Mujeres presas pintan su libertad en los muros de las cárceles
Anayeli García Martínez
Cuando se está en la cárcel condenada o en espera de sentencia, pintar las paredes de colores, trazar figuras y plasmar imágenes es una forma de contrarrestar la soledad y el abandono, de hacer frente a los conflictos emocionales y resistir el encierro mientras se espera la libertad.
Con esta idea, en 2008 el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM decidió llevar talleres de muralismo a las reclusas del Centro de Readaptación Femenil de Santa Martha Acatitla, a fin de crear un puente de comunicación entre el silencio de la cárcel y la expresión visual.
La historia de este proyecto se resume en el libro “Pintar los muros, deshacer la cárcel”, una publicación de la máxima casa de estudios que expone el trabajo de mujeres en prisión que crearon murales en los que expresan su historia de vida y sus formas de resistir la reclusión.
Aunque inicialmente se trataba de un proyecto de muralismo carcelario, éste derivo en la intervención jurídica y cultural “Mujeres en espiral: sistema de justicia, perspectiva de género y pedagogía en resistencia”, un programa de investigación y acción que entre otras tareas se encarga de llevar talleres de muralismo.
Gracias a esta idea, las mujeres reclusas de Santa Martha leyeron a Elena Garro, Rosario Castellanos, Gloria Anzaldúa, José Revueltas, Octavio Paz, y conocieron los murales de Rafael Caduro, Aurora Reyes y las hermanas Greenwood, pero además se decidieron a la tarea de crear sus propias formas de expresión.
Por su parte, las investigadoras y académicas ahora trabajan en políticas públicas que promuevan cambios estructurales, tanto en los objetivos punitivos de las cárceles como en el acceso a la justicia para las mujeres, sobre todo para aquellas que viven en condiciones de vulnerabilidad.
Así nacieron la Clínica de Justicia Marisela Escobedo, cuyo objetivo es la conducción de litigio estratégico con visión de género, y la Unidad con Perspectiva de Género en el Buffete Jurídico de la UNAM.
De acuerdo con Marisa Belausteguigoitia, coordinadora del libro, llenar de color las paredes grises hizo que las mujeres convivieran, se solidarizaran, transformaran miedos y hasta pudieran gritar sus deseos de justicia, y cuestionar la supuesta reinserción de los centros penitenciarios.
Según se narra en la publicación, en las cárceles las mujeres son obligadas a adoptar el papel de “buenas, obedientes y sumisas”, que a falta de otros programas deben hacer actividades “femeninas” que las aplastan y las mantienen sin actividad física como hacer princesas y vírgenes de madera, migajón o chocolate.
Destaca que muchas de estas mujeres son encarceladas por tareas como el transporte de droga, mientras que el esposo, hermano o los padres son quienes están metidos en el narcotráfico. Aun así ellas son enviadas a prisión y condenadas a purgar altas penas.
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