Despedir a una maquilera sale barato

Foto: Jader Flores | Nicaragua Investiga

Tres mujeres despedidas de una de las empresas maquiladoras más importantes del país relatan cómo es trabajar en la industria con las condiciones laborales más precarias de Centroamérica.

Por: Nicaragua Investiga

Eugenia Meza tiene 27 años, pero su epicrisis parece contar la historia de alguien mayor. Diabetes, hipertensión, tendinitis en el hombro izquierdo y túnel carpiano en ambas manos. Además de secuelas en un pie que se fracturó en horario laboral.

Eugenia cree que los casi 9 años trabajando en una importante maquiladora de Nicaragua le pasaron factura a su salud. Su historia con la empresa terminó cuando la despidieron, junto a más de 800 personas, el 27 de julio de 2020, pero sus enfermedades la acompañarán por siempre.

Entró a trabajar en la empresa New Holland Apparel, en 2012, cuando esta se encontraba en su mejor época. Tenía muchos contratos para sacar producción del país para marcas como Under Armour, Adidas y Nike.

Ella era joven y saludable. Para entonces había que responder a los numerosos pedidos. Los horarios eran extenuantes y la presión de los supervisores, ansiosos por completar las metas de producción, agobiaban a cualquiera.

“Entré en una temporada que (la salida) era diario 10 de la noche. Hasta trabajamos los domingos. Tenía que estar medicada para reanimarme porque era muy cansado”, nos cuenta.

Para poder llegar a marcar a las 7 de la mañana, que era su horario de entrada diario, Eugenia debía levantarse antes del amanecer. Vive a unos 7 kilómetros del parque industrial, debía tomar un autobús y dejar listos los quehaceres de su casa antes de partir al trabajo. Como sentía vitalidad y no tenía hijos, salir a las 10 de la noche para ganar unas horas extra y aumentar su salario básico, que era de apenas unos 200 dólares, no le parecía un gran sacrificio, pero eso cambió 4 años más tarde.

Las jornadas extensas y los movimientos repetitivos que hacía al emplear las máquinas que usaba para bordar los emblemas de las reconocidas marcas que se fabricaban en el gigante textil, habían desgastado sus músculos. Además, un embarazo detonó su diabetes.

Al poco tiempo del nacimiento de su hija, se dio cuenta que la bebé tenía convulsiones. Le diagnosticaron epilepsia. La vida laboral de Eugenia se vio afectada casi de inmediato.

Ya no podía enlistarse entre las voluntarias para las largas horas extra y su salario básico era lo único que la sostenía a ella y su hija, insuficiente para una madre soltera que se ocupa sola de todos los gastos.

Además de eso, los permisos que solicitaba, para ir a las citas médicas de su hija o a las de ella, empezaron a incomodar a sus supervisores, y más cuando las otras enfermedades se sumaron a su cuadro clínico.

Al año de haber entrado a la empresa, se cayó cuando tomaba un taxi para dirigirse al trabajo y se fracturó un pie. Fue calificado como un accidente laboral y estuvo once meses incapacitada. El Instituto Nicaragüense de Seguridad Social debió pensionarla y cubrir parte de su salario, porque las lesiones eran permanentes y debía bajar el ritmo de trabajo, pero tres años después le retiró el beneficio.

“El INSS me negó mi pensión, me dijo que yo estaba joven, que yo podía superarlo”, relata.

Las jornadas de más de 12 horas de Eugenia eran de pie. Debido a su fractura, aquello era un verdadero sufrimiento porque eso le provocaba inflamación. Sus opciones eran pocas: el bajo salario o el desempleo. Aunque eligió el primero, años más tarde, cuando su salud se había deteriorado bastante, la empresa la “desechó”.

Hoy debe costear las medicinas de su hija. Y para ello, vende ropa usada en las afueras de la prisión más grande del país. No es un lugar donde reine la esperanza, ni tampoco donde haya mucha gente ansiosa por comprar.

“A veces vendo 100 o 50 pesos al día”, nos cuenta con una risa que se acerca a la pena.

