Una historia de refugiado: el camino de ida y vuelta de Víctor, un hondureño en EU, México y Costa Rica
Millones de personas han sido obligadas a salir de sus países por la violencia, la crisis humanitaria, los desastres naturales, el extractivismo y los megaproyectos, así como por otros acontecimientos que vulneraron su acceso a una vida digna. Poco más del uno por ciento de la humanidad, es decir, una de cada 97 personas, se encuentra desplazada de sus lugares de origen.
En el marco del Día Mundial del Refugiado, el informe anual “Tendencias Globales: Desplazamiento forzado en 2019” de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), en México permanecen 28 mil 533 personas refugiadas; mientras que, 70 mil 400 personas solicitaron la condición de refugio durante el año pasado, cifras que evidencian el papel primordial que tiene México para atender la situación.
Sin embargo, en ZonaDocs creemos que no sólo se trata de cifras, sino de rostros, personas y vidas, como la de Víctor de quien te presentamos su historia.
Por Fernanda Lattuada de Zona Docs
Ilustración de Fernando Sevillano recogidas en su diario de viaje a Uganda en abril de 2019 (ACNUR)
“Eran las siete de la tarde, esperaba en una estación de tren abandonada que, supuestamente ahí en esa curva pasaba más lento. Estuve todo el día sin comer, sólo tenía agua, me habían asaltado dos veces y me amenazaron de muerte; ya estaba débil, pero aun así logré subirme a La Bestia. Me estaba subiendo y agarrando, hasta que el tren hizo cambio de velocidades. Se escuchó un estruendo el choque de los vagones y caí en medio de las vías. Ya cuando me vine a dar cuenta, porque todo fue muy rápido, miré que ya no estaba bien.” Relata Víctor, hombre hondureño que perdió su brazo y su pierna izquierda en la búsqueda de una mejor vida en Estados Unidos.
Como Víctor, al menos 100 millones de personas en la última década, han sido obligadas a huir de sus hogares en busca de protección dentro o fuera de sus países, de acuerdo con el Informe “Tendencias Globales: Desplazamiento forzado en 2019” de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
En el 2019, la cifra de personas refugiadas y desplazadas en el mundo fue de 79.5 millones, de las cuales, 28 mil 533 han conseguido su refugio en México y 70 mil 400 solicitaron este derecho humanitario internacional. Estas cifras representan un aumento del 138 % respecto al 2018.
En tanto, el reporte del ACNUR señala que, en el 2019, del total de personas solicitantes de refugio en México, 43% fueron originarias de Honduras; 13% de El Salvador; 12% de Cuba; y 11% de Venezuela.
En la opinión de Mark Manly, Representante en México del ACNUR, el incremento en el número de personas desplazadas forzosamente, refleja las amenazas a la paz y la seguridad de sus países de origen. En el norte de Centroamérica, por ejemplo, las personas enfrentan situaciones que ponen en riesgo su vida y su seguridad a raíz de la violencia que generan las pandillas y la desprotección del Estado.
Víctor migró a Estados Unidos, donde vivió por 12 años bajo el Estatus de Protección Temporal (TPS), que obtuvo luego de que el huracán Mitch azotara a su país en 1998. Sin embargo, fue deportado porque la renovación de su asilo no fuese aceptada; así que, sin esperarlo, de un día para otro, tuvo que hacerse de una vida en Honduras. El regreso no fue sencillo, aunque buscó hacerse de un negocio de ropa, la violencia y la persecución de las pandillas quienes le demandaban un “impuesto de guerra” le impidieron establecerse y vivir plenamente:
“Puse un negocio, que fue por el motivo que luego yo tuve que salir de ahí porque me estaban amenazando. Le llaman impuesto de guerra. Es un tipo de soborno de pandillas, pero el problema está en que, trabajan con la misma policía y con el gobierno; entonces es una cadena de corrupción que no se puede romper, es muy difícil en mi país, llega a la mera raíz el problema”, explicó Víctor.
