelamientos, las desapariciones y las muertes que refirieron las y los ejidatarios, se sobrepone el sentimiento de victoria.

“Sentimos alegría ahora, pero a veces no queremos recordar lo que pasó porque también nos quitó compañeros, dos familias que no están”, señala Margarita, o Maggy, como le dicen de cariño en el ejido.

“Nuestra lucha ha sido victoriosa y el tribunal resolvió a favor del ejido y eso es algo verídico, estamos viendo bien las tierras, aunque fuimos perseguidos y encarcelados. Se siente bien y es un alivio ganarle a la minera. Eso les queremos decir a aquellas comunidades que siguen luchando”, concluye Santiago.

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