Vivir con miedo, superando el miedo
Martín López Calva
“…El miedo hace que no se reaccione.
El miedo hace que no se siga adelante.
El miedo es, desgraciadamente,
más fuerte que el altruismo, que la verdad,
más fuerte que el amor. Y el miedo
nos lo están dando todos los días
en los periódicos y en la televisión…”
El miedo existe siempre porque la vida está llena de riesgos, de injusticias, de situaciones absurdas y dolores inevitables. El miedo es parte de la vida, incluso de la vida de los más valientes, pues se dice con razón que ser valiente no consiste en no sentir miedo sino en saber cómo enfrentarlo y manejarlo sin dejarse paralizar por él.
Pero hay épocas en que el miedo se exacerba y se hace parte de la vida cotidiana invadiendo poco a poco -como la hiedra que va apoderándose de un muro- los días y las horas, cada día y cada hora, cada espacio y cada pensamiento.
En México el miedo empezó a extenderse hace unos años cuando paradójicamente desde el poder se nos dijo que no había que tener miedo de emprender una guerra contra la delincuencia organizada, que el bien de la sociedad amplia triunfaría sobre el mal de los grupos violentos.
Así el miedo tomó forma aunque al principio fue una forma difusa, vaga y algo lejana. Un miedo a ciertos hechos y a ciertas formas de violencia que sucedían en “espacios focalizados” –así se nos dijo, así todavía se nos sigue diciendo- del territorio nacional. De manera que el miedo estaba en otra parte y la violencia afectaba a otros que nos dolían como nos duele el sufrimiento de cualquier ser humano, como nos duele el dolor de cualquier compatriota sin ser parte de nuestro entorno inmediato, sin tener un rostro y una historia compartida.
Todavía hace un año el miedo estaba más allá aunque se acercaba lentamente y tocaba ya las fronteras de nuestro estado. Estaba en Veracruz, en Morelos, en lugares a los que antes viajábamos los poblanos con frecuencia y a los que empezamos a dejar de ir o al menos a dejar de ir con la frecuencia y la confianza de antes.
Pero en Puebla no pasaba nada, así se nos decía, así quieren seguirnos diciendo. Puebla era una ciudad segura, de las más seguras del país. Así lo afirmaban y así también lo repetíamos cuando alguien de otro lugar nos visitaba y hacía la pregunta inevitable por la seguridad porque los medios nos transmiten el miedo todos los días, nos informan de cosas que generan miedo, nos ocultan otras cosas para evitarnos más miedo sin darse cuenta de que con eso nos generan un miedo mayor.
Hasta que de pronto nos tomó por sorpresa el miedo, empezó a inundarnos el miedo, a apoderarse de nuestra tranquilidad y a monopolizar nuestras conversaciones.
Porque día con día, semana con semana, cada vez con más frecuencia los hechos violentos empezaron a ser cosa que sucedía en nuestra colonia, a unos metros de nuestra casa y no a kilómetros de distancia. Porque las víctimas de la violencia empezaron a tener rostros e historias conocidas y dejaron de ser compatriotas abstractos, seres humanos lejanos a nosotros. Porque ahora es la vecina, la mamá del colegio en el que trabaja nuestra esposa, la tía de alguien cercano, un matrimonio amigo, la madre de alguien con quien trabajamos, el hermano o el padre de quien nos vende un producto o nos presta un servicio, la prima o tal vez uno mismo.
Vivir con miedo es nuestra nueva condición como habitantes de Puebla y la nueva condición de quienes habitan muchas ciudades y poblados del país que antes eran sitios tranquilos, lugares donde se podía confiar en los demás, espacios donde se podía transitar en auto o a pie, entrar a un banco sin temer ser asaltado o secuestrado ya no por ser rico o tener un auto o una casa ostentosa sino simplemente por ser un ciudadano común y corriente pues como afirmó recientemente el nuevo titular de la Comisión Nacional de Seguridad, el delito de secuestro ha crecido un veinte por ciento en el país y como comentó el Coordinador Nacional Antisecuestro, Renato Sales, los delincuentes ya no hacen distinción ni pretenden en un secuestro o extorsión cantidades muy altas de dinero.
Hoy vivimos con miedo y las autoridades parece que no son sensibles a esta condición. Porque mientras vivimos con miedo quienes gobiernan siguen pensando en obras espectaculares o en cubrir de concreto todas las calles de la ciudad al mismo tiempo en lugar de centrar sus esfuerzos en proporcionar seguridad a los ciudadanos que es una de sus responsabilidades fundamentales.
Y el miedo hace que no se reaccione o que no se reaccione adecuadamente, el miedo hace que no se siga adelante porque paraliza y aturde nuestra capacidad de emprendimiento, el miedo nos divide, nos hace actuar con desconfianza mutua, nos impide construir comunidad.
Entonces creemos que la salida es cerrar nuestras calles, vivir en fraccionamientos que son como ghettos dentro de ghettos separados por casetas de vigilancia. Sin embargo estas murallas y casetas, reacciones del miedo, sirven de casi nada puesto que la delincuencia sigue actuando dentro de estos espacios de aislamiento y supuesta seguridad.
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