Él se rehusó a pagarles y terminó cerrando su negocio de ropa, pero siguió recibiendo amenazas, donde le exigían un pago por “protección”:
“Un día llegaron a decirme que iba a venir el jefe de ellos a hablar conmigo, y me sacaron una pistola ‘águila del desierto’. Me dijeron: ‘Mírame, esta es la que nos protege de todo mal y esto es lo que vamos a usar si tú no colaboras con nosotros’. Yo dejé todo tirado y me fui. Salí nada más con una mochila, una ropa y zapatos, un cepillo de dientes, una pasta y ya. A ver en qué terminaba, porque, pues, no había de otra”, recordó Víctor, aquel día que tuvo que huir por segunda vez.
Víctor trató una y otra vez de regresar a Estados Unidos, país donde él ya se había hecho una vida y donde aún estaban sus familiares esperándolo:
“Traté de llegar en al menos cinco intentos, y entre esos intentos yo perdí mis carros y herramientas; vendí todo para poder pagarle a un coyote, un traficante de personas. Pero me agarraban y me deportaban. Volvía a intentar y lo mismo, me deportaron. Así que la última vez, yo ya no tenía dinero y tuve que irme como pudiera”, narró Víctor, quien desde esa ocasión aprendió a subir y bajar del tren, e incluso, enseñó a otros la “técnica” para subir a La Bestia en movimiento.
El día que Víctor cayó sobre las vías, recuerda que esperó 30 minutos para ser atendido. Al llegar al hospital le dijeron que su porcentaje de sangre era muy bajo y las posibilidades de sobrevivir también:
“Decían que no iba a sobrevivir, que no la iba a hacer. Me dieron uno por ciento de posibilidades de levantarme de la cama y vivir. Pero, aun así, con todo el pronóstico que dieron, pues me levanté”.
Luego de este evento fatídico, Víctor permaneció recuperándose durante dos años en la Ciudad de México, donde fue beneficiado con unas prótesis gracias al apoyo de CAFEMIN, Casa de Acogida Formación y Empoderamiento de la Mujer Migrante y Refugiada.
“Aún después de mi accidente quería estar en Estados Unidos, yo sabía que si una persona normal, con todas sus extremidades, tenía problemas para tener trabajo y vivir en mi país; ya te imaginas una persona con discapacidad, que es discriminada […] yo lo decidí por el futuro de mis hijos, así podía darles una casa, una buena educación o sacarlos del mismo barrio y ponerlos en un lugar con mejor nivel de seguridad, que tengan más chance de vida”.
Al recuperarse, Víctor volvió a intentar llegar a Estados Unidos, donde estuvo un año detenido en migración esperando una resolución a su solicitud de refugio; sin embargo, fue deportado a Honduras una vez más.
El desplazamiento forzado casi se ha duplicado desde el 2010, año en el que fue deportado por primera vez Víctor; en aquel entonces se registraron 41 millones de personas refugiadas, frente las 79.5 millones de personas en el 2019. Mark Manly, ha señalado que México se ha convertido en un país de destino, situación que le otorga un papel fundamental para hacer frente y la necesidad de una política pública que garantice protección a las personas refugiadas.
“México está llamado a jugar un papel doble. Primero, apoyar esfuerzos multilaterales para prevenir y resolver conflictos armados, empujar a los Estados a respetar los derechos humanos de las personas que viven en sus territorios. A nivel nacional, México está llamado cada vez más a jugar el papel de país de recepción de personas refugiadas” señaló en entrevista con el Centro de Información de las Naciones Unidas”.
DE ENTRE LAS CENIZAS
Para Víctor, la vida como refugiado ha sido un camino difícil, buscando un lugar en donde vivir tranquilamente y “estar pensando dónde va a dormir la siguiente noche, esa es la odisea de un refugiado”, aunque esto no tendría que ser así.
