En sus mochilas, mujeres migrantes cargan temores y esperanzas
Por: Itandehui Reyes Díaz, enviada
A su paso por el albergue “La Sagrada Familia” en esta ciudad tlaxcalteca, la Caravana por el Diálogo Migrante, encabezada por el sacerdote y activista Alejandro Solalinde, que acompaña a 60 personas (26 mujeres –cinco de ellas transgénero–, 11 niñas y niños, y 23 hombres) de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua, exigió seguridad al gobierno mexicano y soluciones para abatir lo que llamó una “tragedia humanitaria”.
Apizaco es paso obligado del tren de carga que viene de Coatzacoalcos, Veracruz, hacia Huehuetoca, Estado de México. Desde 2012, justo frente al albergue, la empresa ferroviaria Ferrosur ha colocado barreras de concreto verticales para evitar el ascenso o descenso de personas. “Una trampa mortal”, acusa Solalinde Guerra.
De acuerdo con la organización civil Por una Migración sin Fronteras, 60 por ciento de quienes llegan al albergue han sufrido golpes por los postes de cemento; una de las exigencias de la Caravana es que sean retirados al menos en los 300 metros alrededor de “La Sagrada Familia”.
DESVENTAJAS DE GÉNERO
Las historias de las migrantes se repiten decenas de veces: huyen de la pobreza y la violencia de sus comunidades, buscan otros horizontes, “darles lo mejor” a sus hijas e hijos. Pronto el sueño se convierte en pesadilla.
Al entrar en territorio mexicano, las migrantes relatan ser víctimas de robo, extorsión o secuestro. Para abordar el tren hay que pagar 100 dólares (cerca de mil 300 pesos mexicanos), si no los tienen, se arriesgan a ser “macheteadas” o tiradas del tren por grupos del crimen organizado.
Las mujeres, quienes de por sí escapan de algún tipo de violencia en sus lugares de origen, se exponen al abuso o explotación sexual. En el caso de las migrantes transgénero, quienes huyen de la discriminación en sus países, afrontan la misma problemática en México.
La Caravana arribó durante la madrugada después de recorrer 600 kilómetros desde Ixtepec, Oaxaca. Está fresco casi frío. El cansancio lo devora la noche.
La Caravana Viacrucis del Migrante que salió de Palenque, Chiapas, el pasado 25 de mayo quedó varada y acosada por elementos del crimen organizado en Coatzacoalcos, Veracruz. A falta de condiciones de seguridad tuvo que ser disuelta y sólo algunos migrantes lograron llegar hasta Apizaco por sus propios medios.
Amanece. Las y los migrantes esperan ser escuchados. A pesar de las prisas, hay tiempo para que algunas “trans” se maquillen y alisten su discurso. Reunidas en círculo, las mujeres escuchan atentas a una voluntaria, quien les recuerda que están en Tlaxcala, uno de los estados donde operan con mayor impunidad las redes de trata de personas.
La mayoría de las migrantes son hondureñas; cuentan que han vivido violencia doméstica: “El papá de mi hijo me intentó matar”. “Ésa es violencia feminicida”, le dice la activista.
Todas han padecido violencia económica. Tres mujeres están embarazadas. Muchas decidieron traer a sus hijas e hijos. La mayoría ha tenido que dejarles en sus países. Sólo cargan consigo una pequeña mochila, algunos temores y muchas esperanzas.
Casi todas quieren hablar pero la reunión con el diputado local encargado de Asuntos Migratorios del Congreso tlaxcalteca, Santiago Sesín Maldonado, durará menos de hora y media.
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