Puebla, rastreo del ayer
Por Filadelfo Gayosso Ríos
Una vez planeado viajar por la Sierra Norte de Puebla recurro a narrar sucesos de la tercera década del siglo XX en la región. En forma retrospectiva tomo el lugar de cronista por falta de titular. Si decide leerme, gracias. Ofrezco llevarlo por lugares marginados hace casi cien años. Han progresado y gozan del esplendor que les brinda ser conocidos como Pueblos Mágicos y/o estar integrados en la Sierra Mágica
Sigo la vox populi, vivir para contarla. Aquí estoy. Transmito vivencias. Soy convencido que en el teatro de la vida todos los papeles son importantes. Actúo como conejillo de indias para sacarle jugo a la vida, igual que a los limones a precio de oro en la cruzada contra el hambre. Trabajo con alegría y sus resultados sirven como examen neuronal de estudio a, mi médico y sobrino, Hugo.
La ida de coterráneos me otorga el derecho a ser y hacer tradición oral y crónica. Para no perder la costumbre de montar me bajo de mi macho y lo hago en mis ideas, visitaré los pueblos mágicos de Xicotepec, Villa Juárez hasta 1962, y Pahuatlán. Puertas de entrada, por veredas centenarias de la ingeniería de gobiernos originales, a Tlacuilotepec.
Las ciudades y villas de ayer y hoy absorbieron a los pueblos de antaño, sólo están en las entrañas de su historia.
Valga desarrollar el tema para dejar en paz por unos días, sentado en mi escritorio, a don Quijote de la Mancha. Sabedor de que volveré por sus consejos, dados a Sancho Panza sobre el arte de gobernar… Después ocuparé el espacio para enviarlos con dedicatoria “a los más necesitados”, los nuevos y viejos personajes del servicio público.
La región, como el estado, refleja progreso natural y no necesita comentario. Ya en plena sierra, tras admirar la grandeza de Huauchinango, contemplo el pueblo mágico de Xicotepec, hoy empeñado en dar a conocer en su feria anual, los avances culturales que toman relevancia en un gobierno panista que se precia de ser incluyente.
Abierta la primera puerta al oriente de Tlacuilotepec, al poniente espera la segunda en Pahuatlán, otro pueblo mágico. Aquí me detengo lo suficiente para recordar su pasado como pueblo mágico natural y observarlo; llaman mi atención sus bancas de descanso en las aceras de las casas con vista hacia la pared. Lo expreso como cualquier turista, sin ánimo de crítica, ni polémica y sigo camino al Tlacuilo de la tercera década del siglo pasado.
El México rural de entonces calificado de bronco transitaba entre el olor a pólvora y el abuso caciquil de supuestos o reales revolucionarios y en las iglesias los fieles apoyaban el pago de la expropiación petrolera. Ahora en la senda del progreso se habla de los alcances de la droga y cosas por el estilo.
Una vez instalado en Tlacuilotepec desenvolví la vieja crónica de una Semana Santa guardada en la mente. Santos Varones cargaban en andas a Jesús coronado de espinas y a mí, Simón Cirineo, que olvidado de mi papel, me divertía mirar los vistosos trajes de los demás actores, incluido Judas Iscariote sonando al Señor las treinta monedas cobradas por su traición.
Yo no consideraba el hecho del por qué el sacerdote había asignado el papel a un asesino. El Judas. el sábado de gloria perseguían a la gente con ramas de chichicaxtle, ante el júbilo o el disgusto de los involucrados.. En aquél año no hubo protestas ni balazos todos estuvieron, en aparente paz y alegría.
Con el párrafo anterior pongo punto final a la ocupación robada al ayer. Le sugiero hacerse de las invitaciones que circulan sobre las ferias de Xicotepec, Pahuatlán y Tlacuilotepec; y determine el lugar para vacacionar el próximo año. En contraparte escuche las palabras y mire el quehacer del Papa Francisco en El Vaticano.
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