Cómo supera Costa Rica los obstáculos antivacunas para inmunizar a todos sus niños

Los temores, la lejanía geográfica, las reticencias políticas o pseudoreligiosas han puesto a prueba la eficacia de la campaña de vacunación y el alcance del sistema sanitario en Costa Rica para llegar a todos sus niños. Sin embargo, tan solo en los primeros 60 días de campaña, se vacunaron prácticamente cinco de cada diez menores de entre 5 y 12 años en todas las regiones del país.

La duda o los temores bastan para generar rechazo a la vacuna, y más aún si hay alguien que los alimente. Puede ser el pastor, un supuesto médico con mensajes viralizados en redes sociales o un grupo que ofrece apoyo mediante carteles pegados en los postes del alumbrado eléctrico. 

Estos últimos abundan en Nicoya, la segunda ciudad en importancia en Guanacaste, la provincia del Pacífico Norte.  “MUCHA ATENCIÓN, MADRES, PADRES ABUELOS, ABUELAS. Los niños tienen un sistema inmune fuerte; el 99,96% de los que contraen Covid sobreviven. Algunos efectos graves resultados de la vacunación experimental son trombosis, pericarditis, miocarditis, guillain-barre, entre otros”, dice el anuncio, que ofrece la liga a un video, una dirección web de apoyo y a un número telefónico donde nadie contesta, según pudimos constatar. El sitio web es de Costa Rica Libertad y Vida, el movimiento que promovió la protesta en el Hospital de Heredia, y ofrece abogados para asesorar a familias renuentes a la vacunación de los niños.

El efecto de estos grupos, sin embargo, parece marginal incluso en las zonas donde se supone hay una mayor influencia de redes religiosas en las que circula la información. A 40 días del comienzo de la inmunización a población infantil la tasa de alcance era idéntica en regiones centrales y periféricas. La primera dosis ha llegado del mismo modo a los pequeños habitantes cercanos de Nicaragua en el norte o de Panamá en el sur, a los costeros del pacífico y del Caribe, pero también a las zonas rurales de montaña menos cercanas a los centros de salud que abundan en las urbes. “La gran mayoría está de acuerdo en vacunarse porque saben que es la manera de poder dar continuidad al curso lectivo y nadie quiere faltar a clases”, dijo Gabriela Chaves, supervisora de preescolar en una escuela de Cañas, otro municipio de Guanacaste. 

Mediciones anteriores han señalado que ningún costarricense debe desplazarse más de 4 kilómetros para llegar a un puesto de salud, menciona como un factor de ventaja la exministra de Salud María Luisa Ávila, jefa del servicio de Infectología en el Hospital Nacional de Niños y una de las voces abanderadas de la vacunación en Costa Rica. Importa también la larga tradición de inmunización, el marco legal y la rectoría en manos de una comisión nacional en la que también participan expertos ajenos al Gobierno. “La pandemia y la necesidad de vacunar de manera acelerada nos hicieron ver la fortaleza de Costa Rica, un conjunto de ventajas que salvan muchas vidas, aunque claro que hay cosas para mejorar”, comenta Ávila.

Autoridades y funcionarios operativos reconocen que el entorno actual de las comunicaciones sobrepasa las capacidades de esas campañas informativas que se plasman en los carteles de colores pegados con cinta adhesiva en las paredes de las clínicas o en las cuñas publicitarias en las emisoras de radio. El conocimiento o el desconocimiento, o las dudas o las teorías conspirativas, fluyen por canales que escapan a los canales de información oficiales. Puede ser en una reunión de feligreses en zonas donde el Estado casi no existe o en las pantallas de teléfonos celulares prepago, más comunes entre personas de menores ingresos. Los sesgos y los miedos se reafirman con contenidos producidos a miles de kilómetros o en la casa del vecino, algo difícil de saber. Las nuevas dinámicas sociales plantean retos extra para políticas públicas relacionadas con la vida y las creencias, incluso en un país de políticas estatales progresistas, como Costa Rica.

Caoba es un pequeño poblado que también se encuentra en la provincia norteña de Guanacaste. Es un lugar a donde llega un autobús cada día, habitado por un puñado de familias agricultoras que trabajan desde antes de que salga el sol y apagan al pueblo al anochecer. Su ubicación permite a los pobladores fácilmente ir de paseo en caminata al lago de Nicaragua a través de una frontera que cuesta ver en el terreno.

No hay mucho que hacer más que trabajar el campo, intentar sacar el producto a Santa Cecilia,  el pueblo cercano con más habitantes, y asistir los fines de semanas a las actividades de las dos iglesias evangélicas o a la ocasional misa católica. Con la pandemia, peor. “La vida era más divertida”, dice una madre cuando se le consulta por el efecto de la pandemia de COVID-19 dos años después de que el virus llegó a Costa Rica en el cuerpo de un turista estadounidense, el primer caso en Centroamérica.