Foto: Jader Flores | Nicaragua Investiga

Irse contra “el monstruo”

En una pequeña casa de cemento sin pintar y plástico en las ventanas, tres mujeres se han reunido para planear una “estrategia legal” contra New Holland Apparel. Cuando las despidieron, interpusieron junto a otras 160 personas más, una demanda ante el Ministerio del Trabajo por despido injustificado y solicitaron su reintegro.

Darling Baquedano era compañera de trabajo de Eugenia en la misma línea de bordados donde el ruido de las máquinas y el encierro les impedían saber si era de día o de noche.

Ella también entró en la misma época en que los enormes pedidos de las transnacionales deportivas las mantenían bajo un acelerado ritmo de trabajo.

Darling era “la rebelde” de su área, conocía sus derechos y trataba de reclamar cuando algún supervisor quería transgredirlos. Hoy, ya fuera de la empresa a la que dedicó casi una década de su vida, insiste en mantener la protesta.

Ella tiene una teoría; la empresa no cerró por falta de pedidos de las grandes marcas a como manifestaron ante el gobierno para obtener la autorización de los despidos masivos. Darling cree que la New Holland hizo “una limpia”, porque solo corrieron a los que se encontraban en las áreas donde comúnmente ubicaban a los enfermos crónicos.

“Al siguiente día (de los despidos), ya estaban trabajando en el área que supuestamente están cerrando porque no hay trabajo”, nos cuenta.

Eugenia también piensa lo mismo. Su mamá, trabajó en la empresa dos meses más que ella antes de ser igualmente despedida. Le contó que poco después de haber corrido a 884 trabajadores de las áreas de bordado y etiquetado, que supuestamente iban a cerrar operaciones definitivamente, estaban llegando varios contenedores de ropa para marcar y bordar.

“Yo me entero de que desarmaron líneas, y al mismo personal de las otras líneas las ingresaron al área de nosotros, personas sin la debida capacidad o que no tienen experiencia en ese trabajo”, dice Eugenia.

Darling asegura que, en la industria textil, se vive un “trato inhumano” y está convencida, después de años dentro de esa realidad, que ni al gobierno ni a los sindicatos les interesa el bienestar de los trabajadores.

“Todo el que trabaja en una industria textilera, uno, dos, tres años después, va a comenzar con las enfermedades que todos hoy en día tenemos”, afirma. Ella también tiene afectados el túnel carpiano y la columna.

El abogado José López, experto en derecho laboral asegura que la “falta de tutela” de las autoridades sobre las condiciones de los trabajadores es la principal causante de estas condiciones inhumanas en la industria textilera.

“Entre las enfermedades que presentan los trabajadores en zona franca, están el túnel carpiano, pero también están esguinces en rodillas, presión arterial, infección renal, y hay otros trabajadores más complicados que tienen problemas con cefaleas, migrañas, insuficiencia venosa y cáncer”, explica.

López dice que estos problemas están asociados a las largas horas de pie, a los fuertes ruidos de las máquinas a los que se exponen a diario y otros que están vinculados al estrés laboral.

“Cada dos años la empresa va eliminando al personal crónico para no costear la enfermedad que adquirimos dentro de la empresa”, asegura Darling Baquedano.

Darling cree que esta vez fue su turno de irse porque ya sus complicaciones de salud eran insostenibles para la empresa, que solo piensa en producción y no tiene interés de conceder citas médicas y largos subsidios a trabajadores enfermos.

Ella tiene cáncer de tiroides. Pocas semanas antes de su despido debía someterse a una cirugía y estaría inhabilitada varios meses. Ahora debe esperar a conseguir un nuevo empleo para que el INSS la cubra de nuevo, o hacer fila para obtener un lugar en la larga lista de espera de algún hospital público.

Darling llora cuando recuerda a una compañera que murió por Covid y la empresa les obligó a callar la ola de contagios que alcanzó a gran parte del personal y a sus familias. Les dijeron que no tenían forma de demostrar que se trataba de la pandemia. Y así era, el Ministerio de Salud nunca oficializó los casos y los diagnosticó como “neumonía atípica” o “neumonía adquirida en la comunidad”.

