La alfombra roja

Foto: © Wikimedia Commons

Ese sábado, después de haber platicado con su familia, Eréndira se apuntó para ser quien fuera a comprar el arreglo floral que le pondrían a la tía Bertha, en memoria de su tercer aniversario de fallecida. Rebeca y María, sus pequeñas sobrinas de 8 y 10 años, insistieron para ir con ella.

—Niñas, esta ocasión no iré en el coche, sino caminando. Les advierto que afuera hay mucho, pero mucho calor —enfatizó Eréndira tratando de convencer a sus sobrinas de quedarse en casa.

—No importa tía Ere, me pongo mi súper gorra de Totoro que me cubre del sol —señaló Rebeca mientras corría a buscar la gorra.

María no se quiso quedar atrás y fue tras su hermana. Regresó antes que Rebeca trayendo consigo un sombrero de paraguas portátil con el estampado de una de las escenas de la caricatura de Mi vecino Totoro.

—Tía Ere, ya estoy preparada, ahora viene Rebe.

El rostro de Eréndira manifestó gesto de asombro, en el fondo quería reír, recordó las veces que ella hizo algo así con tal de acompañar a alguien de su familia.

—Bueno, bueno, vamos a ver qué dicen su mamá y papá, vayan a pedir permiso.

Finalmente, las tres salieron a la calle. Eréndira se colocó un sombrerito de palma, sus gafas y por si las dudas, se llevó un bote con suero preparado. El clima marcaba casi los 32 grados. Decidió que se fueran por los andadores donde había árboles y la sombra les vendría muy bien.

Comenzaron la travesía, Eréndira observó el bello paisaje que había en cada andador. Invitó a Rebeca y María que se fijaran en cada detalle. La mayor parte de los árboles que les rodeaban eran de Flamboyán, estaban en su esplendor, con las ramas llenas de flores en tonos rojo y naranja. Era como una especie de arcos que les daban paso al ir caminando.

—Miren en las jardineras, son los pétalos de las flores, qué bonito se ve —señaló María.

—¡Wow! ¡Parece una alfombra roja! —exclamó Rebeca.

Siguieron caminando hasta llegar a la florería. Entre las tres eligieron el arreglo para la tía Bertha. Optaron por un arreglo grande, bellamente decorado con gerberas de diversos colores y hortensias, alegre, como diría la tía Bertha.

Para el regreso a casa tomaron la misma ruta.  María y Rebeca tenían sed. Hicieron una pausa en el camino y se sentaron en una banquita, bajo un árbol frondoso. Eréndira les dio de beber el suero, mientras descansaba de cargar el arreglo. Una parvada de loros las deleitó con su algarabía. Las niñas alzaban la vista tratando de identificar en qué parte estaban los loros, mientras Eréndira observaba lo bello del paisaje, cómo los pétalos en el piso creaban una atmósfera tan hermosa.

—Ya estamos listas tía Ere —dijo Rebe mientras se colocaba nuevamente la gorra.

—¿Tía Ere, me prestas tu sombrero y yo te doy el mío? —preguntó María, a lo que Eréndira asintió.

María se colocó el sombrero y Eréndira hizo lo propio,  ajustándolo bien a su cabeza para luego tomar el arreglo floral. Emprendieron el camino a casa, dejando atrás el paisaje sonoro de los loros y con la alfombra roja delante, para su deleite.

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