Sin Límites. El maestro de inglés que repara celulares y conquista títulos deportivos en su silla
Iván tiene claro que los límites sólo son mentales. A sus 34 años sabe que no hay fórmulas para el éxito, que se debe aprender de los errores sin temerle al fracaso.
Texto: Vania Pigeonutt de Amapola
Fotografía: Cortesía Iván Amateco / Vania Pigeonutt
Para Felipe Iván Amateco Marcial no hay imposibles, es por eso que le fue sencillo aprender a dominar su silla de ruedas. Después aprendió a correr y a jugar basquetbol con ella. Él lleva siempre la contraria. Si alguien le dice negro, él contesta blanco. Lo retan y lo logra. Cuando fracasa, aprende.
Se autodefine como terco, aferrado y testarudo. “Siempre he llevado la contraria para poder hacer las cosas”, dice.
Han pasado sólo unos días del inicio del 2020. Iván, minutos antes de las ocho de la noche repara un celular en su local del centro. Dominar la reparación de celulares es su aprendizaje del último año. Ha pasado por varias etapas profesionales.
A sus 34 años de edad ya fue maestro de inglés en la Sierra, en la secundaria de Filo de Caballos, entrenó equipos de futbol de hombres y mujeres, jugó por más de ocho años en el equipo de basquetbol en silla de ruedas Los Avispones de Chilpancingo, donde aprendió a aceptarse y ser feliz. El deporte, la guitarra y sus amigos, son su rehabilitación constante.
Cuando tenía 29 años empezó su vida laboral. Para Iván fue el logro mayor. El primero, superar sus operaciones de las piernas. Cada logro es una empresa para él. Pero aunque nunca ha caminado con sus piernas, recuerda que dominaba la silla de ruedas porque desde adolescente le gustó la calle y le perdió el miedo a caminarla solo, incluso de noche.
Años después, perfeccionó su técnica y entró a un curso en la organización Vida Independiente, que se encarga de enseñar a dominar la silla de ruedas. Por su habilidad le ofrecieron trabajo.
“Me dijeron que por qué no me metía. Ya sabía la mayor parte de lo que enseñaban allí, pero los que venían eran instructores, no reclutadores. Me dijeron: por qué no metes tus papeles, manejas la silla muy bien. La manejas mejor que muchos que están adentro de la asociación”, cuenta.
No aceptó. Previo al ofrecimiento de la organización, apalabró con gente de Filo de Caballos unas clases para los niños de secundaria.
Como le costó trabajo concluir la primaria, secundaria y preparatoria en el sistema abierto, para él fue un logro estudiar fisicamente su carrera como maestro de inglés en el instituto Windsor, por eso no pensó dos veces en irse a la Sierra, salir de Chilpancingo.
Iván el necio, testarudo, aferrado iba otra vez hacia el camino largo. El que le gustaba porque así podía explorar grandes árboles, ver cimas, comer rico; entender el mundo desde otra perspectiva, ponerse de frente ante sus propias limitaciones y lograrlo. Lo logró.
“Yo estaba muy emocionado con las clases de inglés y no me causó mucha emoción el irme a trabajar para enseñar a otras personas a andar en silla de ruedas. Se me hacía un reto grande porque a las comunidades no les llama la atención el inglés, sienten que no les sirve para nada”, recuerda.
Sobrevivir a la infancia
Desde que era niño le dijeron que no podría lograr cosas. “Es que tú no vas a poder hacer esto, no vas a poder hacer lo otro”, es la frase que más escuchaba.
Iván nació con una enfermedad llamada Mielomeningocele (MMC). En sus palabras, es un tumor en la columna, que le operaron a los 10 meses, pero a consecuencia de esa cirugía perdió la sensibilidad y el movimiento en las piernas y cadera.
Una condición que se complicaba porque sus padres tenían problemas económicos. Su mamá tenía 17 años y su papá 19 cuando él era un bebé. Los recuerda muy jóvenes y con una gran responsabilidad.
“Con un hijo así se te cierra el mundo. No tenía trabajo estable mi papá. No pudieron darme una actuación personalizada. Por ejemplo la rehabilitación para que mis piernas no se atrofiaran. Se atrofiaron porque me la pasaba acostado, sentado, a veces me tiraba al piso y me arrastraba o intentaba pararme del piso, pero me arrastraba”, cuenta.
