La Casa de Bambú me ha convencido de que sí soy escritor: Saúl López de la Torre
Saúl López de la Torre reúne, en sus 63 años de existencia, muchas vidas: la del niño descalzo, que creía ser el más pobre de Tapachula; del líder de estudiantes de la Escuela Rural Mactumatzá de Tuxtla; del aprendiz de combatiente en Corea del Norte; del guerrillero en la Sierra de Guerrero con Cabañas; del preso político en Palacio Negro de Lecumberri y del funcionario público organizado y eficiente.
De cada una de estas vidas se podría escribir una novela, pero también de su amistad generosa y dispuesta, de su amor azaroso e inquebrantable por Raquel, y de los hijos que le crecieron igual de talentosos y agradecidos.
Podría escribirse una novela por cada una de estas vidas, y muchas más que se me escapan. Pero Saúl no ha esperado que se asome un novelista para que cuente sus muchas vidas: ha sido él mismo, convertido en diestro escritor, que relata sus memorias en Guerras secretas, y ahora con La casa de bambú, su obra más reciente editada por Cal y Arena, se transforma en novelista intrépido, fresco y original.
La casa de bambú
Aunque radica en el Distrito Federal, Saúl López de la Torre viaja con frecuencia a Tuxtla Gutiérrez, ciudad en la que vivió varios años y en la que se desempeñó como funcionario público en la SARH, Instituto Chiapaneco de Cultura y Conasupo, dependencias ya desaparecidas.
Aunque nos hemos reunido varias veces después de que publicó La casa de bambú no hemos hablado formalmente de su obra. Conversamos cuando le daba el toque final y después ante los resultados halagadores obtenidos y los ecos de las presentaciones exitosas que le fueron organizadas en la ciudad de México y en Campeche, principalmente.
En esta ocasión, “platicamos” por correo electrónico, en vísperas de que La casa de bambú sea presentada hoy a las seis de la tarde en el Centro de Convenciones de la UNACH, en el marco de la Feria del Libro.
–Has escrito desde hace mucho tiempo, pero no con la constancia de los últimos años. ¿Qué te empujó a escribir, primero, sobre tu vida, y luego una novela, La casa de bambú?
–Siempre he traído dentro de mí una contradicción que define mi modo de ser: la necesidad de la acción (intensa, en varios frentes a la vez) y la atracción irresistible, vital, por dedicar largas horas a leer y a la escritura. Es así como encuentro la mejor manera de ejecutar las tareas que me propongo. Actuar y pensar van de la mano. No puedo estar quieto, así que cuando disminuye la acción se incrementa la escritura, es decir, la fascinación por las ideas.
Escribir sobre mi vida fue algo impuesto por mis hijos: ¡una bellísima imposición! Y escribir La casa de bambú, mi primera novela, una necesidad que satisfice en cuanto tuve tiempo para dedicarme de lleno a la escritura.
–¿Qué es La casa de bambú?¿La novela de la injusticia? ¿De la esperanza? ¿De la nostalgia? ¿De la rebeldía? ¿De la familia?
–Es la novela de la guerra sucia de los setentas, en la que cabe todo lo que mencionas.
–Tu estilo es festivo, con frases lapidarias y poéticas, pero los temas que abordas son a menudo crueles. ¿Cómo compaginar ambos mundos, que parecerían dislocados?
–Alguien dijo que es menester escribir con la pluma de la risa y la tinta de la melancolía. Es así como se consigue atraer el interés del lector y volcar hacia el papel lo que se trae en el alma. Por lo demás, de acuerdo con Kafka, literatura que no muerde no es escritura.
–¿Qué fue lo más difícil en La casa de bambú? ¿Encontrar el tono? ¿La estructura? Entras, no sé cómo decirlo, fuerte, apuntas al corazón, eres directo. ¿Esa primera frase marcó la estructura del libro?
–Encontrar el tono fue lo más difícil. Creo que allí está siempre la mayor dificultad de la escritura. Y no llorar tanto mientras construyes las imágenes de los pasajes dolorosos.
–Hay rastros en tu escritura, de escritores del boom, en especial de García Márquez. ¿Es así? ¿A qué autores no pudiste hacerlos a un lado cuando escribías la novela?
–No creo que haya tanto de los llamados escritores del boom. Hay más de Ivo Andric, de Vasili Grossman. Siempre trato de escribir como ellos, aunque sea un párrafo cada cien páginas.
–También se percibe música, una música de trasfondo nostálgica. ¿Escuchabas música mientras escribías? ¿O la alejaste en esos momentos?
–Mozart estuvo siempre junto a mí. Y mi difunto perro Popper: un bellísimo Sharpei que solía ladrar cuando me oía leer algo que no embonaba bien con el conjunto de la escritura. Debo decirte, que para encontrar el tono y el ritmo de lo que estoy contando siempre leo en voz alta lo que escribo. Muchas veces a gritos, para que mi voz, al compás de la música, se amalgame a la escritura: si suena bien está bien escrito, de lo contrario hay que corregir y corregir y corregir.
