Ser mujer trans en Juárez, vivir entre crímenes de odio
“LOS PROBLEMAS MÁS GRANDES QUE ENFRENTA LA COMUNIDAD SON LOS TRANSFEMINICIDIOS Y DISCURSOS DE ODIO”
POR MARCO ANTONIO LÓPEZ / LA VERDAD
Paloma sostiene con unas pequeñas pinzas una pestaña negra y larga que acerca a su rostro con su mano derecha. En la mano izquierda mantiene un espejo redondo de tapas rojas con la forma más comercial de representar un corazón. El reflejo la guía para pegar la pestaña con la pinza mientras estira hacia abajo la comisura de los labios, en ese gesto común de quien acerca con cuidado algo a su propio ojo.
Su párpado se reviste una mitad por sombra oscura –casi negra– y la otra por sombra dorada, debajo de una ceja café delineada que contrasta con el tono azul que cubre sus pupilas. Una paleta de colores que destaca sus facciones femeninas y que corona su cabello castaño.
Es 17 de mayo, poco antes del mediodía la falta de aire deja sentir de lleno el sol y los 32 grados Centígrados afuera de su local en la zona Centro de Ciudad Juárez. Un ventilador viejo emite el sonido más claro en este espacio, antes de que Paloma termine de poner su segunda pestaña y empiece a hablar con el volumen bajo de su voz.
Junto a un pequeño televisor encendido –al que bajó todo el volumen– tiene una bandera. Es 17 de mayo, Día Internacional Contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. La bandera que mantiene a su lado tiene franjas de colores rosa, azul y blanco.
—Mi nombre es Paloma de los Ángeles Villegas Pacheco. Tengo 47 años. Soy representante del colectivo TTTrans Igualdad, con tres T —aclara— porque abarca Transexual, Transgénero y Transvestis. Trans es el vocablo mínimo de donde parten estas tres identidades —dice sentada detrás del escritorio negro en el pequeño local que montó junto a su esposo para vender ropa de segunda mano.
—Los problemas más grandes que enfrenta la comunidad son los transfeminicidios y discursos de odio. Por ejemplo, cuando la gobernadora (María Eugenia Campos) dice que en el estado de Chihuahua la población LGBT es menos del uno por ciento, da a entender que no somos nada, que no somos ciudadanos, que no se nos debe de tomar en cuenta, hay personas homofóbicas o transfóbicas que oyen eso y piensan «si mato a una estaría bien para la sociedad, una menos”.
Paloma en plantón para visibilizar la discriminación hacia comunidad trans. 31 de Marzo 2022.
MATAR EL CUERPO Y LA MEMORIA
El 7 de septiembre de 2019 alrededor de las 7:00 de la mañana la Policía Municipal recibió una llamada para reportar el hallazgo de restos humanos en un terreno cercado de la colonia Hidalgo.
Los agentes que se trasladaron al cruce de las calles Coyoacán y Guatemala encontraron en el lugar dos cabezas humanas, así como los brazos y piernas de dos cuerpos.
Minutos después se reportó que en el cruce de las calles Otumba y Donato Guerra, de la zona Centro –a 230 metros del local de Paloma– se arrojaron dos torsos humanos en la vía pública.
Nada se dijo de las víctimas en los medios de comunicación, a lo sumo que se trataba de dos hombres.
A pesar de que diversas organizaciones se pronunciaron el 11 de septiembre contra la transfobia y reconocieron a las víctimas como parte de la comunidad, el silencio rodeó el crimen.
Paloma recuerda ese día. Tiene presente que no se trataba de dos hombres sin nombre sino de dos mujeres trans que se dedicaban al trabajo sexual y cuyo nombre no se mencionó en ningún medio de comunicación. Paloma recuerda, sentada detrás del escritorio negro, que a unas cuadras dejaron los restos de Valeria Monroy y Emilia Sifuentes.
La saña de desmembrar los cuerpos de dos mujeres trans no bastó para establecer el crimen de odio, tampoco para dar con los responsables, de acuerdo con Paloma el silencio abarcó el espacio de las respuestas.
Un año después, el 5 de septiembre de 2020, en la misma calle Otumba –una cuadra adelante del lugar donde encontraron los restos de Valeria y Emilia– cruce con Fray García de San Francisco, también en la zona Centro, asesinaron a puñaladas a Leslie Rocha al interior de su domicilio. También ejercía el trabajo sexual, tenía 31 años. Hubo medios que incluso publicaron su nombre de pila, un nombre con el que Leslie no se identificaba hacía ya mucho tiempo.
Sin embargo, los crímenes de odio y transfeminicidios no son exclusivamente contra las mujeres trans que ejercen el trabajo sexual, de acuerdo con Paloma.
—Cada vez vemos más que eso no importa, tú puedes estar en tu casa, dedicarte a lo que sea y de igual forma te matan.
—También matan a chicas de la maquila, en su casa las encuentran asesinadas. Hace poco pasó. A una chica la golpearon, fue hospitalizada pero falleció hace una semana y media. No salió en los medios porque para los medios una mujer trans no es noticia, no les importa. A la chica ya la enterraron, la familia estuvo boteando para poder pagar.
Durante 2020 Chihuahua fue considerado el segundo estado con más crímenes de odio en contra de la comunidad LGBTTTIQ+, solo por debajo de Veracruz, de acuerdo con el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio contra Personas LGBT de la organización Arcoíris.