Su familia compuesta de seis personas, son cuatro hermanos en total, lo ha apoyado siempre, pero su infancia la vivió entre dos horizontes: depresiones y motivaciones de sus propios hermanos, de su mamá y papá.
Le fue difícil encontrar metas y objetivos. Sentía que nunca saldría de su casa al norte de Chilpancingo.
Iván jugaba carros y se lastimaba. Le salían llagas. Incluso le dio gangrena, y por eso le amputaron la pierna izquierda. La otra la tiene completa pero atrofiada. No se desarrolló como se debe, porque está un poco más corta.
Cuando tenía unos 10 años le hicieron algunas cirugías para estirarle los tendones de la rodilla.
Acudió a rehabilitación para ver si podía desarrollar sensibilidad. No fue mucho lo que se pudo hacer porque había poco qué hacer en los pies. Uno se estiraba bien, pero el otro no, aun con las cirugías.
Soñaba con ser jugador de futbol. Es aficionado del equipo Las Chivas.
Iván no fue a la escuela desde pequeño a causa de los prejuicios. Recuerda que la ciudad era más cerrada. Crecer en Chilpancingo con una complicación que sólo le da a uno de cada 4 mil niños no sólo fue excepcional, le tocó abrir brecha. Había menos espacios que hoy con rampas, asientos específicos para personas en silla de ruedas y otros espacios incluyentes.
En su infancia sentía que todo estaba en su contra. De inicio la sobreprotección de sus papás, que no lo mandaban a la escuela porque les daba miedo que viviera rechazo. Después estuvo cerca de morir.
A los 14 años se enfermó. “Tenía una infección muy avanzada, muy fuerte, me daban muy pocas posibilidades de librarla porque estaba muy delicado de las infecciones. Me dijeron que a lo mejor ya no la libraba, cuando estaba allí me pegó el darme cuenta que estaba vivo y que quería hacer muchas cosas y siempre a lo mejor por miedo no había estudiado. No había hecho nada. Apenas si sabía leer porque mi papá me enseñó”, explica.
En ese momento sintió que había desaprovechado su vida, que tenía muchas cosas por hacer. De niño soñó con crecer, jugar futbol; le apasionaba mucho el deporte porque su papá fue luchador. Sus recuerdos y su presente se convirtieron en su motivación para ejercitarse.
Iván el campeón de futbol y basquetbol
Meses después de dejar el hospital se convirtió en entrenador de futbol. Su hermano Luis tenía nueve años de edad y él 15 cuando formaron un equipo de futbol. Por supuesto, se llamó Chivas.
“Participábamos en varias ligas aquí en Chilpancingo. Yo me documentaba, me ponía a buscar en libros o en internet, cómo jugar, una técnica para jugar, las alineaciones. Tenía una play (consola de videojuego) y allí jugaba los juegos de FIFA y vas checando con la cámara cómo se va acercando”, cuenta.
Se acuerda de cómo sacaba sus jugadas. “Si acercas la jugada, la repites, y vas viendo con qué pie le pega el mono a la pelota y te vas dando una idea. Les explicaba, con esta parte tienes que pegarle, a esta altura, para que agarre ese efecto y se vaya así la pelota. Les explicaba y poco a poco me fui documentando, aunque nunca pude patear un balón”.
Ganaron varios torneos. Estuvo cinco años en las canchas de futbol de Chilpancingo. Entrenó, incluso, a equipos femeninos. Lo buscaban por riguroso. Los chavos se sentían acompañados y entrenados. Jugó en la cancha de Los Ángeles, una de las más importantes dentro del futbol amateur, también en la colonia La Ciénega. Él nunca dijo no.
Después de concluir sus estudios en educación básica abierta, entró a la preparatoria, también en ese sistema. Luego lo invitaron a jugar basquetbol en silla de ruedas. Le pareció al principio muy aburrido, pero después de entrenarlo la primera vez se apasionó al grado de hacer giras y ganar.
“A veces rotábamos las posiciones, de acuerdo a las necesidades del partido, pero jugaba de ala normalmente. Decía: han de parecer tortugas jugando al balón. Iré para que no me vuelvan a invitar, porque me convencieron mucho”, rememora.