No fue la única vez que la empresa les obligó a callar. Nos cuenta que muchas veces se corría la voz en los pasillos: “¡Hoy viene el Ministerio del Trabajo! ¡Hoy vienen los representantes de las marcas! ¡Hoy llegan los dueños de la empresa! Siempre que eso pasaba todo el personal se preparaba para “esconder” lo que no debía estar a la vista.

“Hasta en ese momento nosotros podíamos ver los baños limpios, hasta en ese momento nosotros podíamos ver que éramos trabajadores, que teníamos que tener dignidad en el trabajo”, dice Darling.

Cuenta que nadie podía atreverse a decir nada a ninguno de los visitantes porque caía en “una falta grave” por revelar cosas “confidenciales” de la empresa.

“¿Cómo le demostrás al monstruo empresario que la obrera es la que está diciendo la verdad, ¿cómo se lo demostrás si vos llamás a testigos y tus testigos tienen miedo también?”, dice en alusión al silencio que guardaban todos los trabajadores atemorizados por perder sus empleos.

Darling no quería hacer tantas horas extras, pero no siempre creía que era algo que pudiera decidir. “Se nos dice que la hora extra es voluntario, pero te incitan a que apoyés, porque nos pueden multar si no cumplimos la meta de producción”.

Es por eso que muchos se enlistaban como voluntarios en las jornadas extra para evitar ser calificados como “malos trabajadores” y no ser despedidos. Darling dice haber visto gente caer desmayada o con parálisis facial en el pasillo del área donde ella pasaba gran parte de su día.

Un informe publicado por la organización OXFAM Intermón en 2015, titulado “Derechos que penden de un hilo”, determinó que al menos 263 mil mujeres son empleadas en maquilas de Centroamérica en “condiciones laborales precarias que llegan a ser inhumanas en muchos casos”.

El informe destaca que estos modelos de producción en masa se han “consolidado” en la región a base de violaciones significativas de los derechos humanos de los trabajadores.

“Salarios de 1,3 euros diarios, jornadas de 68 horas semanales, ambiente insalubre, ausencia de prestación en caso de enfermedad, restricciones a la afiliación sindical”, son parte de los casos que documenta el informe.

Una de las principales quejas recogidas por la organización es que las empresas trasnacionales cierran de manera frecuente y despiden a las mujeres sin pagar las prestaciones sociales correspondientes.

Foto: Jader Flores | Nicaragua Investiga

El día del despido

Fueron esos recuerdos lo que aumentó su indignación la mañana de aquel 27 de julio, cuando en el portón de la textilera encontró más amontonamiento que el común.

¿Qué pasa?, se preguntaban todos ansiosos y preocupados.

-Si tu carné marca y abre la puerta, significa que seguís contratada; si no, estás despedida, le dijeron los nuevos vigilantes contratados por la empresa ese día.

Su carné no pasó y solo dos de sus compañeras de trabajo tuvieron “el privilegio” de abrir la puerta. A los demás los pasaron a otra fila que tardó horas bajo el inclemente sol. Debían esperar el cheque de su liquidación. Fue un “juego cruel” para Darling y todos los que esa mañana llegaron a trabajar y, a cambio, encontraron el despido. La mayoría recibió entre 200 y 300 dólares por años de trabajo.

Darling se fue conmocionada a su casa. A pesar de sus enfermedades, había dado todo en aquella empresa. Siempre cumplió sus metas de producción, siempre se apuntó a “apoyar” en las horas extra y solo le cerraron la puerta sin darle una explicación.

“Vayan a quejarse donde quieran”, le dijeron los sindicalistas que supuestamente deben defender los derechos de los trabajadores dentro de estas gigantes maquilas, pero se han convertido en “sindicatos blancos”. Darling dice que estos dirigentes afiliados a la Central Sandinista de Trabajadores tienen sus oficinas con cafeteras y que se confunden con el personal administrativo de la empresa.

Cuando fueron a quejarse al Ministerio del Trabajo los funcionarios les cerraron las puertas al igual que New Holland y cuando se dispusieron a ir a la empresa, días más tarde, a entregar un documento legal para solicitar su reintegro, la textilera estaba custodiada por policías antimotines. Era claro que “el monstruo empresario” del que hablaba Darling era demasiado poderoso para ellas y no estaba solo.

El acuerdo de despido masivo fue firmado por el Ministerio del trabajo, los sindicatos y la empresa misma.

