Hay familias que ni en fase 3 podrán estar en su casa
Amanda y Fernando son vendedores de aguacate en las calles de Chilpancingo. En septiembre del 2013 sobrevivieron a un huracán y a una tormenta tropical y esperan tener la misma suerte en esta pandemia
Texto y fotografía: Jesús Guerrero de Amapola
La fase 3 fue anunciada formalmente por el subsecretario de Promoción y Prevención de la Salud, Hugo López Gatell este 21 de abril. Como medida de mitigación, dijo, es necesario continuar con la “sana distancia” y el “quédate en casa”, el pico máximo de la pandemia por Covid–19. Pero no todos pueden acatar la medida. Es el caso de la familia Santiago Rodríguez.
Amanda Santiago Cayetano y Fernando Rodríguez López forman un matrimonio que se dedica a vender aguacates en las calles del centro de Chilpancingo.
“¡A 20 pesos la bolsa de aguacates!”, “¡A 20 pesos la bolsa de aguacates!”, les grita a los automovilistas y a las pocas personas que caminan por la calle 5 de mayo, a una cuadra del zócalo de esta capital.
La gente que alcanza ver al matrimonio utiliza cubrebocas. Amanda quien carga a su hija de dos años de edad y su esposo Fernando, no usan ninguna protección para prevenirse de un posible contagio del virus del Covid-19.
Él dice que el coronavirus es una enfermedad que la mandó satanás para que paguen los pecadores. Fernando el cristiano evangelista y menciona que él y su familia no tienen miedo de lo que pueda ocurrir. “Dios es el que dispone y no nosotros”, agrega.
Amanda sentada en la banqueta junto a su chiquihuite (canasto sin asas) repleto de bolsas que cada una contiene cuatro pequeños aguacates, secunda a su esposo: “así es, es Dios el que dice de qué y cuando nos vamos a morir y por eso no tenemos miedo”.
Fernando y Amanda forman parte de un grupo muy numeroso de vendedores ambulantes que venden su mercancía en las calles del primer cuadro de Chilpancingo. No son los únicos en el estado que sufren por las medidas de contención del virus decretadas por la federación y secundadas por el gobierno estatal y los municipales.
De acuerdo a la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), publicada por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI)) en Guerrero el trabajo informal rebasa la media nacional del 5.7 personas de cada 10. En el estado ocho de cada 10 trabajadores trabajan sin seguridad.
La mayoría de los guerrerenses en el sector informal se dedican a prestar servicios turísticos y al comercio, pero otra gran parte al ambulantaje en las calles, como Amanda y Fernando, los vendedores incrédulos el Covid–19. Sólo dos personas de cada 10 están registradas en el Instituto Mexicano de Seguridad Social (IMSS) y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP).
Tras el cierre de el zócalo del centro de la ciudad como una medida sanitaria de prevención por el coronavirus, la mayoría de los vendedores ambulantes dejaron de vender e incluso realizaron protestas para exigir apoyos para poder subsistir en estas semanas de la contingencia.
Pero los vendedores optaron por irse a sus casas, sin recibir nada a cambio por parte de las autoridades.
Amanda y su esposo Fernando, decidieron seguir con la venta, y a veces logran reunir 150 pesos en todo el día. Apenas recibieron unas despensas de las que entregan las autoridades, pero piensan en que eso no resuelve su situación de los próximos días.
Sobrevivir a fenómenos naturales y una pandemia
Desde que amanece, el matrimonio sale de su casa ubicada en la colonia denominada “Las Casas Pintaditas”, ubicada a la orilla de la carretera Chilpancingo-Chichihualco.
Amanda y Fernando forman parte de muchas familias de la comunidad de El Balsamar, que por las lluvias provocadas por el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel en septiembre del 2013 perdieron su casa y tierras. Les cayó un cerro encima.
Hasta hace tres años, la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) les notificó a las familias afectadas que podrían venirse a vivir a esta colonia, pero hasta la fecha siguen sin los servicios de agua y drenaje, además las casas están mal hechas, según Fernando.
El matrimonio, que tiene seis hijos que mantener, compran los aguacates en Chichihualco para revenderlos en las calles de Chilpancingo
Fernando recuerda que en su comunidad de El Balsamar tenía dos hectáreas de tierras que utilizaba para sembrar maíz, frijol y una huerta de aguacate.
“Hoy sólo tenemos esa casita en donde estamos sufriendo, porque tenemos que venir a ganarnos la vida aquí en Chilpancingo”, lamenta.
Cuenta que sí se han enterado a través de la televisión y a veces por internet de los llamados que hacen las autoridades de que se queden en casa para no contagiarse del coronavirus, pero insiste, ellos no pueden quedarse hacerlo porque tienen que comer.
Además, dice, el gobierno en nada los apoyó cuando empezó esta contingencia sanitaria. “Queremos trabajar para poder comer y no de hay de otra”, agrega.
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