LAS CAMI COMO ALTERNATIVA
Nelsy Marisela Ku Chay, explica que las 35 CAMI esparcidas en diferentes entidades federativas son espacios físicos dentro de comunidades indígenas que trabajan para garantizar los derechos de las mujeres a través de asesoría legal, sensibilización comunitaria y atención de la salud psicológica, emocional, sexual y reproductiva.
Además, todas las casas se dedican a canalizar a mujeres en situación de violencia y funcionan como refugios para aquellas que han tenido que abandonar su hogar por el riesgo de ser agredidas.
Lo que hace diferente este programa del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (IMPI), es que quienes atienden a las usuarias, también son mujeres de las comunidades indígenas. Por eso, cada una trabaja de acuerdo a las necesidades, tradiciones y lengua de la comunidad en la que se encuentra, con un enfoque de género y derechos humanos.
Las CAMI son el primer lugar al que se acercan las mujeres indígenas cuando están en una situación de violencia, porque, como dice Wendy Figueroa, directora de la RNR, “las mujeres se identifican con quienes son sus pares, con quienes hablan su misma lengua”.
De acuerdo con Nelsy Marisela, las mujeres que dan atención en las casas son capaces de reconocer cuando las usuarias acuden afectadas por una situación de violencia normalizada, disfrazadas de estrés y nerviosismo. Por ello, han expandido sus actividades hasta las secundarias y telesecundarias en donde les enseñan a las y los jóvenes a reconocer relaciones interpersonales violentas, les hablan de educación sexual, de la prevención del embarazo adolescente y de la decisión de las mujeres a decidir sobre su cuerpo.
En 2019, las CAMI atendieron a un promedio de 24 mil personas, en su mayoría mujeres, niñas y niños. Entre ellos a los habitantes de Mesa del Tirador en Bolaños, Jalisco, en donde se encuentra la casa “Tejiendo los Derechos por el Crecimiento Integral de las Mujeres Wixaritari”.
Después de 17 años de trabajo de las Casas de la Mujer Indígena y del esfuerzo de Nelsy Marisela por generar cambios en las comunidades, durante los últimos dos meses las promotoras del programa han tenido emprender una lucha para recordar a las autoridades que los derechos de las mujeres son una prioridad.
“Se ha determinado posponer la publicación de los resultados relacionados con dichas convocatorias, dada la imposibilidad de iniciar con la implementación de los proyectos […] y con la firme convicción de cuidar y proteger la salud de la población beneficiada” decía el comunicado del INPI con el que el 3 de abril se anunció la suspensión del presupuesto de las CAMI hasta que las condiciones sanitarias lo permitieran.
Semanas más tarde, el 22 de mayo, la Secretaría de Gobernación anunció que se habían cancelado definitivamente los recursos del programa de Fortalecimiento de los Pueblos Indígenas dentro del cual estaban las CAMI.
La razón que le dieron a las representantes de la RNR y de la Red CAMI fue que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público destinaría esos recursos a la crisis de COVID-19. La decisión fue tomada a pesar de que la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria señala en su artículo 58 que:
“No se podrán realizar reducciones a los programas presupuestarios ni a las inversiones dirigidas a la atención de la Igualdad entre Mujeres y Hombres, al Programa de Ciencia, Tecnología e Innovación; las erogaciones correspondientes al Desarrollo Integral de los Pueblos Indígenas y Comunidades Indígenas y la Atención a Grupos Vulnerables, salvo en los supuestos establecidos en la presente Ley y con la opinión de la Cámara de Diputados”.
Además, a pesar de que la medida resulta contradictoria tomando en cuenta que los Refugios y centros de atención a mujeres víctimas de violencia fueron consideradas como actividades esenciales durante la emergencia sanitaria del virus SARS-CoV2.
Para Nelsy, la cancelación del recurso quiere decir que las mujeres indígenas siguen invisibilizadas, sin ser reconocidas como población vulnerable. Es una repetición de la discriminación y el abandono porque significa negarles su derecho vivir libres de violencia, a la salud y a un acompañamiento que tome en cuenta su lengua y sus tradiciones.
El INPI ha propuesto entregar el 25% del presupuesto original a las casas, pero como indica Wendy Figueroa, eso es regatear con la vida de las mujeres, “es un reflejo total de que la prioridad no son los derechos humanos”, dice la directora de la RNR.
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