–El tema de la guerrilla es interminable, pero la abordas sin concesiones para ningún lado, algo muy diferente a lo que hicieron los primeros escritores que se refirieron el tema: la idealizaron demasiado. ¿Por qué decidiste trabajar así con los riesgos que podía implicar una visión diferente?
–Me propuse no dar concesiones a nadie. En una guerra no abundan los angelitos, independientemente de los propósitos e ideales que la motiven.
–¿Qué te ha dejado La casa de bambú?
–La certeza de que no hay experiencia más estremecedora que la de escribir. Me ha convencido de que sí soy escritor.
Poesía recuperada
La casa de bambú, con su estilo directo y poético, tiene sus antecedentes en los ensayos, artículos, cuentos y poemas de Saúl López de la Torre.
Poesía recuperada, libro publicado por el Instituto Chiapaneco en 1990, reúne en gran parte sus poemas escritos en la cárcel de Lecumberri, en la que fue preso político de 1973 a 1977. Abundan los versos amorosos a la mujer, pero también al hermano y a los amigos.
La cárcel es también una constante:
La cárcel se inunda
Con chorros insistentes
De agua fría.
¡Que se inunde la cárcel!
Y que sea mi celda la primera
En ver los fardos tranquilos
Con el corazón bien lejos de las bardas.
Que se convierta el calabozo en otra Atlántida
Con peces de colores
Descansando sobre la aspereza del piso.
Y que organismos descompuestos
–junto a los peces perezosos–
constituyan, por milenios, el paisaje
de este solarse con el tedio.
Un poema más reciente, de 1985, vuelve nuevamente al amor. “Conclusión” se la dedica a Raquel, su esposa, su pareja eterna:
Quiero morir pero a su tiempo
Teniendo siempre conmigo
Mi hueso y mi pierna
Mi cama y mi viento.
Esposa de mis venas
Amiga de mis genitales
Hermana de mi médula,
¿Por qué dice que cuando amanezca
dejaré de nutrirme con tu sueño?
El fuerte teme al débil,
¿a partir de qué momento?
Quiero morir pero no en vano;
¡hasta que se nos agoten los orgasmos!
Después de Poesía recuperada no publicó por mucho tiempo, excepto artículos periodísticos y poemas aislados.
Guerras secretas
En 2001, apareció Guerras secretas, memorias de un exguerrillero que ahora no puede caminar, en donde contó sus varias andanzas y sus varias vidas.
Aparte del tema ineludible de la guerrilla, se refirió a su vida privada y sobre todo al accidente que padeció a bordo de una camioneta pick up que quedó sin dirección y que le rompió la columna vertebral.
“Mis piernas dormidas, como levantadas por alguna fuerza indescifrable, inútiles y pesadas, eran como algo agregado a mi pecho y a mi espalda doloridos. La oscuridad de la noche hacía más intenso el brillo lejano del cielo, los grillos cantaban casi junto a mis orejas. Pensé en tu madre, en ti y en tu hermano, y me asaltaron las ganas de llorar. Como para salvarme del ridículo al que tanto temo, llegó a mi mente la cárcel –lo que suele sucederme en los momentos difíciles–, los cuatro años de encierro, que lejos de doblegarme me dieron confianza excesiva en mis propias fuerzas y capacidades: ¡saldría adelante!, ¡superaría también este trance, al igual que lo hice con tantos otros desde la infancia! Pensé de nuevo en ella, en lo estúpido que me sentiría al verla llorando”.
En junio de 2010, en un artículo publicado en la revista Nexos, Saúl López de la Torre aborda de nueva cuenta el tema:
“Han pasado 25 años y cuatro días desde aquel caluroso 16 de abril de 1985. En mi silla de ruedas he recorrido veredas y montañas, avenidas anchas y jardines bellísimos. He navegado por los mares y he volado por encima de las nubes y las cordilleras, de una región a otra, de país en país. En la competencia profesional, además de demostrar ampliamente mis aptitudes, he vencido resistencias y prejuicios, y he dejado un largo rastro de rampas y baños acondicionados. Y cuando ha sido menester, trepado en mi silla de ruedas imbatible, he raspado espinillas y he magullado empeines, para que me abrieran paso los indolentes y los remilgosos. Mi mujer y mis hijos maduraron pronto, sacan dieces en todo lo que hacen y me conminan, con su amoroso ejemplo, a no darme tiempo ni espacio para lamentos y lloriqueos”.
Desde entonces, Saúl quedó en silla de ruedas, pero como él mismo ha dicho, ha sabido ser productivo sin caminar, y muchas veces, casi siempre, marcha a la vanguardia con movimientos ágiles, ligeros y certeros.
Ahora lo disfrutamos en La casa de bambú, novela magnífica, que aborda una de sus tantas vidas.
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