Dean García, Director Ejecutivo de la Industria Textil y Confección de Nicaragua, dice que no hubo despidos como tal en 2020 y que solo se ejecutaron “suspensiones temporales”, con el aval del gobierno.

La causa: efectos de la pandemia. “Pasamos, de exportar alrededor de entre 120 y 140 millones de dólares mensuales, a exportar solo 50 millones mensuales”, dice García.

Asegura que fueron 25 mil empleos suspendidos bajo esta modalidad y que ya todos han sido retomados, y solo 3 mil trabajadores siguen en espera de ser reintegrados. Eso pasará a finales de este año, según sus cálculos.

Por parte del Ministerio del Trabajo no hay cifras oficiales. Pero solo en este año se conoció públicamente el cierre de tres empresas maquiladoras. A parte de New Holland, están la estadounidense BWA, ubicada en Carazo, y que empleaba a unos 2 mil trabajadores, y Astro Parking Solution que empleaba a más de 100 personas.

Foto: Jader Flores | Nicaragua Investiga

Multa por trabajar mucho

Darling y Eugenia, a pesar de todo, reconocen que su realidad no es la más difícil. Con ellas está Claudia Santana, de 43 años. Sobreviviente de cáncer de mama, enfermedad que le diagnosticaron cinco años después de haber entrado a New Holland.

La operación por medio de la cual le extrajeron ganglios de sus senos le dejó los brazos débiles, una secuela común de quienes sobreviven a estos procedimientos. El INSS le otorgó una pensión parcial por invalidez y solo le permitía trabajar medio tiempo.

La seguridad social le pagaba 2,700 córdobas mensuales, unos 78 dólares. La empresa le pagaba 4,800 córdobas, cerca de 140 dólares.

“Me regañaban sino cumplía una meta de 2 mil piezas diarias. Los demás eran 4 mil lo que tenían que hacer”, nos cuenta Claudia, que después de su operación había sido trasladada al área de etiquetado, a la que todos llamaban “el hospitalito”, porque era ahí donde casi siempre ubicaban a los enfermos crónicos.

Se suponía que en esa área tendrían mejores condiciones y un trato especial, pero Claudia asegura que la presión era “igual” y que algunos supervisores les gritaban y ofendían para que aceleraran el ritmo de trabajo.

En 2019, dos años después de su operación, el INSS le notificó que estaba multada y que debía pagarles 9 mil córdobas, unos 260 dólares porque había hecho algunas horas extra “y estaba ganando mucho”. Ya había pagado doce cuotas de 400 córdobas por la insólita sanción, cuando la despidieron. Aún le debe al gobierno por haber trabajado demás.

“Solo a los jóvenes dejaron, todos los viejos salimos, los que no servíamos”, dice desesperanzada mientras nos relata que ella no pide reintegro. Siente que su cuerpo ya no tiene más energías para trabajar al ritmo de la maquila. Solo quiere una indemnización para empezar algún negocio que le permita cubrir sus medicinas y los gastos de dos hijos que siguen a su cargo.

“Ahora me duelen los brazos, solo con dolor vivo”, protesta mientras se despide de Eugenia y Darling, las mujeres que se atreven a enfrentarse a la inmensa corporación maquilera.

Sus pasos lentos la hacen avanzar por un camino empedrado. Ha prometido dejar todo “en manos de Dios”. Si la indemnizan “es ganancia”. Darling dice tener fe en que la demanda tendrá éxito, pero sus palabras finales parecen poner en evidencia lo que en realidad cree. “La vida sigue, a uno le da hambre tres veces al día y tengo hijas menores que dependen de mi”.

Meses después de esta entrevista, el 14 de abril de 2021, New Holland Apparel anunció su retirada del país. Otros 1,200 trabajadores quedarán desempleados cuando la empresa cierre definitivamente este 28 de mayo. La empresa dijo a Confidencial que las grandes marcas que los mantenían en pie se marchan al mercado asiático donde los costos operativos son más bajos.

* Este trabajo es parte del especial Mujeres que trabajan hasta el fin y sin derechos realizado por medios de comunicación que son parte de la alianza Otras Miradas.

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