¿Quién cuida a las cuidadoras de El Salvador?
Mercedes es una experta cuidadora. Ha criado a tres generaciones sin recibir un solo centavo de parte de nadie. Culturalmente, se asume en El Salvador que la crianza es deber de una mujer, aunque esto implique un sacrificio desproporcionado. Antes del gobierno de Nayib Bukele, se logró un pequeño avance en el ámbito legal sobre la corresponsabilidad de los cuidados por parte del Estado y las empresas, algo que sólo se reflejaba en el papel. Pero con la administración de Bukele, y su decisión de suprimir la Secretaría Técnica de la Presidencia, que estudiaba una política específica para llevarlo a cabo, dicho avance ha desaparecido completamente del horizonte.
Por Mónica Campos
Mercedes ha cuidado a tres generaciones: a sus siete hermanos, a sus hijos y a sus nietos. Ahora tiene 70 años y subsiste con ayuda de sus dos hijos y un puesto de tortillas que mantiene desde hace 35 años. Se siente cansada. Todos los días, al terminar la jornada, le da un dolor que inicia en la cadera y se extiende a la rodilla. Ese cansancio del trabajo duro, “el trabajo de casa”, como le dice ella, lo aprendió a vivir y sufrir desde muy pequeña. En 1964, cuando ella tenía 13 años, su madre murió por complicaciones en el parto del que nació su última hermana y, por ser la mayor, se convirtió en la encargada del hogar, donde tuvo que cuidar de sus hermanos y de su padre.
Antes de que su madre falleciera ya había abandonado la escuela porque, al volver a casa, tenía que ayudarle a hacer las tortillas. “Cuando llegaba de estudiar, mi mamá me ponía a moler en piedra. Hacía tortillas y después tenía que regresar a estudiar porque el estudio antes era de mañana y de tarde”, recuerda. “Yo le dije que ya no me mandara porque como mi deber, por ser la mayor, era estar en el hogar, me sentía muy cansada”, dice.
Así, con la muerte de su madre, Mercedes comenzó su vida de cuidadora, toda la responsabilidad del trabajo del hogar cayó sobre sus hombros. Cuando la recién nacida se enfermaba era ella quien la llevaba a consulta. “Me daba una gran pena cuando mi papá me decía que llevara a la niña a la clínica. Era lo peor. La gente me criticaba porque yo era una niña. Decían cosas cuando yo pasaba, como que para qué me había puesto a criar tan bicha”, dice.
A los 18 años se fue de la casa para salir de ese ciclo de trabajo sin fin. La única manera que encontró para hacerlo fue irse con un joven de su comunidad. A los 18 años, tuvo su primer hijo. A los 22, tuvo una hija que murió por complicaciones en el parto y, a los 23, tuvo a su hijo menor. Esta es la segunda generación que crio. En la década de los 80, durante el conflicto armado, tuvo que desplazarse de la zona rural en la que vivía, en Aguilares, hacia la ciudad. Se estableció junto a su pareja y sus dos hijos en Mejicanos, una zona igualmente golpeada por el conflicto armado, pero donde los cadáveres no colgaban de los árboles como en su pueblo natal. “Todos los días aparecían muertos, se oían balaceras”, recuerda. Mejicanos no era diferente, pero al menos no se sentían directamente amenazados. Este municipio en el que vive hasta el día de hoy era y sigue siendo un municipio de los más empobrecidos e inseguros de San Salvador. Ahí, con dos hijos que cuidar, el único modo de subsistencia que encontró fue el que había aprendido de su madre: hacer tortillas. Así, mientras su pareja trabajaba fuera de casa y regresaba para ser atendido, ella preparaba tortillas para la venta, criaba a sus hijos y se encargaba de los demás quehaceres del hogar. Una jornada de más de 12 horas al día, una situación que no se debate lo suficiente en nuestros países de Latinoamérica, ni concretamente en El Salvador.