“He aprendido a levantarme. Yo me he levantado como dicen, como el ave fénix, de entre las cenizas. He sabido lo que es estar bien abajo y bien arriba. Aprendí a sufrir en el camino que he andado y eso me ha cambiado. Aprovecho cada instante, me levantó a las seis de la mañana a hacer ejercicio, hago cosas en mi taller; tengo habilidades, claro con dificultades, pero significan un reto más y siempre me han gustado los retos. Sí voy a poder, sí voy a seguir. A pesar de mi discapacidad, soy un hombre completo.”
El país que te vio nacer no es el que te hace persona, en la opinión de Víctor, sino en el que tú decides vivir y morir. Actualmente, Víctor decidió migrar por última vez y establecerse en Costa Rica “para hacerse una vida, empezar de cero, buscar un empleo y no ser una persona que quite a la sociedad, sino que contribuya a ella”.
Por ello, ha emprendido una organización para las personas con discapacidad y que no cuenten con los recursos suficientes para una silla de ruedas, transportes o alimentación. Asimismo, construye muebles de materiales reciclados; y se encuentra escribiendo un libro de su vida para que otras personas se reconozcan capaces de superarse, dice:
“Yo mismo he vencido retos que me he puesto y he decidido que no me va a detener. Yo voy a seguir siendo la misma persona, igual que siempre he sido. Al final la recompensa que uno recibe cuando anda migrando de lugar en lugar, es que se da cuenta lo que hay en el mundo y los diferentes tipos de personas que te puedes encontrar.”
Víctor en la celebración de su cumpleaños. A la derecha una de las sillas que fabrica con materiales reciclados
MANOS EN ACCIÓN
Quienes han ofrecido su tiempo, disposición y habilidades para acompañar la estadía y los procesos de refugio de cientos de personas que llegan a los albergues y casas del migrante en el país, coinciden en que quienes han tenido que salir huyendo de sus países merecen una nueva oportunidad de vida y garantías que les permitan vivirla libremente.
Miroslava Navarro, fue una de las personas que coincidió en el camino de Víctor. Durante un año de servicio como voluntaria jesuita en CAFEMIN, convivió con personas refugiadas a quienes define como “personas valientes, pues no hay persona más valiente que aquella que deja todo por vivir con libertad.”
En su opinión, la ayuda primordial es concientizar y recordar que son personas en situaciones vulnerables y en desamparo por parte de las autoridades de sus países: “yo creo que a nadie le gustaría dejar todo por gusto”, explica.
Por ello y desde la experiencia, Miroslava sugiere algunas acciones que contribuyan al acompañamiento de personas con necesidades de protección internacional: orientarles a las organizaciones donde puedan recibir ayuda; indicarles dónde se encuentran los albergues más cercanos; brindarles escucha; o donar una prenda de ropa en buen estado, zapatos adecuados o comida.
De la misma forma, para David Morán, también voluntario de tiempo completo durante un año en el albergue FM4 Paso Libre en Guadalajara, las personas refugiadas son el mejor ejemplo de que en este mundo cabemos todos:
“A veces, sentía que ellos me ayudaban más a mí que yo a ellos. Voltear la mirada a los compas refugiados no sólo es una gran experiencia, es un verdadero encuentro con la empatía; es un reto que pone a prueba tu voluntad y todas tus emocione pero que al final del día te forja una mirada más sensible del mundo”, agregó David.
Víctor refleja la historia de millones de personas que emprenden una travesía incierta en la búsqueda de mejores condiciones para sí mismas y para sus familias, incluso, para salvaguardar sus vidas. Por ello, la protección de las y los refugiados es una labor que, como Miroslava y David señalan, nos involucra a todas y todos, desde el quehacer cotidiano, hasta la exigencia de políticas migratorias que velen por los derechos humanos, la no criminalización y no discriminación de las personas en situación de movilidad humana.
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