Al principio le prestaron una silla, empezó a intentarlo porque es complicado coordinar jalar la silla, usar el balón, calcular la distancia de la cancha, poder frenarte cuando alguien te va a bloquear. Se acopló rápido. Estuvo ocho años. Luego dejó las canchas para abrir su negocio de reparación de celulares y venta de accesorios también para móviles.
Ganó varias medallas con su equipo. “Aquí locales que organizábamos. Participábamos en torneos estatales, en Acapulco, Iguala, en Coyuca, hay más equipos y son cuadrangulares a nivel nacional. Siempre teníamos un buen papel. Chilpancingo era de los equipos fuertes en el estado, también participamos a nivel nacional, representando a Guerrero. Pudimos obtener segundos y terceros lugares a nivel nacional”, cuenta.
No todas las canchas estaban aptas para jugar en silla de ruedas, pero se adaptaban.
Con sus compañeros aprendió a reírse de sí mismo. A aceptarse tal cual es. Recuerda que entre las bromas hacia ellos mismos se decían: “juegas como discapacitado, mocho, güilo”, y eso en lugar de hacerlo sentir mal, lo hacía comprender que a él no lo define su discapacidad motriz ni sus depresiones ni un solo momento, lo define su perseverancia y ganas de vivir.
“A lo mejor depende de la personalidad. Algo que pienso, que era importante para mí, era trabajar en la seguridad, me sentía ofendido muy fácilmente. Me ofendía que dijeran: va en una silla de ruedas, no puede caminar, pero incluso tuve ayuda psicológica porque lo necesitaba. Hoy en día ya entendí que de algún modo la misma sociedad nos etiqueta a todos. El sierreño, el de la montaña, el prieto, hay muchas cosas”, define.
Me siento en plenitud, contento de lo que me toca vivir
Iván está tranquilo. Logró una rutina. Se independizó de su familia y puede pagar sus gastos. La renta de su local, la renta del espacio donde vive. Se siente, dice, bien consigo mismo. “Hoy en día si llego a escuchar algún comentario, he trabajado en mi personalidad, en sentirme psicológicamente bien. No me ofende que me digan discapacitado o persona con capacidades diferentes o como sea”.
Hace lo que muchos jóvenes a su edad: atiende su negocio, va a comprar las piezas que necesita, sale con sus amigos al café, estudia para titularse de su licenciatura en inglés, la cual estudió para superar lo que él sentía que era una imposibilidad para aprender el idioma. Se ha enamorado, toca la guitarra, le gusta la música de autor y el café. Iván es un muchacho sonriente, divertido, que se peina acicalado, como Benito Juárez con gel.
La sensación de utilidad le ayuda mucho en la vida. “La gente viene, les arreglo sus aparatos (celulares) y se van contentos, eso me hace sentirme útil”. No tiene tiempo de deprimirse. Cuando estuvo en la Sierra también se sentía muy productivo, y feliz cuando los niños aprendían nuevas palabras.
Es el orgullo de su mamá, que a veces lo visita y le lleva comida. Jamás imaginó que su hijo pudiera independizarse de ese modo.
“En algún momento no creía que haría todo esto. A los 10 años, 15 años siempre pensé que sería una carga para mis papás, que no me podía valer por mi mismo, vivir solo. Yo pensé que vivir solo sería casi imposible…Valerme por mi mismo, ser independiente”.
Como reflexión comparte que es mejor no tener miedo a equivocarse, tal cual aprendió. Su éxito es el resultado de sus fracasos, de todas las veces que sintió que no podía hacer algo. Quizá hizo cosas muy tarde, pero lo hizo, lo hace. Eso lo ha fortalecido. También dejó de creer que la vida es justa, nadie dijo que tuviera que serlo.
Todo es circunstancial, como cuando sobrevivió en el hospital a los 14 años. Sus papás se despidieron de él. Pero él recuerda en su lecho de muerte, lo triste que fue pensar el no haber hecho lo que soñaba en la vida.
“Escuché que no tenía muchas esperanzas. Decía: ¡Cómo es posible que ya se acabó esa aventura de vivir y no hice nada de lo que quería hacer! Me prometí cuando estaba moribundo en la cama: si yo me paro de esta cama voy a intentarlo, no importa que se dé o no se dé, voy a intentarlo. Estar en tu lecho y preguntarte: ¿Qué hubiera sido si lo hubiese intentado?
Hoy intento. No me importa fracasar o triunfar”.
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