Zoques desplazados por el volcán Chichón, de Chiapas hasta Jalisco
Fortino Domínguez (*)
Humanidad Saya akuit.
Buenas tardes humanidad. Reciban un caluroso saludo desde nuestros corazones.
Con el permiso de mis mayores y con la autorización de los hombres y mujeres zoques que ahora vivimos en Jalisco voy a tomar la palabra. Mi nombre es Fortino Domínguez Rueda, zoque de Chapultenango y desplazado a la ciudad de Guadalajara.
La historia de los zoques del norte de Chiapas, México es de una cuenta larga. Estamos presentes en estas tierras desde los primeros días de la Mesoamérica profunda. Una de tantas es la de los zoques de Chapultenango, mismos que hemos padecido desde hace más de 500 años el proceso de conquista y exterminio.
Padecimos terriblemente el proceso de conquista europea, la brutalidad del periodo colonial, la supuesta independencia y la revolución mexicana. Lamentablemente las últimas décadas no han sido nada fáciles. Para ello, basta recordar la terrible experiencia de la erupción del volcán Chichón, nombrado erróneamente por Jacobo Zawludoswki como Chichonal.
La fiesta de la piowachuwe “tomó por sorpresa” a las instancias gubernamentales del Estado de Chiapas que hicieron caso omiso a las voces de alerta que los zoques articulamos con mucho tiempo de anticipación. Por ejemplo, hacia 1964, la actividad volcánica comenzaba a ser muy notoria en la zona.
Los pobladores de los alrededores del volcán observaron que desde numerosas grietas de las laderas se despedían gases y por mucho tiempo persistió un fuerte olor azufroso. Una cresta del cono del Chichón se incendió y los temblores no cesaron durante los cinco años siguientes. Entre enero y marzo de 1982 las cosas se recrudecieron. Ocurrieron entre 30 y 40 temblores. Esto presagiaba un presente nada alentador para los zoques serranos.
Desafortunadamente, el 28 de marzo de ese año, el volcán Chichón entró en fase eruptiva, arrojando material piroclástico a una distancia de 37 mil kilómetros cuadrados y a una altura de 17 kilómetros. Semejaba un inmenso hongo de más de 100 kilómetros de diámetro, devastando vegetación, campos de cultivo y 14 poblados que se encontraban a 12 kilómetros a la redonda, principalmente los poblados de Chapultenango, Guadalupe Victoria, Esquipulas Guayabal y Francisco León.
El volcán tuvo tres fases eruptivas hasta el 4 de abril de 1982. El área más dañada fue de diez kilómetros de radio a partir del cráter, en la que desapareció toda existencia de vida animal y la población que no logró salir falleció atrapada por la lava del volcán. Las tierras quedaron incultivables esto repercutió en daños ecológicos y económicos para las poblaciones que realizaban práctica agrícola de monocultivos como medio primario de subsistencia. La muerte y la desolación hicieron presa de la población zoque asentada en el norte de Chiapas.
El desastre afectó un total de 35 mil 599 hectáreas; las restantes 2 mil 133 de propiedad privada -cultivadas de maíz y café-, así como las tierras designadas al ganado, también colapsaron. Los daños económicos fueron valuados en más de 117 millones de dólares, principalmente en los municipios de Francisco León y Chapultenango.
Un total de 22 mil 351 personas de siete municipios fueron evacuadas de la zona, de las cuales 15 mil fueron albergadas temporalmente en 37 sedes distribuidas por Villahermosa, Cárdenas y Huimanguillo, en el estado de Tabasco; y Pichucalco, Ixtacomitán, Bochil y Tuxtla Gutiérrez, en el estado de Chiapas.
Por su parte, el censo del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) reveló que las familias afectadas ascendían a 9 mil 451. Extraoficialmente, entre mil 770 y 2 mil personas perdieron la vida durante las tres erupciones del volcán, lo que trajo graves consecuencias para los afectados, por el abandono de sus tierras y el desplazamiento forzado hacia otras regiones de contextos culturales y ecológicos diferentes a la región zoque del norte de Chiapas.