Sin ser el país de mayores estragos, el golpe fue durísimo para una sociedad afortunada que debe buscar en los libros de historia la última vez que sufrió una tragedia nacional. Más de 8.000 muertes y el peor golpe económico en 40 años, con el desempleo que se duplicó hasta el 24%, son el saldo momentáneo de una pandemia que solo se empezó a atenuar conforme avanzó la campaña de vacunación, que empezó en la Navidad de 2020 y que ya cubre a más del 90% de la población, a pesar de todo.

Ahora, la campaña de vacunación se centra con especial énfasis en la población escolar, en particular, los menores de entre 5 y 12 años que volvieron en febrero a clases completas presenciales, dos años después del inicio de la pandemia, y que no pueden permitirse otro gran apagón educativo, advierten las autoridades. Ya han sufrido un alto costo en socialización y en el proceso de aprendizaje cuyos vacíos solo se podrán dimensionar dentro de algunos años. Por eso la urgencia de empujar la vacunación a la mayor velocidad posible en todo el territorio, en el centro del país repleto de servicios de salud y en las periferias a donde viajan equipos sanitarios en vehículos, caballo o en lanchas para tratar de vencer los obstáculos.

Caoba, en un rincón de la frontera, refleja ese pulso entre la recuperación de la pandemia, la fuerza de la campaña de vacunación a la niñez, que en sus primeros 60 días alcanzó al 46% de la población de entre 5 y 12 años, y las reticencias de grupos aislados en contra de la aceptación general que impera en Costa Rica a favor de las vacunas. 

“No tengo nada en contra de la vacuna, pero espero que se me quite un poquito el miedo (…) Dicen que da mucho problema y ese es el temor que tengo. Pienso en si les pasa a mis hijas algo, no sé, tengo un temorcito”, decía tímida y casi avergonzada Elda Cubero, habitante de Caoba y feligresa de la iglesia Puertas del Cielo, dirigida por el pastor que también es propietario de la principal tienda de comestibles.

Elda habla sentada en una banca del colegio, uno de los pocos puntos de encuentro del poblado formado sin que nadie lo planificara a los lados de una calle de piedras que lleva a Nicaragua. Accede a contestar a periodistas y les agradece haber llegado hasta aquí, donde casi nunca llega nadie más. Los que sí han venido antes son los equipos de vacunación y la respuesta ha sido mayoritaria, advierte la directora del colegio, Flor Corea, aunque no descarta que en las iglesias se estén difundiendo informaciones que provoquen ese “temorcito” que mencionaba Elda.

Eso lo sabe el personal de salud y sus autoridades, desde el nivel central en la capital San José, a 300 kilómetros de distancia, hasta las coordinaciones regionales que tratan de ajustar las estrategias a las características de cada zona. En los municipios fronterizos, por ejemplo, saben que deben recorrer grandes distancias para llegar a los caseríos y que las reticencias pueden venir desde algunas iglesias evangélicas. Lo dice Diego Alfaro, coordinador regional del Programa Ampliado de Inmunizaciones (PAI) de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), una institución estatal que administra el sistema de hospitales y clínicas en todo el país y que recibe altos índices de apoyo popular, elevados durante la pandemia. 

“Son zonas extensas y poblaciones dispersas. Eso dificulta llegar, pero igual llegamos. Una vez ahí vemos que sí hay algún rechazo. Tenemos identificados puntos en la franja costera donde hay familias estadounidense o europeas, que han tenido posiciones antivacunas (antes de la pandemia), pero hay otros grupos que no son opositores duros, sino dudosos o temerosos y con ellos se trabaja también”, cuenta Alfaro, sin poder cuantificar la tasa de rechazo de las vacunas en adultos ni en niños. En marzo de 2022, dos meses después de comenzar a vacunar a menores de 12 años, las dosis pediátricas no sobran, advierte Alfaro.

Caoba es un pueblito de unos 15 kilómetros cuadrados, cubierto de potreros y caminos que llevan al Lago de Nicaragua. A la mitad del pueblo hay un caserío de unas diez familias. Foto: David Bolaños

Focos de rechazo

No sobran vacunas para niños en Caoba ni en ningún sitio. En adultos sí que sobraron. Unas 210.000 personas, casi el 6% de la población, se automarginó de la campaña y las autoridades comprenden que ahí ya no llegarán. “Nos satisface el resultado total, pero también se muestra que hay trabajo por hacer. El simple hecho de que una sola persona piense o tema que la vacuna es dañina, nos obliga a seguir trabajando para heredar una población con menores resistencias hacia el futuro”, responde Leandra Abarca, jefa de Vigilancia Epidemiológica en la sede central de la CCSS.

La doctora Abarca prefiere no usar el término “antivacunas”. Sabe que hay algún foco activo contra la inmunización y la ciencia, pero sostiene que la mayoría de personas reacias son como Elda, con dudas o miedos por información equivocada o incompleta, en ocasiones difundida por las redes sociales y en otras por la influencia de líderes, sea en instancias religiosas o políticas. Pocos se atreven a cuestionar de manera directa la vacunación, como sí lo hizo por meses un diputado llamado Melvin Núñez, pastor de iglesia evangélica y representante de la provincia costera del Pacífico, Puntarenas.

