Tapachula migrante, la ciudad que somos
Por Ángeles Mariscal y Silvana Salazar
De las montañas del Líbano, de la guerra de Europa, de los sueños gestados en Asia. Desde lugares impensables llegaron a la tierra del Soconusco hace más de un siglo, y se quedaron a forjar junto a la población local la tierra que ahora puede presumir su economía próspera, la más próspera de Chiapas, en la frontera sur de México, cimentada en los sembradíos de café, en su cocina internacional y en los múltiples saberes y habilidades fusionados de esta región cosmopolita.
En la región del Soconusco hay una región a la que se le considera su perla, el lugar más preciado, Tapachula, en donde ahora la población tiene un reto: recuperar la memoria histórica que permita reconocer su herencia migrante y poder así imaginar y gestar una nueva identidad producto de la actual migración que llega para quedarse, temporal o de manera definitiva.
Árboles gigantes de más de 30 metros de altura, ríos caudalosos, flores, palmas, helechos prehistóricos, aire húmedo y tierra fértil donde cada grano que cae puede dar fruto. La fama de esta región hizo que Miguel de Cervantes Saavedra, antes de escribir “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, solicitara al rey Carlos V que le concediera la gobernación de lo que entonces se conocía como la provincia del Soconusco, que en aquel siglo era parte de la Capitanía de Guatemala.
En el recuento histórico “Chiapas en miradas extranjeras. Siglos XVI al XXI”, José N. Iturriaga recupera la carta de Saavedra donde se hace la petición al rey: “Pide súplica humildemente cuanto quede a S. M. sea servido de hacerle merced de un oficio en las Yndias de los tres a cuatro que al presente están vacantes que es uno la contaduría del nuevo reyno de Granada, o la Gobernación de la Provincia de Soconusco en Guatemala, o contador de las galeras de Cartagena o Corregidor de la ciudad de la Paz que en cualquiera de esos oficios que S. M. le haga merced….”. señala el documento.
El rey no se lo concedió, pero la fama de la región llegó a oídos de quienes, por diversas razones, vieron aquí un buen lugar para vivir.
La migración y la aventura no siempre tienen un origen feliz, en el caso del abuelo de Yamel Atihé Guerra, psicóloga, tapachulteca, y nieta de inmigrantes libaneses, fue la guerra y el hambre lo que lo hizo salir de su país.
“Mi abuelo venía de las montañas del Líbano. Él, desafortunadamente, vivió una época de hambruna muy dura, y esa fue la razón por la que al final decidieron venir a América, vinieron huyendo del hambre, de la guerra que estaba cayendo por el imperio turco otomano.
“Mi abuelo contó alguna vez como vieron morir a una hermana de hambre y decía: el dinero no se puede comer, había dinero, pero no había comida, entonces no podía darle de comer una moneda a mi hermana”.
Yamel lo tiene claro, en su familia y en la de sus vecinos, hubo historias compartidas que fueron contando a las generaciones que nacieron en la región: “Todos tuvieron esa experiencia de sufrimiento, del dolor, de la injusticia, de la indignación, y también del deseo común de aspirar a la felicidad; de poder llegar a lograr las expectativas de bienestar para ti, para tu familia. Es un común denominador de cualquier persona que lucha en la vida, en este caso un migrante, sea del país que sea, sea de la época que sea. Yo tengo muy claro que uno no deja su país por nada”, refiere.
La casa de la familia Atihé se ubica en la zona centro de Tapachula, y en el corazón de ella crece un árbol gigante que alberga pájaros, iguanas y plantas con flores; un árbol que da sombra y frescura para ayudar a amortiguar la humedad y el calor de esta tierra pródiga.
Este árbol es quizá el símbolo involuntario del espíritu que se vive en el interior de la vivienda. “Mi abuelo José Athié Athié vino a Tapachula en 1920 (…) era un Tapachula multicultural, los vecinos eran japoneses, los de la Casa Henkel alemanes, había franceses. Había gente hablando en diferentes idiomas, contando diferentes historias de migración y de aventura”, recuerda.
Al igual que la familia Atihé, otros libaneses llegaron a la región, con su espíritu emprendedor fundaron tiendas de telas maravillosas y un estilo de comercio que ahora, un siglo después, permite a miles de personas adquirir sus bienes: el sistema de compras por pagos; esa fue parte de su herencia para la región.
