Tuxtla, su agua y sus ciudadanos.
Galimatías
Ernesto Gómez Pananá
La historia de las sociedades es cíclica. Repite momentos, repite actores, repite acontecimientos y el resultado desemboca invariablemente en una de dos vertientes, evolución o involución.
A lo largo de su historia contemporánea, me refiero a los últimos 40 años, Tuxtla capital demográfica, económica y política de la entidad, ha sido el sitio en el que históricamente se ha concentrado la búsqueda de soluciones a demandas de naturaleza campesina o magisterial -entre las más destacadas- de todo el estado.
La Plaza Central de Tuxtla fue y en muchos sentidos sigue siendo, el epicentro para la protesta, gestión, exigencia y solución de conflictos de naturaleza estatal aunque, es de destacarse que los habitantes de la ciudad, en su mayoría han sido parte de las protestas acaso como afectados de marchas, bloqueos o plantones pero rara vez como participantes activos directos. Diríase entre abogados que los tuxtlecos solían ser solo terceros perjudicados, y al menos en el periodo señalado, no se han caracterizado por su activismo ciudadano o político.
La historia electoral de la capital chiapaneca es, como la de tantas otras capitales, una historia de partido prácticamente único. Desde la instauración del sistema electoral pretendidamente democrático, Tuxtla fue territorio gobernado por el Partido Revolucionario Institucional como lo era en los hechos todo el estado de Chiapas.
Para finales de la década de los 70, en 1977 se da un acontecimiento del que no existen registros documentales. El PAN, llevando como candidato al ginecólogo Valdemar Rojas López gana las elecciones a la alcaldía capitalina. Hecho histórico y sin precedente en la entidad y del que son pocos, casi nulos, los registros documentales que pueden encontrarse.
Algo tuvo que suceder, algo tuvo que gestarse en el electorado local para, en esos tiempos, conseguir la victoria electoral en la ciudad. En aquel entonces el aparato electoral oficial dejaba muy pocos espacios para la operación electoral opositora. Algo tuvo que haber sucedido en el fuero interno de miles de electores que dieron el triunfo al PAN.
Debieron pasar 16 años más para que Tuxtla volviera a votar mayoritariamente a favor de una propuesta de «oposición». Hasta 1996 el PAN vuelve a ganar la capital, repitiendo durante dos trienios más su Victoria.
Tuxtla, a diferencia de capitales como Monterrey, Mérida, el Distrito Federal o Guadalajara, ha sido históricamente una capital de ciudadanía apática y con participación electoral respecto del padrón históricamente abajo de la media.
Suponiendo que el escenario político electoral para 1996 en adelante fuese diferente, que los espacios de operación para entonces eran más amplios que en 1977, pueden darse, no por sencillas pero si por más accesibles, condiciones de participación similares para todos los candidatos a la alcaldía capitalina y eso explicar más razonablemente una victoria de un partido distinto del hasta entonces partido dominante: Enoch Araujo, Paco Rojas y Vicky Rincón, los tres panistas, ganaron consecutivamente la alcaldía tuxtleca.
En 1977, sin duda, las condiciones de inequidad eran evidentes, abrumadoras y cuasi naturales. La diferencia entonces, fue seguramente, la participación del electorado, el activismo y el compromiso de los ciudadanos. Este es el núcleo argumental de esta reflexión. Las victorias panistas de 1996 y las dos posteriores son resultado pues, de buenas campañas, recursos suficientes, operadores capaces, candidatos con presenciay hartazgo anti-PRI. De todos estos ingredientes, en 1977 acaso se daban el buen candidato y el temprano y momentáneo hartazgo anti-PRI. El aparato para poder ganar una elección desde la oposición era prácticamente inexistente. Y sin embargo, en 1977, Tuxtla se pintó de azul.
Los ciudadanos tuxtlecos, como ya se señaló, no se caracterizan por su participación cívico-electoral. Sin elementos socio-psicológicos que lo documenten o lo demuestren, me aventuro a especular y sostener que, una de las razones de esta pasividad o apatía tiene que ver con el alto porcentaje de ciudadanos vinculados directa o indirectamente a la burocracia local. Tuxtla no es una ciudad turística ni industrial. Los gobiernos estatal o municipal e incluso el federal son la principal fuente de empleo en la ciudad y en la lógica corporativista de tiempos pasados, plantear alguna exigencia a la autoridad o votar por un partido distinto al gobernante eran motivo de riesgo de pérdida del empleo.
De 1977 a la fecha han transcurrido 36 años, cuatro momentos de alternancia partidista, el alzamiento de una guerrilla en los Altos del estado, la victoria de dos gobernadores llegados al poder vía alianzas partidistas anti-PRI, así como la derrota de éste por Vicente Fox y Felipe Calderón en la Presidencia. Pero en Tuxtla, la participación ciudadana y electoral ha sido en términos generales la misma.
Hace algunos meses, se gestó un núcleo de protesta para impedir la reactivación del cobro de la tenencia vehicular, un reducido grupo de actores de la sociedad civil se movilizó, marchó, se amparó y sobre todo, encontró eco en las llamadas redes sociales.
Hoy, como desde hace algunas semanas, el centro de la preocupación ciudadana son otros dos asuntos:
El primero, de naturaleza puramente local, que se ha dado en llamar la «Privatización de SMAPA». El segundo otro, la ola de asesinatos a mujeres que alcanza números espeluznantes en prácticamente todo el estado. Acá me concentraré en el primero, el local.
Pareciera que, ciertamente, algo se está moviendo en Tuxtla: la posible concesión del servicio de agua potable a particulares ha detonado una respuesta ciudadana inédita. A distintos niveles, con diversas ópticas, pero la respuesta y la inconformidad se perciben.
Cierto es que es imposible comparar históricamente a partir de la agitación en redes sociales pues no hay antecedentes al respecto, pero a partir de lecturas como la de #ladyprofeco, #liberADMe, o #yosoy132, en las que situaciones completamente inéditas se presentan en escenarios también completamente inéditos, es factible y desde luego deseable suponer que en Tuxtla Gutiérrez se estuviera gestando una evolución cívica de alcances también inéditos.
Las marchas de semanas recientes, los ciudadanos recolectando firmas de protesta, la inédita y más que sorprendente presentación de la solicitud de referéndum ante el Congreso del Estado son momentos cívicos, comparables en su debida proporción, a lo sucedido en la elección municipal de 1977.
La solicitud ante el Congreso del Estado fue presentada hace más de tres semanas y pareciera que entró a la congeladora. Ni los diputados, ni la Mesa Directiva han planteado una postura al respecto. Al mismo tiempo el Presidente Municipal descalifica a los activistas y a su vez Paco Rojas y Vicky Rincón invitan a este a debatir el asunto públicamente y, detalle no menor y en mi opinión, tremendamente significativo: El Decano de los exalcalde panistas tuxtlecos, Valdemar Rojas, realizó una breve pero no soslayable huelga de hambre a los pies del Juárez del Congreso.
Tuxtla y sus ciudadanos están ante una circunstancia crítica. Ante un enorme desafío. El tema no es privatizar o no. El tema es que la autoridad tenga la sensibilidad y la honestidad para escuchar la opinión de la gente, pero más aún, que los ciudadanos de Tuxtla volteen por primera vez en mucho tiempo a mirarse a sí mismos como entes con derecho pero también con obligación de comprometerse con su ciudad, con ellos mismos, con sus hijos y sus nietos. Sea. Alea iacta est.
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