Vamos a volver y con más fuerza: caravana de migrantes
El coronavirus fue el nuevo argumento contra la caravana de migrantes que salió de Honduras el 1 de octubre y llegó a sólo 200 metros de la frontera con México. Guatemala, el país intermedio, fungió esta vez como brazo expulsor, para acusar a la población migrante de “poner en riesgo la vida de muchísima gente”
TECÚN UMAN, GUATEMALA.- Rosy y María recorrieron 806.3 kilómetros desde de la ciudad de La Ceiba, en Honduras, hasta llegar a la frontera con México. Cuando tomaban un descanso antes de cruzar por el río Suchiate, la policía y el ejército de Guatemala les cerró el paso. Se quedaron en la puerta de entrada.
Ellas, jóvenes casi adolescentes, originarias de la ciudad puerto de El Caribe hondureño, caminaron dos días casi sin parar. Llegaron a las puertas del Albergue de Tecún Umán prácticamente molidas, con los pies destrozados, y la angustia a cuestas.
El albergue no se abrió para ellas, ni para los cientos de migrantes que, el 3 de octubre, fueron cercados en las puertas de ese lugar. Policías y militares guatemaltecos cerraron el refugio ubicado a sólo 200 metros de la puerta de entrada a México, la pinza que tendieron contra sus vecinos del sur.
La caravana de migrantes de Honduras salió el pasado 1 de octubre, emprendió dos rutas para llegar a México, con vistas a poder partir de ahí hacia Estados Unidos.
Al acecho
El grupo más numeroso se fue por la zona del Petén guatemalteco, para intentar cruzar con la frontera que colinda Tenosique, Tabasco. Ese camino ha sido poco explorado por las caravanas de migrantes que desde octubre de 2018, se han conformado como una forma de proteger su camino de las agresiones que vienen de autoridades y de la delincuencia organizada.
Ahí, en descampados, policías y militares guatemaltecos les tendieron cercos por tres días consecutivos. El primer día detuvieron a 300 migrantes; el segundo a 475, y el tercero a 712, según cifras que dio el Instituto Guatemalteco de Migración.
Entre Guatemala y Honduras hay un acuerdo de libre tránsito que en los hechos se rompió. Legalmente, los ciudadanos de estos países sólo requieren una identificación para poder transitar entre las naciones de Centroamérica.
El pretexto: covid
Legalmente, Guatemala no puede detener ni deportar ciudadanos de Honduras. Así que para saltarse esta formalidad, el presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, dijo que al entrar a este país en medio de la crisis sanitaria mundial, el grupo de hondureños que se unió a la caravana de migrantes, “violentó” la frontera y los protocolos de salud impuestos el pasado 18 de septiembre. En estos se pide a las personas que ingresen a este país una prueba de laboratorio que indique no son portadores de covid-19.
Esta prueba cuesta alrededor de 4 mil lempiras hondureñas, equivalentes al sueldo de 20 días de trabajo en ese país, que tiene uno de los más altos índices de pobreza en la región, pobreza que es esta una de las dos causas de la migración, la segunda es la violencia.
José González, de 22 años, formó parte de los migrantes que emprendieron la segunda ruta que siguió la caravana. Es la ruta que comunica la frontera de Chiapas, México, con la ciudad guatemalteca de Tecún Umán. Entre el viernes 2 de octubre y el sábado 3, centenas de hondureños llegaron al albergue de esa localidad.
Con engaños
Raúl Orozco, el jefe de migración de Guatemala en la región, explicó que el personal del albergue les informó de su llegada, y acordaron que los migrantes que ahí se encontraban iban a ser expulsados del país.
Desde la madrugada del 3 de octubre, dos autobuses en cuyo costado les colocaron una lona con la leyenda “Retorno Voluntario”, se apostaron a las afueras del albergue. A las 9 de la mañana se pidió a los migrantes albergados que abandonaran esa instalación y abordaran los autobuses. La mayoría salió del albergue pero se negó a subir.
Mientras policías y militares cercaron las calles aledañas al albergue, arribó otro grupo de migrantes que durmió afuera; les dijeron que les iban a dar un poco de comida antes de que intentarán cruzar el río Suchiate para internarse a México. Ya no se les permitió moverse de la zona.
«Nos quieren montar a los camiones a la fuerza. El padre -director del albergue- nos engañó, nos dijo que nos iban a dar comida y ahorita nos dicen que nos suban o nos van a meter presos», denunció José, desesperado, cuando vio acercarse a periodistas.
“Yo estoy dispuesto a entregarme a Migración (en México); que ellos me hagan el chequeo necesario y tal vez me den un permiso para laborar. Pedimos que no nos vayan a golpear, a disparar. Nosotros no venimos a que nos vengan a matar a este país, hemos sufrido mucho atrás, como para que nos vengan a matar. Solo estamos prestando este país (Guatemala) para poder pasar”, dijo, mientras militares y policías de Guatemala desenfundaban armas y toletes para cerrarles el paso a quienes intentaban salir del cerco que les tendieron.
La presencia de periodistas inhibió que los subieran a la fuerza a los autobuses, pero no que les abrieran el paso. En varios momentos ambos grupos forcejearon, hasta que los ánimos se relajaron, cuando un grupo de de albañiles que trabajaban en la construcción de una casa ubicada a unos metros del albergue, colocó una bocinas con música a todo volumen.
Eso, y el calor del trópico, obligó a los migrantes a buscar la sombra de los árboles y las bardas.
«Decisión sanitaria»
Estaban en esas posiciones, cuando llegó al lugar Mauricio Ituarte, Cónsul de México en Tecún Umán. Ahí les dijo que “México no cerró sus puertas a una migración ordenada, segura y regular”.
Sin embargo, les insistió en que el “problema sanitario mundial” hacía que el proceso migratorio de quienes ahí se encontraban no fuera una “migración normal”. “Es una migración donde hay que cuidar la salud de todos: de los mexicanos, de los guatemaltecos, de los hondureños y de todos. Tenemos que definir las políticas sanitarias para definir esto, porque no es una migración como la de los otros años. Aquí está en riesgo la vida de muchísima gente (…) Se va a tomar sobre todo una decisión sanitaria”, dijo antes de irse con la promesa de que volvería con una respuesta a la solicitud de los migrantes de ingresar a México.
Pasaron casi 10 horas, la respuesta no llegó, pero sí una lluvia torrencial que inundó la zona donde se encontraban. Las mujeres y los niños se pegaron a las bardas mientras el nivel del agua subía hasta casi alcanzar sus rodillas.
Algunos migrantes jóvenes aprovecharon para correr y tratar de escapar, calles adelante fueron detenidos. Más de una hora de lluvia torrencial empapó también sus ánimos. Cuando por fin la lluvia amainó, algunos subieron de forma voluntaria a los autobuses. No había un lugar para donde correr, no había un albergue que les brindara cobijo. El agua, la pandemia, los gobiernos, la falta de un refugio, todo jugó en su contra.
Algunos jóvenes hondureños alcanzaron a bromear desde las ventanas de los autobuses que arrancaban, pedían cigarros para el camino, fotos con las reporteras. “Vamos a volver y con más fuerza, en un mes nos vemos acá”, gritó Edin Antonio.
El último reporte del Instituto Guatemalteco de Migración fue que entre migrantes “remitidos” (deportados), y retornados voluntarios, había devuelto a su país a 2 mil 159 hondureñas y hondureños de la caravana de migrantes.
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