Los indígenas que se volvieron narcos

Antes en la Sierra de Chihuahua se sembraba maíz, pero ahora se siembra marihuana; hace años se corría por deporte, ahora para cruzar droga hacia los Estados Unidos. Los narcotraficantes contratan a los jóvenes tarahumaras para que crucen la droga hacia tierra estadounidense, mientras que a los tepehuanes los han convertido en sus sicarios. Del otro lado de la frontera, los indios americanos son los encargados de guardar la droga. Foto: Francisco Servín

Antes en la Sierra de Chihuahua se sembraba maíz, pero ahora se siembra marihuana; hace años se corría por deporte, ahora para cruzar droga hacia los Estados Unidos. Los narcotraficantes contratan a los jóvenes tarahumaras para que crucen la droga hacia tierra estadounidense, mientras que a los tepehuanes los han convertido en sus sicarios. Del otro lado de la frontera, los indios americanos son los encargados de guardar la droga. Foto: Francisco Servín

Luis Chaparro*

@LuisKuryaki

Antes en la Sierra de Chihuahua se sembraba maíz, pero ahora se siembra marihuana; hace años se corría por deporte, ahora para cruzar droga hacia los Estados Unidos. Los narcotraficantes contratan a los jóvenes tarahumaras para que crucen la droga hacia tierra estadounidense, mientras que a los tepehuanes los han convertido en sus sicarios. Del otro lado de la frontera, los indios americanos son los encargados de guardar la droga.

Sobre la tierra rojiza que recorre los estados fronterizos entre México y Estados Unidos, existen poblados que han intentado conservar sus costumbres a través de cientos de años. Pero de un tiempo para acá las cosas han cambiado: el negocio de las drogas ha manchado todo.

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La comunidad tarahumara (“el de los pies ligeros”, en su idioma natal) ha visto decenas de capos formarse en sus tierras. Siempre son el mismo hombre: un joven codicioso con ganas de superarse, de dejar el campo atrás y convertirse en “empresario”.

Quienes lo logran siempre regresan a ofrecer algo a la comunidad. Llevan dinero y ciertos lujos a sus familias y vecinos, sólo por los viejos tiempos. Pero sólo Joaquín Guzmán Loera, El Chapo —líder del Cartel de Sinaloa—, regresó de una manera tan agridulce: a ofrecer trabajo, pero también muerte y esclavitud.

Desde Ciudad Juárez —en la frontera entre México y Estados Unidos— hasta Creel —el primer poblado tarahumara en el sur de Chihuahua— hay un viaje de poco más de seis horas en auto, entre curvas sinuosas y paisajes llenos de breves asentamientos y sembradíos interminables.

Después de que las grandes ciudades devoraran sus tierras, y el olvido de los apoyos a la agricultura por parte de los gobiernos, era sólo cuestión de tiempo para que un hombre los explotara sin que ellos tuvieran opción. Desde que comenzó la guerra de los cárteles por apoderarse de territorios clave para la siembra y la distribución de narcóticos, es la droga la que da de comer a una gran parte de estos indígenas.

Apenas en la entrada de Creel, las sirenas de cuatro patrullas de la Policía Federal instaladas en un retén violentan el tranquilo paisaje boscoso. Pero tras pasar la revisión de rutina la calma ancestral regresa y me dirijo hacia la plaza principal, frente a una iglesia y al lado de un hostal para extranjeros.

Ahí encuentro a Bernardino, un joven tarahumara que accede a platicar conmigo. A pesar de no estar ataviado con sus ropas tradicionales, el rostro recio delata su origen: los ojos rasgados y profundos, una nariz ancha y los labios secos, apretados hacia dentro.

Lo saludo y atina a decirme “buenas tardes” en un español golpeado. Mientras el Sol cae tras las montañas verdes en las que termina la única avenida, Bernardino me cuenta que tiene 17 años y que su abuela vive unos kilómetros arriba sobre la montaña. Me dice que hasta donde él sabe, ella siembra maíz y no marihuana. Le pregunto que dónde están los que siembran marihuana y su respuesta salta hasta los dueños de la droga.

—Aquí andan las trocas de narcos. Luego, luego se ven. Andan ofreciendo jale a puros chavos.
—¿Qué tipo de jale? —pregunto.
—De burrero.

Los burreros o costaleros son la fuerza bruta del “tráfico hormiga” de droga hacia los Estados Unidos. Son personas que cargan costales o mochilas llenas de marihuana o cocaína por todo el desierto hasta algún lugar en el vecino país. Se les llama burreros porque cargan los costales sobre el lomo, como burros.

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