Entre las primeras migraciones masivas que llegaron a Tapachula y el Soconusco, fueron las provenientes de Alemania, quienes primero intentaron fincar en Guatemala, y luego en esta zona donde establecieron grandes cultivos de café.
Thomas Edelmann, tapachulteco de nacimiento y de ancestros alemanes, es ahora uno de los productores de café más importantes del Soconusco. “Yo ya soy cuarta generación de los nacidos en Tapachula”, refiere, y sus rasgos físicos no dejan duda.
La llegada de sus ancestros tampoco fue fácil, “mis abuelos nos platicaban cómo fue el tema de la guerra que los hizo salir de su país, ´es que tú no sabes qué es pasar hambre por cualquier circunstancia´ decían”.
Poco después llegaron personas provenientes de Japón y China, atraídos por las promesas de prosperidad del entonces gobierno de Porfirio Díaz. “La paz y la prosperidad porfiriana se vio reflejada mediante una política de atracción de captar capitales y eso fue lo que atrajo también asilo”, refiere el historiador Jorge Alejandro Martínez Flores.
La forma de los ojos, el color de la piel, y las prendas que aún utiliza, hacen de MaríaArgelia Komukai Matsui la imagen viva de su ascendencia. “Nosotros somos descendientes de japoneses, somos a tercera generación; la primera generación fueron mis dos abuelos, tanto Komukai como Matsui vinieron de Japón”, refiere, mientras camina por el centro cultural de Tapachula, donde un grupo de niños y niñas tapachultecos practica las artes marciales orientales.
“Se vinieron sin conocer, se vinieron sin saber. Me decía mi abuelo que ellos vinieron, desempacaron y dijeron ´aquí nos quedamos´. Empezaron a trabajar y a apoyar a las personas que se encontraban a su alrededor, eran doctores que curaron a muchos enfermos”, recuerda MaríaArgelia Komukai.
La población japonesa se extendió más allá de Tapachula; 76 kilómetros hacia el centro del estado, se encuentra el municipio de Acacoyagua, que tiene en su lugar de entrada un arco torii, que según la tradición sintoísta, son puertas que dan paso a otro estado de consciencia. Este arco que tiene en su parte superior la leyenda “Lugar de grandes señores”, es otro legado de la población japonesa que llegó a este lugar del país.
En el parque del lugar hay murales de mujeres con kimono, árboles de cerezo, templos. Y en los jardines de su parque, un monumento que agradece a quienes dejaron en el lugar el legado de la medicina japonesa.
La multiculturalidad se aprecia en cada rincón de la región de Tapachula y el Soconusco, en la comida, en las construcciones, en las actividades y en los propios habitantes que dan muestra viva del mestizaje.
Cada periodo histórico tiene sus características, y en esta región, desde finales del siglo XX, lo que se vive es una nueva migración de personas provenientes de al menos 20 naciones, según registra el Instituto Nacional de Migración (INM).
El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) registró que entre junio de 2020 y junio de 2021, 84 millones abandonaron de manera forzada su país de origen; en este periodo, 18.3 millones de personas en situación de desplazamiento forzado, estaban en la región de América y El Caribe.
Las razones principales fueron la violencia, inseguridad y cambio climático, África y Venezuela son las mayores zonas de desplazamiento.
“Las migraciones que actualmente estamos viviendo y experimentando son de un contexto distinto a las que se dieron en el siglo pasado. Y ahora, el gobierno no ha implementado una política de integración para las personas que están viniendo del extranjero, principalmente de Centroamérica, de Sudamérica y actualmente del Caribe, esto marca una gran diferencia con las otras migraciones”, explicó el historiador Jorge Alejandro Martínez Flores.
En el parque central de Tapachula, en las oficinas donde se realizan trámites migratorios, en los parques y calles de la ciudad de Tapachula, migrantes se aglomeran cada día; la mayoría, esperanzados en continuar de manera pronta su ruta rumbo a Estados Unidos, pero otros más, buscando la mejor manera de establecerse.