LA NIÑA
Paloma nació en San Andrés Tuxtla, en el estado de Veracruz, el 11 de octubre de 1975, un día antes su abuelo materno compró un boleto de lotería que resultó ganador. Entonces la familia que se dedicaba a vender artesanía elaborada por ellos mismos, pasó a dedicarse al comercio de mediana y gran escala de fruta. El abuelo compró un camión para transportar la mercancía y vender en el pueblo y sus alrededores.
—Tuve una infancia muy tranquila, ayudaba a mi abuelo con las cuentas del negocio desde los nueve años. Mis abuelos eran indígenas, hablaban náhuatl y no sabían leer ni escribir. Mi abuelo me formó de un carácter fuerte pero él veía que yo no era como sus otros nietos. Yo prefería estar con mi abuelita, hacer tortillas, la comida, estar en el metate.
—Sin embargo, para ellos por su cultura era normal tener una persona con una identidad diferente. En ese aspecto mi abuelo me formó un carácter fuerte e independiente y mi abuelita me formó un carácter de una mujer de deberes con su esposo, pero nunca sumisa, las decisiones las tomaban los dos.
—Pero se preocupaban porque ya sabían que iba a tener una vida en la que me iban a golpear.
—Desde niña siempre he sido agresiva, no peleonera pero si me buscaban sí. A las personas como yo les dicen chotos y a los golpes yo hacía que me respetaran. Desde los diez años, en la primaria, me molestaban.
—Yo nunca de niña me sentí niño, yo miraba a los niños y los agarraba a besos. Te miraban con aquel asco de que vas a pervertir a los demás, pero en aquel entonces muchos llevaban una vida de clóset, una vida homosexual y una vida heterosexual.
—La vestimenta nunca la vi como si fuera hombre o mujer, yo era yo y me gustaban los niños y la ropa que tuviera no me importaba. Ya como a los 14 años mi hermana y yo éramos de cuerpo más grande que los demás, a mi hermana a los 12 años la reclutaron para Nuestra Belleza México y cuando te reclutan te dan vestidos, maquillaje, zapatos y cuando no había nadie las dos nos poníamos los vestidos y las ropas, casi teníamos el mismo cuerpo, éramos nalgonas, piernudas, altas y usábamos la misma talla.
JUÁREZ, LA CIUDAD TE ORILLA AL TRABAJO SEXUAL
Cuando cumplió 19 años Paloma dejó el estado de Veracruz y emprendió un viaje a Ciudad Juárez, era 1994, la industria maquiladora estaba en auge así que consiguió un empleo muy pronto. Rentó un lugar hacia el Puente Internacional Zaragoza-Ysleta y se dedicó a ensamblar arneses en una maquiladora que ya no existe.
Por ese entonces comenzó un tratamiento de hormonas y un proceso psicológico como parte de una transición que vio de alguna manera finalizada con el implante de busto que se hizo en Estados Unidos para 1995.
Paloma para ese momento se sentía completa. Sin embargo tuvo que dejar su trabajo por problemas con el personal y de ahí encontró las puertas del empleo formal completamente cerradas.
—Las mujeres trans cuando ya tenemos el proceso hormonal sí era muy difícil encontrar trabajo, a pesar de que mi apariencia era 100 por ciento femenina y todos me hablaban de ella, cuando veían mis documentos me hablaban de él.
—No me daban trabajo, me decían que no me podían contratar porque tenía busto y los hombres no tienen busto. Personas como tú no se contratan, me llegaron a decir.
—Todas las puertas estaban cerradísimas —dice Paloma, que en el 2005 no encontró otra opción para vivir más allá del trabajo sexual.
—El trabajo sexual es de estar con una persona que no deseas, que porque te están pagando te tratan peor que un sirviente, es de mucha violencia, no es nada fácil, pero hay que vivir.
Entonces descubrió que a parte de lo duro del trabajo con los clientes tenía que soportar el acoso de las autoridades.
El 24 de mayo de 2007 bajo el gobierno municipal de Héctor Murguía, el grupo de Policía Militarizada de la Secretaría de Seguridad Pública realizó un operativo en el edificio donde vivían alrededor de 40 mujeres trans en la zona Centro. Los agentes municipales golpearon y arrestaron a las mujeres que se encontraban en el lugar.
Ese día, Deborah Álvarez, tuvo que ser hospitalizada y se reportó grave luego que a golpes le reventaran implantes de una pierna.
Lo mismo pasó a Fanny, en otro de estos operativos, pero falleció en el hospital, cuenta Paloma. Por eso fundaron la asociación civil Fanny Mujeres Transgénero, que dirige Deborah Álvarez.
Paloma se encontró en medio del doble discurso, por una parte se le negaba la oportunidad de tener un empleo y por otra parte se perseguía y reprimía el ejercicio del trabajo sexual. Entre la espada y la pared el discurso de odio empujaba al filo desde ambos lados.
Desde entonces es activista en defensa de las mujeres trans. En noviembre de 2021 pudo obtener su cambio de identidad en el estado de Veracruz y aunque lo considera un gran paso, no cambia la situación de violencia hacia la comunidad trans, asegura.
Paloma va saliendo de un proceso de quimioterapia que le erradicó un cáncer, tiene la marca en el lado izquierdo de su pecho de un catéter que le instalaron. Pero se siente bien, trabaja la tienda de ropa y mantiene su agenda como activista.
Suena su teléfono e interrumpe su relato. Una mujer trans migrante no encuentra albergue en la ciudad. —No te muevas de ahí, en un momento paso por ti —le dice.
Entonces redondea la última idea: —Queremos una ciudad libre de discursos de odio y de discriminación, que se gobierne conforme a las leyes, no conforme a las religiones.
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