Historias de la noche
Enrique Angel González Cuevas
“Las historias de la noche nos salen al paso. Esperan pacientes a que las olvidemos y entonces irrumpen en nuestra existencia. Ya que de pronto y sin ninguna explicación… hay un hombre enfrente de mí…”
En ese momento se oyó la detonación falsa y distante gracias a las bocinas de las cuales salía.
‒¿Cómo la ves? ¿A poco no se te pone chinita la carne? ‒Ramón chupó con ansia el cigarro ‒Después de esto cuarenta minutos de puro silencio. ¡Cuarenta! ¿Puedes creer que a nadie le cayó el veinte hasta que llegaron los del otro turno? Sólo un montón de quejas de los radioescuchas que pensaban que había una falla en la transmisión. Es extraño, me cae. Oye, ¿quieres oírla otra vez?
Yo negué con la cabeza. Era suficiente con haber escuchado la grabación tres veces seguidas. Tomé un cigarro y me pregunté si diría algo al respecto durante el programa, pero no quería pensar en eso. Aún teníamos algunos minutos antes de comenzar.
Ramón no pudo estar mucho tiempo callado.
‒Yo creo que cuando Juan volteó, el operador de la cabina ya estaba muerto. Quién sabe por qué no se dio cuenta antes. ¿Te imaginas? En estos turnos de la noche cualquier cuate entra a la estación y te quiebra. Pobre Juan. Al operador ni lo conocía, era nuevo, pero me cae que a Juan sí lo apreciaba. Estaba bien loco el bato.
‒Pues se murió como hubiera querido, esto sí es todo un misterio.
‒¿Verdad que sí? Es lo que yo digo. Buen final para su programa de terror. Aunque aun así me da lástima, era bien padre venir a trabajar con él. Siempre se ponía a hablar mientras observaba por la ventana, como si realmente le hablara a la ciudad.
‒Pero lo fuerte es que lo hayan matado así, a medio programa, y sin que ningún radioescucha se diera cuenta.
‒La culpa la tuvo Juan, siempre andaba contando cosas de ese tipo.
‒La culpa la tienen Hitchcock y Wells.
‒¿Quiénes?
‒Unos cuates que por estar espantando gente ya nadie se la cree si te matan al aire.
‒Pues yo no conozco a los batos esos, pero tengo una teoría: Juan contó una historia parecida la otra noche, una de un asesinato durante la transmisión de una radionovela en vivo. ¡Igualito a como a él lo mataron! Por eso creo que fue un loco que escuchaba el programa. Lo mató un fan como a Selena y John Lennon.
Estaba a punto de decir algo cuando Ramón me detuvo; los del otro turno dejaban la cabina y nos tocaba a nosotros transmitir.
Al entrar me sorprendió lo idéntico que se veía todo. Despacio ocupé mi lugar, como esperando que, en el preciso momento de sentarme en él, algo sorprendente pasara. Pero no. En seguida me acerqué con desconfianza al equipo que tenía enfrente y, cuando me coloqué los audífonos, preguntándome si serían los mismos con los que murió Juan, de ellos surgió la voz:
‒¿Pelos?
Yo volteé a mentarle la madre a Ramón.
‒¡Aguas!, no te vayan a matar.
‒A ti te matan primero, cabrón.
Comencé la transmisión mirando hacia la ventana, buscando aquello que veía Juan sin saber realmente qué era. Entonces aparecieron en el cielo siete platillos luminosos que descendían por el norte de la ciudad. Consternado, me volví para llamar a Ramón, pero éste se hacía el muerto sobre la consola para molestarme. No sabía qué hacer y sólo pude mentar madres en mi cabeza mientras me aproximaba al micrófono y decía:
‒Buenas noches a todos, comenzamos con una canción ya clásica en este programa.
Después de todo, ¿quién chingados me iba a creer?
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Enrique Angel González Cuevas (Ciudad de México, 1986).Estudia la Maestría en Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado cuentos y minificciones en distintas revistas y antologías. Usted nomás googlee su nombre.
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