Para Carmen Urquilla, coordinadora del programa de justicia económica de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa), el caso de Mercedes ha sido el de muchas mujeres en el país y se repite de generación en generación. “Todo este trabajo lo están realizando, en su mayoría, las mujeres, porque cultural y socialmente es un rol que se ha delegado de forma exclusiva a las mujeres”, comentó. “Y lo interesante de esto es que las mujeres no solo tienen que hacerse cargo de personas, en etapas de la vida que requieren mayores cuidados, sino que, justamente, producto de la sociedad patriarcal, tienen que cuidar también a hombres que se encuentran en toda posibilidad y capacidad de autocuidarse. Y es así que vemos a hombres jóvenes recibiendo cuidados de sus abuelas, madres, tías. Todo esto sin recibir ninguna remuneración económica”, agregó.
En El Salvador, las mujeres dedican un promedio de cinco horas diarias al trabajo doméstico y de cuidados a miembros del hogar, mientras que los hombres dedican solamente dos horas a estas actividades, según la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo realizada en 2017 por la Dirección Nacional de Estadísticas y Censos (DIGESTYC). En cuanto a las mujeres que tienen un trabajo remunerado, la misma encuesta indica que, al volver a casa, realizan las labores del hogar durante tres horas con cuarenta y ocho minutos, mientras que los hombres dedican solo una hora con treinta y siete minutos.
Los cuidados, un asunto del mercado y del Estado
En 2007, Mercedes era ya abuela de cinco nietos. Su hijo se separó de su pareja, dejando al cuidado de Mercedes a dos niños. Por otro lado, su hija migró hacia Estados Unidos dejando a otros dos nietos al cuidado de la abuela, todos en las edades de entre 2 y 4 años de edad. Esta sucesión de circunstancias hizo que Mercedes tuviera que hacerse cargo de la tercera generación de su familia.
Su hijo trabajaba en una empresa, por lo que se convirtió en el principal proveedor del hogar. Era mientras salía al trabajo y ejercía sus labores vestido de traje y corbata que su madre se encargaba de sus hijos y, aunque le pasaba una cuota para gastos del hogar, este dinero era exclusivamente para gastos de alimentación y pagos de servicios, no una remuneración por sus horas de trabajo.
Es en este punto donde, según la especialista Urquilla, se puede hablar de la corresponsabilidad del mercado o de las empresas. Para ejemplificar este concepto que a simple vista puede parecer algo confuso ella usa un ejemplo sencillo: “El mercado o las empresas también se ven beneficiadas de los cuidados que las mujeres, de forma gratuita, están proporcionando en los hogares, sean o no empleadas de empresas. De pronto se nos complica verlo porque es algo que tenemos muy naturalizado. En el caso de un hombre joven que vive con su madre, usted ve al joven que llega a su trabajo vestido, comido, planchado, arreglado sin ninguna preocupación sobre esto”. Agrega Urquilla que, probablemente, para que ese hombre estuviera ahí, hubo una mujer, en este caso su madre, que se levantó quince minutos o media hora antes que él a prepararle el alimento, que posiblemente fue quien le planchó la ropa y se la lavó para que la tuviera lista; probablemente, también le preparó el almuerzo que llevó ese día, y también es quien le está cuidando a sus hijos. “Entonces este hombre no tiene ninguna preocupación y puede estar las ocho horas laborales perfectamente dedicado y enfocado al trabajo”, describe Urquilla.
“Al salir de ese trabajo posiblemente va a llegar a su casa y va a encontrar una cena caliente que también va a ser preparada por su madre y durante todo el día que él ha estado haciendo ese trabajo por el cual sí le van a pagar, probablemente las mujeres han estado en casa pendientes del seguimiento académico de los hijos, de las tareas, del aseo”. Si no existiera todo este trabajo invisible, según explica Urquilla, el joven “se iría sin desayunar, o llegaría a desayunar a la empresa, o tendría mayor gasto por pasar comprando comida, tendría que estar pendiente de las cosas de la casa, no podría estar enfocado totalmente en su trabajo”.
