Sin sal no hay comida en pueblo salinero de Costa Grande, Guerrero
*Esta nota fue realizada por Amapola, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.
Productores de sal de San Jeronimito piden a Segalmex que adquiera su producción
Texto: José Miguel Sánchez
Fotografía: Amilcar Juárez
Petatlán
Bajo el sol abrazador de la Costa Grande de Guerrero, Lázaro Fierro Meza trabaja en su finca de sal. Una escoba, una jaladera, es decir, un artefacto de madera, y una gorra son sus herramientas de trabajo. Sólo él produce, por temporada, 100 toneladas de sal de grano, uno de los condimentos más importes del mundo.
Lázaro, todos los días, desde hace 40 años, se levanta a las cuatro de la mañana; se toma una taza de café y sale de su casa, en el poblado de San Jeronimito, Petatlán, hacía las fincas de sal, un trayecto que le toma unos 20 minutos.
La rutina de Lázaro no es muy diferente a la de los otros 76 productores que están organizados en la Sociedad Cooperativa de Productores de Sal de San Jeronimito y que recolectan la sal en un terrero de 876 hectáreas, ubicado en las costas del municipio de Petatlán.
La historia de Lázaro en la producción de sal se remontan hace 40 años atrás. En 1980 regresó de Estados Unidos a su natal San Jeronimito, no había fuentes de empleo y su único patrimonio era una camioneta con la que empezó a trasladar a los trabajadores a las fincas de sal.
“Una persona de los ocho que comenzaron la Cooperativa que ya murió me dijo cómprate una finca, yo sé que tú la haces, y gracias a ese señor me pudieron fiar una y la compre y ahí vi que era negocio”, contó Lázaro desde su finca de sal.
A los terrenos donde producen la sal, los habitantes de este pueblo le llaman fincas, las cuales se extienden por 876 hectáreas.
Antes del 2000, en estas fincas es donde se comerciaba de manera directa con la sal, Lázaro recuerda que el trueque era muy común entre los productores y los clientes.
“Venían aquí gente de todos lados y trían para cambiar por sal sandías, frenos de caballo, carne, maíz, melón, cobertores, ahorita ya no es común, pero si alguien viene así le cambiamos, no hay problema”, comenta.
Con el paso del tiempo intermediarios y acaparadores llegaron a comprar todo el producto, lo que en un principio a los productores les pareció buena idea por la facilidad de vender, con el paso del tiempo se dieron cuenta que solo malbaratan su sal.
Casos como el de Lázaro se repiten en los 76 socios productores de la Cooperativa.
Arturo Sotelo Romero es otro socio productor y desde hace 40 años se dedica a la sal, hoy, a sus 75 años, sigue activo en la Cooperativa; produce sal y es parte del Comité de Vigilancia.
Gracias a la producción de sal, Arturo sacó adelante a sus 11 hijos y seguirá en el oficio hasta donde, dice, “más pueda”.
Lázaro y Arturo son parte de la segunda generación que producen sal en la Cooperativa, antes de ellos están los fundadores y, actualmente, una tercera generación ya trabaja en las fincas de sal y pretenden llevar el negocio a otro nivel.
Las negociaciones, la espera y la esperanza
El actual presidente de la Cooperativa, Irving Rodríguez Salas, que ya es parte de la tercera generación de productores de sal, gestionó y organizó a los socios para negociar con Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex) la compra de su producción.
Esto porque escuchó en las conferencias matutinas del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, que al campo guerrerense se le tiene que dar todo el apoyo y comprarle lo que producen.
Fue así que en marzo se acercaron con la subgerente de la unidad operativa Diconsa-Guerrero, Mirna González Rojas, para vender la sal a Segalmex.
En la bodega de la Cooperativa tienen ya recolectadas 4,000 toneladas de sal que esperan ser vendidas a Segalmex, lo único que esperan es la respuesta de González Rojas para vaciar su bodega que ya lucen abarrotadas.
Los costales de sal ya no entran en la bodega, por lo que el patio y galeras de las oficinas de la Cooperativa ya están llenos; tuvieron que improvisar sobre la carretera federal Acapulco-Zihuatanejo un espacio para almacenarlos.
“Nosotros tenemos palabra, le dejamos de vender a los intermediarios y acaparadores para poder tener una reserva y ofrecerle a Segalmex, por lo que llevamos dos meses sin vender y guardando todo en espera de que se haga el negocio”, dijo Rodríguez Salas.
Las negociaciones continúan pero mientras esperan no han vendido su producto, por lo que si no se cierra el trato pronto empezara a mermar la economía de los socios y de las 400 familias que viven de la producción de sal.
Rodríguez Salas llamó al titular de Segalmex, Leonel Cota Montaño, a que los voltee a ver, a no dejarlos solos y hacer que el presiente López Obrador cumpla su promesa.
“El presidente de la República dijo que se tenía que apoyar a todos los productores, pero especialmente a los productores de Guerrero”, dijo Rodríguez Salas.
