Transición energética, ¿a costa de quién?

Transición energética, ¿a costa de quién?

México planea dar el salto a la transición energética de la mano de Estados Unidos, sin embargo, el cambio a las llamadas energías limpias podría producir desplazamiento, despojo y mayor vulnerabilidad a cientos de personas en comunidades indígenas y rurales; los mismos efectos sociales que otras formas de generación energética. Expertos en la materia explican algunas claves que se deberían tomar en cuenta para que la transición energética no afecte a los que más sufren

Texto: Arturo Contreras Camero en Pie de Página

Fotos: Ana Cristina Ramos

CIUDAD DE MÉXICO.- La reforma energética se plantea como la ruta que podría seguir México en los siguientes años, también marcaría la pauta de la llamada transición energética en el país, es decir, dejar de usar combustibles fósiles para la generación de energía y buscar formas más amigables con el medio ambiente. Sin embargo, la transición a este tipo de energías podría tener las mismas consecuencias sociales que ya conocemos.

En el panorama se asoma el gobierno de Estados Unidos, que parece muy interesado en los procesos de generación de energías verdes en México. No en vano John Kerry, el encargado de Cambio Climático de ese país vistió los primeros días de febrero el país y se reunió con el presidente López Obrador, para promover la transición energética

Para entender las consecuencias de la transición, dos investigadores y el obispo emérito de Saltillo, Raúl Vera, quienes han dedicado gran parte de sus carreras a atender los conflictos territoriales que implica el desarrollo, nos comparten sus experiencias al respecto. El consenso es general: si no se cambia el modelo económico y social, los resultados serán los mismos de otros megaproyectos.

Verde no significa limpio

“Llamarlas ‘limpias’ no me parece la palabra, porque limpias limpias no son. Pueden ser menos contaminantes, pueden tener menos externalidades, pero si dices limpias, ya creaste una ficción y cancelaste una responsabilidad en el proceso. Así ya no sacamos una lección de la cultura del petróleo”.

Andrés Barreda Marín, especialista en procesos sociales medioambientales.

Para el doctor Barrera Marín, este tipo de términos parecen muy importantes, tampoco usa el término Cambio Climático, porque como dice, no es un cambio, sino una catástrofe, y no se limita al clima, sino a todos los elementos del ambiente natural, explica el también director del Programa nacional estratégico de agentes tóxicos y procesos contaminantes del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, el Conacyt.

En México, gracias tanto a la reforma como a la cercanía que se empieza a mantener con Estados Unidos respecto a estos temas ya se avizora una oleada de megaproyectos de generación energética alternativos. Como ejemplo están las granjas eólicas que en los últimos años llegaron a Tizimín, en Yucatán, o los parques solares que se proyectan en las cercanías de los nuevos desarrollos hoteleros y turísticos que traerá consigo el Tren Maya.

Ambas tecnologías ya han demostrado tener afectaciones funestas para el medio ambiente y para las comunidades que las albergan. Como muestra basta ver la división social que implican en el Istmo de Tehuantepec los campos eólicos que llegaron hace casi 10 años.

El problema con la energía solar, explica el doctor Barreda Marín, es que tiene una productividad muy baja. Es decir, que depende de que haya sol o viento, condiciones cambiantes e intermitentes, además de que la tasa de generación energética que suponen sigue siendo muy baja.

“Por si fuera poco, las cosas esas no son eternas. Se se crean celdas, pues se descomponen, se rompen y hay que irlas cambiando y solo generan basura; el armatoste de los generadores eólicos implican una infraestructura muy compleja, desde las aspas que son mortales para las aves migratorias o las moles de cemento que las sostienen y que dejan inservible el suelo de alrededor”, menciona como algunas de las externalidades de estos sistemas de generación.

Las presas, que parecen ser parte central del plan de Reforma Eléctrica propuesta por López Obrador, tampoco parecen escapar a este tipo de entredichos. Según explica el doctor Barreda. Primero porque el agua dulce no es un recurso inagotable; cada vez hay menos disponible. Segundo porque la construcción de gigantescas cortinas de cemento tiene un costo ambiental impresionante que pasa por la destrucción de toda la vida alrededor. Y tercero, por el hecho de que no son eternas y su desmantelamiento también acarrea grandes problemas ambientales.

Al respecto de las propuestas de López Obrador, sin embargo, el doctor Barreda no las ve como descabelladas o atroces.

“Mejorar las que ya existen para que sean más productivas y desmantelar el negocio de las empresas españolas y todo eso me simpatiza. En ese sentido, cambiar las turbinas y conectarlas no va a generar efectos, los problemas ya se generaron y ahora se están acumulando otros problemas”, reflexiona.

El conocimiento acallado

Como si fuera una regla, pareciera que otra de las grandes implicaciones de cualquier tipo de megaproyecto, ya sea de generación de energía supuestamente limpia, o de infraestructura de cualquier otro tipo, es que nunca se toma en cuenta a las comunidades que viven en los territorios a donde llegan a instalarse.

