Cuando un padre desaparece
Miles de familias salen a la búsqueda de sus seres queridos desaparecidos, pero ¿qué pasa cuando una hija sale a buscar a su padre? Esta es la historia de Keila una adolescente de 16 años que decidió unirse al proceso de búsqueda que emprendió su madre Consuelo, por ver volver a su tesoro más preciado.
Por Samantha Anaya y Aletse Torres en Zona Docs
Fotografía de portada Ayotzinapa Somos Todxs-Jalisco
El sábado 23 de noviembre del año 2015, la familia de Rogelio Ruíz Gonzáles lo vio por última vez. Ese día emprendería un viaje de trabajo al municipio de Manzanillo en el estado de Colima. A las tres de la tarde, Consuelo, esposa de Rogelio, observa que tiene una llamada perdida de su número de teléfono.
Suena una vez, suena dos veces, cuando suena la tercera vez alguien atiende la llamada: “¿bueno?” dice Consuelo, pero no obtiene respuesta. De pronto, solamente se escuchan gritos, son de su esposo y de sus acompañantes, ella desesperada comienza a gritar, nadie le respondía, no comprendía qué estaba pasando del otro lado de la línea, hasta que se corta la llamada.
“Yo escucho como él y su amigo que iba comienzan a gritar y al mismo tiempo, solo se escucha: ¡venimos con Jorge!”.
En seguida, Consuelo vuelve a marcar, pero manda directo a buzón, más de una vez lo intentó, con la esperanza de escuchar la voz de su esposo, pero jamás atendió. Las horas del día pasaron, llegó la noche y Consuelo no había obtenido ninguna respuesta de Rogelio.
Entre lágrimas Consuelo comparte que fue “la peor noche de su vida”, dentro de ella algo dolía, se quebraba, sabía que algo le había pasado a su esposo, pero no sabía aún de qué se trataba.
“No era normal que no le entraran las llamadas, siempre me las devolvía, sin importar nada. Aunque estuviéramos enojados, me las devolvía las llamadas”
Pasaron dos largos días, llenos de incertidumbre y “mucho dolor”, Consuelo comenta que “era nueva en esto”, entonces decidió acudir a pedir ayuda a la familia de Rogelio, pero se llevó una sorpresa pues con indiferencia le dijeron que “así lo dejara”.
Los días se convirtieron en semanas, después en meses y hoy ya son casi 6 años desde la desaparición del “amor de su vida”, dice. Sin embargo, lo que más le preocupa es devolverle a sus hijas el padre que les arrebataron.
Fotografía Facebook Ayotzinapa Somos Todxs-Jalisco
“Mi derecho de buscar a mi padre”
Keila tenía 11 años cuando se enteró que su papá estaba desaparecido. Su madre, Consuelo, decidió no contarle hasta un mes después de los hechos. A pesar de ello, Keila notaba cambios en la actitud de su mamá y en las actividades que solía desempeñar día a día, como el acudir a la Fiscalía de manera recurrente.
Fue hasta el 25 de diciembre del 2015, en navidad, que Keila confirmaría sus sospechas, su padre había desaparecido. Esta, se convertiría en la primera de muchas festividades que cambiaron para siempre su vida.
Y es que, su madre, decidió que, para proteger a sus dos hijas, lo mejor sería que las tres se fuesen a vivir un tiempo con sus abuelos, así que todo cambió.
Entre los planes de Keila está el estudiar antropología forense, para de esa manera utilizar su conocimiento para continuar con la búsqueda de su padre hasta encontrarlo.
A sus 16 años vive en una angustia continua, entre asimilar su vida con la ausencia de su padre, el no saber en dónde está, el preguntarse qué pasó con él y en “pensar en que tal vez ya no está con vida”; estas preguntas se combinan la frustración de no tener los medios suficientes para poder buscarlo:
“Es muy impotente ser hijo de una persona desaparecida, por el hecho de saber que por tu edad no puedes hacer mucho, o porque te puede dañar”.
Keila también, repasa una y otra vez su libro sobre ¿Qué hacer en caso de una desaparición?, ya que cuando su mamá, Consuelo, realiza trabajos de búsqueda en campo, sabe que ella también está en peligro.
“Si algo le llega a pasar yo también haré lo posible para buscarla, y para que los dos estén de regreso, algo que no me imagino, pero que sé que puede pasar”.
Fotografía cortesía Consuelo
“Mis métodos de búsqueda”
A pesar de las opiniones insensibles de las personas que le “aconsejan” a Keila “hacer como si nada hubiese pasado”, ella continúa con su lucha y búsqueda.
Comparte que sus métodos de búsqueda están enfocados en las redes sociales, compartiendo información de su papá. También, acude a marchas y protestas para hacer evidente su exigencia y reclamo de volverle a ver.
Keila tenía 13 años cuando fue a su primera manifestación, en aquella ocasión se trataba de un memorial para las personas que han desaparecido en el estado y en el país. Aquella, fue la primera vez que se colocó la ficha de su papá en el pecho, acompañada de una rosa y una vela.