Para Rodríguez Salas el trato con Segalmex es sólo el comienzo de un proyecto que vislumbra para que toda la comunidad de beneficie de la producción de sal.
Con un comprador seguro y formal como Segalmex, Rodríguez Salas cree que más personas van a dedicarse a recolectar sal, y entre más cantidad habrá más empleos para apoyar a los jóvenes.
“Lo que queremos es producir a granel y empacar en lo que ahorita es la bodega, eso detonaría el empleo y nos pondría en el radar nacional”.
La sal en números
La Cooperativa está legalmente constituida desde 1942, y producen, a través de una concesión por extracción de minerales, otorgada por el gobierno federal, 10,000 toneladas de sal por temporada.
La concesión es vigente hasta el 2049 para aprovechar 875 hectáreas de terreno, y de acuerdo con Rodríguez Salas, la Cooperativa es la principal productora de sal en Guerrero, por extensión y tonelada.
Colima es el principal productor de sal a nivel nacional, de acuerdo con dato del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), en 3,500 hectáreas producen hasta 39,000 toneladas al año, números muy alejados de los de Guerrero.
Para Rodríguez Salas la disparidad en los números es por falta de atención institucional a los productores, “desde que existe la Cooperativa son contadas las veces que el gobierno nos ha apoyado, a veces el estatal nos apoya con créditos, pero al final tenemos que pagarlos y solo se recupera la inversión, pero de que podemos hacer esto en grande podemos, tampoco queremos todo gratis, lo que queremos es trabajo y que se vea que en Guerrero se producen cosas de calidad”.
En una de las paredes de las oficinas de la Cooperativa hay un gran documento enmarcado en un rectángulo, es la certificación de la Secretaría de Salud federal en la que da fe que la sal producida en San Jeronimito contiene los nutrientes necesarios y es apta para el consumo humano.
El kilo de sal, de manera directa, los productores lo venden a seis pesos, 300 pesos el saco y a 6,000 pesos la tonelada.
Con Segalmex, menciona Rodríguez Sala, esperan un trato mínimo de vender 1,500 toneladas, “si puede todo mucho que mejor, para eso estamos listos”.
¿Cómo llega la sal a nuestra mesa?
La sal que producen en San Jeronimito conserva las formas de extracción más tradicionales, lo que da como resultado un producto artesanal y orgánico.
Eso es lo que más orgullo les genera a los socios de la Cooperativa.
El proceso es por temporal, en época de sequía, de noviembre a mayo la laguna se seca y es en esa zona donde produce.
Desde el agua que se obtiene del subsuelo de los terrenos salitrosos que dejó la laguna, se generan pequeños pozos o norias de donde es extraída y enviada a estanques, que son piletas rectangulares con medidas aproximadas de siete metros por cinco de largo, pero varia según la experiencia y técnicas de cada productor.
Todo esto es de manera artesanal, el pozo y las piletas son de tierra, no hay concreto ni algún material ajeno.
En las piletas “el sol y el aire separa lo dulce de lo salado”, y después de un par de días se bombea a las eras, que son pequeños cuadros, de poca profundidad en los que se almacena el agua salada; en un lapso de tres a cuatro días se solidifican los minerales y se crea la sal de grano.
De ahí toca barrer la sal, con escoba y un jalador de madera se separa el sal con la poca agua que quedó en las eras; hacen pequeños montones al final de cada era.
Todo este proceso lo repiten cada semana por tres meses.
El trabajo comienza a las cinco de la mañana, porque “lo importante es ganarle al sol”, dice Lázaro. La jornada termina entre las once y doce del día.
En la tarde, después de las cinco, regresan para otra pequeña jornada de trabajo y aprovechar los últimos rayos del sol.
La dinámica es así para evitar trabajar bajo el sol del mediodía en esta zona costera de Guerrero es pesado; las temperaturas en Costa Grande pueden alcanzar los 35 grados y un sensación de humedad de 40 grados.
“Muchos dicen que los costeños somos flojos, pero no, flojos son los que dicen eso, si me vienen a ver a las once o doce en mi finca yo ya estoy en mi hamaca descansando, porque ya trabajé desde la madrugada”, cuenta Lázaro.
Después de juntar los montones de sal, en una carretilla que tiene que ser plástico para que no se oxide, juntan una gran montaña de sal, donde ahora tiene que venir el empacado.
Con costalillas al hombro, pala y una gran aguja, comienzan a empacar la sal, después la carga en las camionetas que harán la distribución, o en este caso, al almacén en espera de que Segalmex compre el producto.
A finales de mayo, con las primeras lluvias, el nivel del mar sube, entra a la laguna de San Jeronimito y lo que por seis meses fueron fincas para la producción de sal se convierten en manglares.
Estará así otros seis meses, tiempo en el que los productores o salineros, como también se les conoce, se dedican a otros oficios, algunos son herreros, mecánicos, carpinteros, albañiles y otros, con una buena administración, viven de la venta de sal.
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