Muchos zoques fueron reubicados-desplazados por el gobierno en diversos municipios de Chiapas, otros más, migramos a los estados de Jalisco, Veracruz, Distrito Federal, Quintana Roo y desde hace 15 años muchos compañeros han partido hacia Boston, Massachusset en los Estados Unidos. A estas alturas el desplazamiento y estancia zoque en los diversos puntos de llegada comienza a adquirir un rostro multifacético, pero todo ello marcado por un creciente contexto urbano.
El presente urbano zoque.
A más de tres décadas, la situación de los zoques afectados por la erupción y desplazados de nuestro territorio ancestral no ha cambiado mucho. El acceso a la salud, vivienda, trabajo digno y calidad de vida se han esfumado como las fumarolas del volcán.
Las condiciones de vida en los nuevos puntos de residencia (rural y urbana) demuestran que todo cambió para seguir igual, ya que la exclusión y el racismo siguen operando como ordenadores sociales que determinan nuestro presente.
Aquí vale la pena decirlo con todas sus letras, en el México de ahora el color de la piel sigue siendo un elemento de diferenciación y excusa perfecta para despreciarnos y humillarnos. Nosotros sabemos que todo ello tiene una lógica para deshumanizarnos, sin embargo, no podrán ya que la resistencia y la humildad de lucha habitan entre los hombres y mujeres zoques.
Nuestro territorio se colapsó y ahora, desde diferentes calendarios y geografías, estamos reconstruyéndonos. Los fenómenos naturales como las erupciones volcánicas, el desplazamiento forzoso de damnificados, las reformas neoliberales al artículo 27 y los diversos procesos migratorios, han reconfigurado la cultura e identidad de los zoques.
Sin embargo, la digna rebeldía se ha mantenido. Un ejemplo es el proceso organizativo que desde el 2007 llevamos a cabo los zoques residentes en Jalisco. Este proceso se ha unido con el de los compañeros zoques que actualmente residen en Chiapas.
Es así como en el 2012, en la conmemoración de los 30 años de la erupción del volcán, juntamos la palabra de los zoques residentes en Chiapas, Jalisco y Veracruz, mediante un enlace virtual. Con ello buscamos hechar la palabra e intercambiar experiencias de lucha para la reconstitución de nuestro pueblo.
A la par, los compañeros zoques de Jalisco hemos participado en las reuniones del Congreso Nacional Indígena región Centro – Pacifico. La razón principal para participar en este espacio de lucha es que la defensa de la madre tierra es fundamental, y nosotros que fuimos arrancados de ella, sabemos a cabalidad las consecuencias así como el dolor que ello provoca en nuestros corazones.
Por todo lo anterior, los zoques que vivimos en la diáspora apuntamos a construir una sociedad que reconozca la diversidad de los diversos; una sociedad que entienda la importancia de reconocer a los pueblos indios como sujetos de derecho, aun cuando su territorio ancestral esté devastado y en proceso de reconstrucción.
Que no nos juzguen por ser desplazados. Que entiendan que no existió otra salida más que el éxodo forzoso. Como dicen los compañeros zapatistas: somos de antes, sí, pero somos nuevos. Tanto así, que estamos juntando nuestros pasos con otras y otros.
Ahora sabemos que habitar en la ciudad puede convertirse en un elemento que puede ayudarnos en el proceso de liberación de nuestros pueblos. Debemos sumar esfuerzos y así proclamar a cabalidad la frase del Congreso Nacional indígena: Nunca más un México sin nosotros, nunca más sin los hombres y mujeres que del color de la tierra somos.
Yuskuroya
Gracias
(*) Miembro del pueblo zoque desplazado por el volcán Chichón en Chiapas. Texto fue leído en el Marco de la Cátedra Tata Juan Chávez Alonso, reencuentro del Congreso Nacional Indígena (CNI), el sábado 17 de agosto de 2013, en el CIDECI Universidad de la Tierra de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
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