Tampoco han abundado las manifestaciones a antivacunas, aunque hubo algunas esporádicas en poblados como Tamarindo o Cañas en Guanacaste. El episodio más notorio en el país ocurrió el 26 de enero, cuando decenas de personas llegaron al hospital de Heredia, a 10 kilómetros de la capital, para exigir que se diera de alta a un niño que estaba allí internado por una enfermedad respiratoria, pues su madre no quería que se le vacunara contra COVID-19 y el personal médico se aferraba a la ley que obligaba a hacerlo, como finalmente ocurrió. Los manifestantes intentaron ingresar al centro médico y se enfrentaron a los vigilantes. De ello se hicieron eco en las noticias y las redes sociales. Después, presentaron recursos ante la Sala Constitucional y reclamos en otras instancias, pero nada impidió que se aplicase al menor la dosis contra el coronavirus. En Costa Rica se ha desarrollado un marco legal que incluye un sólido esquema de inmunización obligatoria a menores de edad, al se incorporó, a finales de 2021, el fármaco contra la COVID-19. 

La ley se cumple con excepciones. Es lo que ocurre en los centros educativos donde se han desarrollado incipientes jornadas de vacunación para aprovechar la presencia masiva de niños. Los directores o maestros evitan entrar en conflicto y prefieren alejar de las filas a los escolares cuyos padres han expresado rechazo. “Varias veces les he dicho a mis estudiantes que no vayan a la fila, que no quiero problemas con sus mamás. Después, eso que lo resuelvan los de la CCSS, pero que no digan que somos nosotros los que les decimos que contradigan a sus papás”, admite un director de una escuela en la provincia Limón, en el Caribe. Prefiere no identificarse porque un padre lo amenazó con denunciarlo sin explicarle las razones ni ante qué instancia, pero optó por evitarlo.

Las reticencias son pocas, pero no aisladas, porque todos los que eluden la vacuna conocen a otros que también lo hacen, que comparten sus temores o se los provocan, o que intercambia en grupos de confianza familiares o religiosos la manera de afrontar algo nuevo que recién llega de afuera y que llena de dinero a corporaciones internacionales. “Es apenas un experimento y podría traer problemas”, dicen los más benévolos, como Elda. Esto es un invento de millonarios para ganar dinero con la complacencia del gobierno, dice alguna pancarta ideológica. Y luego hay otros que van más allá, a los que se refería en diciembre de 2020 el Ministro de Salud, Daniel Salas, al advertir que la vacuna “no introduce un microchip ni altera el ADN de las personas”.

Flor Corea es una liberiana que ha trabajado en el Liceo Juntas del Caoba desde hace unos diez años, cuando la población estudiantil era de unos diez niños. Con los años, cuenta, el interés por la educación ha aumentado no solo en los menores de edad, sino en sus padres que no salieron de la secundaria, en su mayoría. Foto: David Bolaños

Metro a metro, niño a niño

“La respuesta es entonces el esfuerzo metro a metro”, explica Leandra Abarca desde las oficinas centrales de la CCSS. Lo mostraron las hieleras con las dosis que han viajado en lanchas, en las manos de caminantes con botas de goma y en los vehículos todo terreno que llegaron a Caoba, pero también en los vehículos de empresas privadas que se matricularon con la campaña. Y también el apoyo de los hoteles vacunatorios en la turística Guanacaste, universidades, ferreterías y centros comerciales, además de algunas iglesias o salones parroquiales que contrarrestan las sospechas de estar alimentando la reticencia.

Daniel, un pequeño jinete de 10 años, lo celebraba en la segunda semana de marzo, cuando unas señoras vestidas de blanco y celeste visitaron su caserío en el poblado Cureña del municipio Sarapiquí, también en los linderos de Nicaragua, pero muchos kilómetros más hacia el este que Caoba. Su madre, Leany, nicaragüense con 16 años de vivir en Costa Rica, tenía temores por efectos secundarios y sus papales no están al día, pero Daniel es costarricense en toda regla y tiene todas las vacunas posibles. No se pierde ni un día de escuela; ahí desayuna a diario y ahí escuchó la explicación de la maestra sobre el funcionamiento de una vacuna. Dos días después ensilló su caballo y salió de la hacienda donde trabaja la familia porque habían leído que llegaban “los de la caja”. “Fuimos a toparlos, porque los del gobierno hacen su parte, pero uno también tiene que poner (esfuerzo) para que sirva de algo. Es bueno saber que se acuerdan de nosotros”, dijo Leany por teléfono unos días después, ya vacunada, sin haber logrado aún vencer el miedo del todo. 

Reportaje que forma parte del especial Los que no se vacunan en Centroamérica y México, impulsado por medios integrantes de la alianza Otras Miradas. Participan en el especial: Agencia Ocote, Chiapas Paralelo, Radio Progreso, La Voz de Guanacaste, Gato Encerrado y Divergentes.

 

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