El Estado salvadoreño hizo un intento por intervenir en materia de cuidados, durante el gobierno anterior a Bukele. El esfuerzo desapareció con la supresión de la Secretaría Técnica de la presidencia en la administración actual. Según Urquilla, para la elaboración del documento, que estuvo estudiando la SETEPLAN, se hicieron consultas con organizaciones de mujeres feministas, con sindicatos, organizaciones que representaban a personas con discapacidad y adultos mayores. Urquilla indica que el documento estaba en una fase muy avanzada pero, con esta administración gubernamental, desapareció.
La Asamblea Legislativa, por su parte, emitió una ley relacionada a este tema, después de que la Concertación por un Empleo Digno para las Mujeres (CEDM) presentara, el 28 de enero de 2015, un recurso de inconstitucionalidad a la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia por la omisión de un marco legal que garantice la corresponsabilidad social de los cuidados. Argumentaban que el Art.42 de nuestra Constitución establece en el inciso 2° que “las leyes regularán la obligación de los patronos de instalar y mantener salas cunas y lugares de custodia para los niños de los trabajadores”. La asamblea no aprobó esa ley sino hasta el 31 de mayo del 2018, con el nombre de Ley Especial para la Instalación de Salas Cunas para los hijos de los Trabajadores. Hasta la fecha, esa ley no se ha puesto en práctica.
En marzo de 2020, el Consejo Superior del Trabajo pidió a la Asamblea Legislativa una prórroga para poner en marcha dicha ley. Y es que las empresas con más de 100 empleados deberían proveer un espacio de cuidado para los hijos de los trabajadores o pagar una guardería a sus empleados según la nueva legislación. La ley, que debía entrar en vigor en junio de 2020, se detuvo con el apoyo del gobierno y la firma de diputados de GANA, ARENA y PDC.
En diciembre de 2020, el gobierno, a través del Ministerio del Trabajo, promovió una segunda pausa de la ley. Por 48 votos se aprobó que la vigencia de la nueva ley empezaría en enero de 2022.
La ley, sin embargo, tiene algunos vacíos. Amanda, nombre ficticio, es una joven profesional del área de las comunicaciones. Ella relató a GatoEncerrado que, antes de la pandemia, sus empleadores le comunicaron que “debido a la ley, ella sería beneficiada con el servicio de guardería gratuita para su hija de dos años. El problema es que el horario de la guardería era de 8 a.m a 5 p.m., pero ella salía de trabajar a las 7 p.m y a veces hasta mucho más tarde.
El trabajo no remunerado y la violencia patrimonial
Por su condición de mujer, a Mercedes, su padre no le dejó nada en herencia. Al hijo, Wilfredo, sí le legó todo: cuatro manzanas de terreno. Luego del éxodo de la familia, a causa de la guerra, en la década de los 80, Wilfredo decidió vender la propiedad y usar el dinero para migrar a Estados Unidos. “Nos dio lo que quiso. A mí me dio $300”, recuerda Mercedes; “a mis otras hermanas otro poquito, y así”. Además, Wilfredo le prometió una ayuda económica que nunca llegó.
A sus 70 años, Mercedes no tiene seguro social ni pensión, ni siquiera acceso a la banca o a créditos. Vive de la venta de sus tortillas y de las ayudas de sus hijos, quienes le insisten en que deje de trabajar. Ella, sin embargo, argumenta que lo que sus hijos le dan no es suficiente y que la costumbre del trabajo no le permitiría descansar. A su nieta le ha llegado a decir que, “si algún día descansa, se muere”.
* Este trabajo es parte del especial Mujeres que trabajan hasta el fin y sin derechos realizado por medios de comunicación que son parte de la alianza Otras Miradas.
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