“Cuánta gente ni siquiera la toman para hacer sus megaproyectos, cuando la gente está ahí, la gente tiene que migrar y a dónde migran pues a la ciudad, a tener trabajos precarios”, reflexiona al respecto el obispo emérito de Saltillo, Don Raúl Vera.

“La flora y la fauna se dañan, los árboles los dejan como maderos partidos, y ahí ya no hay vida humana, hay puros postes y los pobres ya no pueden vivir ahí, los animales sobreviven chupando de la humedad que queda en el suelo. Así es todo el tiempo, con todo tipo de proyectos. Lo que quieren, siempre, es la renta del terreno y ni siquiera les cumplen con lo que les iban a pagar. Les desbaratan los caminos, les desbaratan los terrenos, les desbaratan la vida a la gente”, cuenta quien ha vivido, junto a sus feligreses principalmente de pueblos originarios, decenas de batallas en cuidado de la vida y del medio ambiente

“Lo primero que tenemos que ver es la sabiduría de esos pueblos”, dice al recordar esas experiencias. “Ellos han contribuido por años a cuidar el agua y la tierra, y ahora no cuentan para nada. Yo sinceramente creo que hay muchos factores que no se toman en cuenta”, dice sobre las poblaciones que su experiencia le ha demostrado son las más afectadas en el juego del desarrollo.

“Aquí el presidente tiene que ver cómo manejar estos nuevos asuntos. Cuando vea dentro de las condiciones reales que le ofrecen a los pueblos, tiene que ver cómo va a ser este traspaso del sistema sucio de usar los combustibles fósiles para la energía en México. Es un traspaso en el que, claro, los gringos hablan desde otra perspectiva que no es la de la gente”.

¿Qué sería una transición energética justa?

“Ésa es la pregunta más difícil de responder”, dice el maestro en economía Octavio Rosas Landa, y después lanza una provocación: “A lo largo de los últimos años, de los sexenios anteriores –desde Zedillo hasta Peña Nieto– se ha hablado mucho del desarrollo de proyectos de generación de energías limpias, pero en el fondo no cuestionan el modelo de consumo”.

Rosas Landa es catedrático de la Facultad de Economía de la UNAM y durante los últimos treinta años se ha dedicado a acompañar los procesos de organización social de cara a los grandes proyectos de desarrollo que pudieran enfrentar.

Ese modelo de consumo al que se refiere es uno marcado por el profundo despilfarro energético de las ciudades que obtiene toda esa energía de grandes plantas a miles de kilómetros, que consumen y contaminan los recursos naturales de pueblos pequeños.

“Para que hubiera justicia, pues el uso de estos grandes derrochadores tendría que pasar por la aprobación de proyectos de despojo por parte de muchas comunidades locales”, asegura. “Presas hidroeléctricas, ya sean grandes o pequeñas, parques eólicos y de energía solar, o todo este tipo de proyectos en muchas ocasiones implican despojo de tierras, desplazamientos forzados, agresiones políticas y policiacas contra las comunidades donde se construyen;además de que usan muchísimos materiales que se extraen de la minería”.

Incluso, explica Rosas Landa, el cuestionamiento del consumo debería ser más profundo: “De nada servirá, por ejemplo, que la energía que se consume para alimentar un automóvil eléctrico provenga de un generador eólico si lo que no se cuestiona es la necesidad de seguir producir automóviles que consumen grandes cantidades de agua, que consumen grandes cantidades de energía para su fabricación y que emiten grandes cantidades de gases de efecto invernadero a la atmósfera. No termina de detener una dinámica de consumo y desperdicio de materiales que es altamente destructiva”.

En otras palabras, si no cambiamos nuestros hábitos de consumo, de poco servirá que la industria se transfiera a las energías “limpias”; su consumo constante de energía, sea generada con combustibles fósiles o con otra tecnología, es uno de los principales problemas. Estas externalidades, como llama Octavio Rosas Landa a los efectos de la generación de energía, podrían llegar a rincones de la naturaleza inesperados.

“Me preocupa muchísimo que se ocupen grandes extensiones del territorio nacional, incluyendo las zonas desérticas o semidesérticas, a las que se consideran despobladas o inertes, y que en ellas se puedan hacer cualquier cantidad de proyectos, incluido el vertimiento de desechos tóxicos. Porque pareciera que ahí no vive nada ni nadie, lo que es falso. Cualquier biólogo te podría decir que son ecosistemas llenos de vida que comprendemos poco y que saturarlos de proyectos, solo va a estimular el crecimiento urbano, de la demanda energética”.

Octavio Rosas Landa

Desarrollos como este parten de un problema fundamental. Buscan crear grandes centros de generación centralizados, en vez de buscar generar redes descentralizadas e independientes.

“Esas son las verdaderas alternativas. Yo he escuchado de procesos energéticos y de autonomía en Oaxaca, con pequeños generadores de viento que no tienen disrupción magnética ni en el territorio. Hay otros ejemplos, como una cooperativa en España, Som Energia en Cataluña, que genera su propia energía y la distribuye entre sus consumidores domésticos. O como el sindicato de enfermeras de Oakland, que genera su energía en el mismo edificio, mientras que el sobrante se lo venden a madres solteras de colonias pobres.

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