Conozca a la próxima generación de cineastas mexicanas
Esta historia fue publicada originalmente por Global Press Journal.
Por: Marissa Revilla, Global Press Journal México.
Cuando María Sojob tenía 11 años, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se levantó en armas para exigir elecciones democráticas y que se atendieran las necesidades. Los medios de comunicación nacionales e internacionales invadieron el estado natal de Sojob, Chiapas, para cubrir el levantamiento y sus repercusiones. Ella recuerda muy bien que la cobertura era casi totalmente en español. “¿Por qué no se dice esto en tsotsil y que mis abuelitos, mi abuelito, mi abuelita, puedan comprender qué está pasando?”, pensaba Sojob.
En su etapa de crecimiento, su padre y su madre preferían hablarle en español en lugar de tsotsil, su lengua materna. Sojob decía que era “un acto de amor” porque no querían que la discriminaran cuando fuera a la escuela fuera del municipio de Chenalhó, en ciudades como San Cristóbal de Las Casas, por ejemplo. Pero esta educación temprana sobre las inequidades del idioma, y cómo impactan en quién cuenta las historias, y para quiénes, se quedó en Sojob.
De hecho, eso ha moldeado a una nueva generación de cineastas en el estado más meridional de México: mujeres tsotsiles y tseltales decididas a contar historias en sus propios términos.
Después del levantamiento armado de 1994, se desató un boom de producciones con el tema indígena, pero casi todo lo producido se realizaba por personas que venían de fuera del estado, dice Sojob. Su interés en la narración comenzó cuando, usando la cámara que le regaló su padre, registró un conflicto territorial entre la gente de Chenalhó y el pueblo vecino de Chalchihuitán. Se dio cuenta de que, a menos que hubiera algún tipo de testimonio, nadie sabría lo que estaba sucediendo, “que éramos nosotros, nosotras mismas, quienes teníamos que sacar todo esto que estaba sucediendo hacia el exterior, desde el contexto comunitario”, señala Sojob.
Las películas premiadas de Sojob abarcan una variedad de temas: jóvenes músicos tsotsiles que experimentan con el rock en su propio idioma (“Voces de hoy”, 2010); un adulto mayor tsotsil navegando por el cambio y la permanencia cultural (“Bankilal/El hermano mayor”, 2014); una exploración de su infancia, y cómo se entiende el amor en su comunidad, a través de conversaciones con su abuelo mientras teje un sombrero tradicional (“Tote/Abuelo”, 2019). Actualmente, Sojob trabaja en “Por la vida”, un largometraje que documenta la resistencia de las mujeres lencas en contra de los proyectos extractivos en Honduras.
Al igual que Sojob, la realizadora Aracely Méndez explora a fondo los temas personales en sus obras. Méndez y su familia, de origen tseltal, se mudaron de territorios ancestrales a San Cristóbal de Las Casas. Ella se identifica como migrante y, a través de sus producciones, explora los problemas de las personas migrantes. El cortometraje documental “El cielo es muy bonito” (2022), seleccionado por el prestigiado Festival Internacional de Cine de Morelia, se centra en un refugio para mujeres en el sur de México, y las esperanzas y los sueños de diferentes generaciones de mujeres que pasan por ahí.
“Es importante que nosotras estamos contando las historias por el tipo de miradas que tenemos, porque nos atraviesan las propias historias que queremos contar”, dice Méndez, y añade que a ella le interesaba poder retratar la situación de las mujeres migrantes que cruzan la frontera. “Vienen por las violencias que viven y llegan a otro lugar donde también las siguen violentando porque no pueden ir a los centros de salud, porque no pueden acceder al trabajo, todo ese proceso difícil para ellas”, afirma Méndez.
Durante mucho tiempo, el cine fue un espacio elitista, inaccesible para la mayoría de las comunidades de Chiapas. Era más fácil ir “a una escuela rural de acá y pues estudias para maestro, maestra, que ya te asegura una plaza”, explica Sojob. Las iniciativas de descentralización recientes, que comenzaron con talleres del Centro de Capacitación Cinematográfica (una de las dos escuelas públicas de cine más importantes, con sede en la Ciudad de México) en los estados de Oaxaca y Chiapas en 2011, han creado una oportunidad en el sur del país. En 2021, de los 29 proyectos cinematográficos liderados por comunidades registrados para derechos de autor, más de la mitad se rodaron en Oaxaca y en Chiapas, y casi tres cuartas partes eran de cineastas que se identificaron como integrantes de una comunidad indígena o afrodescendiente. Sin embargo, es mucho más probable que los hombres lideren este tipo de proyectos: solo el 14% de los proyectos en 2021 fueron realizados por mujeres.
En 2019, el Instituto Mexicano de Cinematografía, organismo federal que depende de la Secretaría de Cultura, lanzó un programa de apoyo a cineastas indígenas y afrodescendientes de México y Centroamérica. Noé Pineda Arredondo, coordinador del programa, dice que han recibido propuestas en 33 idiomas.
Florencia Gómez Sántiz dice: “Creo que sí somos referentes, que estamos haciendo el camino”. Su documental, “3 días, 3 años” (2022) explora el mismo fenómeno en un área diferente — el gobierno municipal — a través de la historia de Elena, una mujer tsotsil del municipio de San Andrés Larráinzar quien resulta electa para una asamblea comunitaria conformada solo por hombres, lo que hace que surjan cuestionamientos sobre el ejercicio masculino del poder.
Aunque la audiencia de estos proyectos sigue siendo pequeña, limitada en gran medida a los circuitos de los festivales, su número cada vez mayor eleva la motivación de cineastas actuales y aspirantes, en especial de quienes se esfuerzan por explorar Chiapas a través de una lente diferente a la del levantamiento de 1994.
“Es muy emocionante y motivador pensar que hay muchas mujeres que están produciendo, cada una desde sus propios procesos de lucha, ¿no? Da mucho gusto que varias mujeres estén en este camino”, dice Sojob.
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