La búsqueda de una madre e hija
Desde 2015, Consuelo sale a buscar a su esposo por todos los medios existentes. En vida y en muerte, ha encontrado a otras personas que también tienen familiares desaparecidos y les ha ayudado a que regresen a su hogar, a devolverles ese “tesoro” a quienes lo están buscando. Lamentablemente, no hay rastro de su “amor” y, junto con esto, llega una fuerte frustración, una gran decepción y aumenta el vacío en su corazón.
Al lado de Consuelo está Keila, quien confiesa sentirse impotente, pues el deseo y la esperanza de volver a ver a su padre se mezcla con la necesidad de ayudar a su madre para traerlo de regreso. A lo largo de estos 5 años, la vida de esta adolescente se ha vuelto una lucha que sólo ella, su mamá y su hermana afrontan solas, ya que el resto de su familiares las han olvidado, al hacer como que “mi papá nunca desapareció, que él sigue aquí”.
“Me dice que ‘tu única responsabilidad es estar feliz’ y esos comentarios por una parte tienen razón, pero yo siento que tengo que hacer algo más, siento que es lo menos que puedo hacer por mi papá, si nadie más lo ha hecho yo tengo ese propósito”.
Pero Consuelo ve el dolor de sus hijas y las ganas de ayudarle en la búsqueda de su papá. Por ello, ha decidido emprender el viaje junto con Keila,convertirse en un equipo: comenzando a ir a las búsquedas de campo, a enseñarle a meter varillas y asegurarse de hacer todo lo que está en sus manos para después exigir:
“Yo sé que es riesgoso, pero mejor la asesoró para que lea se informe por si algún día me llegan a desaparecer ella sepa que hacer”.
Tanto Consuelo como Keila, ya no buscan culpables, no les importa quién les arrebató un “pedazo de su corazón” o cuál sería la razón para hacerlo, solo esperan el regreso a su “tesoro”, de su héroe, de su más grande amor; lo único que quieren es tenerlo de vuelta en sus cumpleaños, en sus logros, en sus problemas, en su vida.
El proceso judicial que ha tardado más de 5 años
Transcurridos dos días de la desaparición de su esposo, Consuelo acudió a la Fiscalía General del Estado de Jalisco a interponer su denuncia, el día 25 de noviembre del 2015.
Con el transcurso de los años, esta mujer buscadora ha adquirido conocimientos sobre sus derechos y las obligaciones de las autoridades. Por ejemplo, ahora sabe que, tras interponer una denuncia por la desaparición de una persona, la fiscalía debe garantizar el acceso a la sábana de llamadas, las cuales, pueden ofrecer la información sobre el último registro georeferencial del paradero de la persona que es buscada. Sin embargo, en su caso fue hasta el 2017 cuando le entregaron este documento.
La elaboración del mapeo del lugar en donde ocurrió la desaparición es otro de los derechos que deben garantizarse a las familias y que podrían acercar a la pronta localización de la persona. Lamentablemente, Consuelo le entregaron este recurso cinco años después -seis meses antes de esta entrevista-:
“El mapeo es un derecho, pero como la fiscalía sabe que las familias no saben lo que tienen que exigirles ellos no lo hacen” señaló.
Cuando Consulto inició la búsqueda de su esposo, no contaba con ningún tipo de orientación legal. Tras 6 años de lucha y resistencia, Consuelo expresa que, si en ese momento ella hubiese sabido todo lo que conoce hoy, seguramente ya hubiese encontrado a su esposo, “pero lamentablemente han sido casi 6 años de lucha y de aprendizaje, y hasta la fecha no he dejado de aprender”.
Cuando desapareció Rogelio, la rutina de su día a día cambió por completo: ahora, además de iniciar muy temprano, incluía una visita obligada a las instalaciones del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses (IJCF). Relata que cada vez que ella pedía que le mostraran las imágenes de las personas fallecidas sin identificar que mantienen en sus bases de datos, podía observar que “sólo le enseñaban a pura gente en calidad de calle y nada más”.
No fue hasta diciembre del 2020 que Consuelo recibió una notificación relacionada probablemente con la desaparición de su esposo. En aquel momento solicitó a la Comisión Local de Búsqueda que revisaran en su base de datos si existía algún indicio que le ayudara en su búsqueda. En esta revisión, surgió un dato que, hasta ese entonces, era completamente desconocido para ella.
El 12 de diciembre de 2015, es decir, 19 días después de la desaparición de su esposo, la Fiscalía en conjunto con los peritos del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses hallaron un tinaco con los restos sin disolver de tres personas:
“A mí nunca me dijeron nada, hace tantos años y jamás me dijeron nada” expresó Consuelo con un nudo en la garganta.
Hasta el día de hoy, Consuelo junto con sus dos hijas continúan en espera de la confronta de ADN que podría darles certeza sobre la identidad de esas personas.
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