La ciudad puede ser hostil, la temperatura inclemente, la insuficiencia de espacios acondicionados para convivir, las angustias que generan la lucha por conseguir un empleo y una vivienda a precio justo, parecieran crear un ambiente de segregación entre nacionalidades. Sin embargo, miradas más pausadas permiten ver rasgos de humanidad y solidaridad.
Yadira Alvarado llegó a Tapachula hace dos décadas. La población la aceptó y reconoció como parte de la comunidad; ahí formó a su familia y hoy poseen un restaurante exitoso. Para ella, mujer migrante originaria de Honduras, este es un buen lugar para vivir.
“Empezamos primero con una galerita, vendiendo en la colonia donde vivíamos, y después a domicilio. Ya mucha gente de Tapachula nos conoce, ya somos bien conocidos por nuestra comida, por el trabajo de mi esposo que es tallador, por mi hijo que es estilista, mi hija es estilista también. Somos conocidos y queridos también, porque tenemos muchas personas que nos tiene mucho aprecio en esta ciudad”, recuerda mientras prepara afanosamente los platillo que recuerdan su origen, y que son buscados en “El Rincón Catracho”, el nombre del restaurante que tiene establecido en una calle céntrica.
Las paredes del lugar tienen murales que hacen referencia a los paisajes que dejó atrás, y que dice, los recuerda pero no los extraña. “Aquí en Tapachula tengo un hogar, aquí nacieron mis hijos, aquí puedo caminar por las calles con tranquilidad”.
Yadira es un ejemplo de quien no busca “el sueño americano”, de quien solo busca un espacio para vivir, y se lo gana a pulso todos los días en esta ciudad.
Yuderky Jules tiene 23 años, sueña con estudiar y no volver a tener hambre. Sus padres salieron de Haití, ella de Venezuela. “Tenían que salir de Haití porque la situación de Haití siempre ha sido crítica, la pobreza ha sido muy extrema, ganas el dinero pero no puedes comprar, a veces los padres cuando tenían a sus niños no podían hacerse responsables, y por eso ciertas personas del tiempo de antes no pudieron estudiar y eso fue que los obligaron a irse a otros países, porque no podían estudiar ni trabajar”.
Pero hasta Venezuela los alcanzó de nuevo la precariedad y el hambre, “recuerdo que, como no había arroz, teníamos que comer arroz picado”, narra en el departamento de la colonia Los Cocos, en Tapachula donde ahora ya se constituyó un lugar de residencia de población afrodescendiente y algunos centroamericanos que establecieron estancias semipermanentes.
“Llegar aquí cuesta mucho, el camino es fuerte, muchas montañas, ríos, lo más traumado son los ladrones, violaciones, la muerte de niños arrastrados por los ríos. Es una experiencia fatal”, recuerda, y sus recuerdos hacen ver que para quien ha pasado por estas circunstancias, quedarse es una prioridad y por ello, pide a los lugareños una oportunidad para integrarse.
“Creo que el tapachulteco también se puede inspirar mucho de todas las historias que nos llegan a esta sociedad y que no nos imaginamos que existen. Ayer simplemente, estaba caminando por el centro y en el paso peatonal escuché hablar en kindi, escuché hablar en inglés, escuché hablar una conversación entre una chica china, intentando explicar un haitiano que no habla español. Me dije: esto es maravilloso, y nos lo estamos perdiendo”, dice Yamel Atihé.
Considera que los discursos de racismo y xenofobia que podrían hacer ver al migrante con rechazo, son estrategias políticas y no ciudadanas, “los tapachultecos no podemos permitir que esta identidad amorosa y de acogida que nos ha caracterizado, se hagan cada día más pequeña a causa de la doble moral de la política actual. No es nuestro discurso, ese es de los gobiernos, pero el discurso de la humanidad que yo he visto en Tapachula, es un discurso de apertura”.
En esta región del mundo se vive ahora un momento histórico, una situación que no tiene precedentes en la historia reciente de nuestra región, por el número de personas que están llegando para salvar la vida, su libertad y seguridad; y esta, es nueva oportunidad para refundar al Tapachula hospitalario y cosmopolita.
La producción de este contenido fue posible gracias a la beca ACNUR-Factual sobre desplazamientos forzados en América Latina y el Caribe
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