Cuando huir es la única opción
Por Vania Pigueonutt
Agosto con lluvias, hay relámpagos.
Ernestina reposa en una silla de plástico resquebrajada mientras siente el frío suelo con sus pies descalzos. Separa sobre su falda, que le trasluce el dolor, los documentos de su familia. Saca de un sobre azul: actas de nacimiento, curps, algunas boletas de escuela; se asoman recibos de luz, pagos de Elektra. Está muy apurada.
– Ahorita, ya cada quién la va agarrar por su lado. Les voy a dar sus papeles a ellos. ¡Va! Yo me voy a quedar con los niños, pues- me dice con tono cantado, mientras sus nietos, nueras y sobrinos comen pan dulce en el piso de un albergue temporal que se convirtió en su hogar. Se soba la herida de su pierna derecha y esboza lo que parece una sonrisa.
La Comisaría de los bienes comunales de Tlacotepec, municipio de Heliodoro Castillo, en la sierra de Guerrero (a dos horas de la capital Chilpancingo), es su casa desde hace cinco días. Las paredes húmedas, cuarteadas y altas del salón de unos 100 metros por 70, la hacen sentir como en una fiesta de la que ya se quiere ir. Come en el suelo lo que le llevan. Algunas veces huevo en chile; otras, arroz con frijoles y mucho pan. Allí la solidaridad se demuestra con pan.
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