El diablo se desnuda a la moda o de la necesidad de tolerarnos
Para los gourmets, con cariño
*Por Cuauhtémoc Jiménez Moyo
La espectacular inauguración de los juegos olímpicos de París 2024, se vio opacada para muchos por la representación de la última cena que hicieran un grupo drag por considerarla blasfema.
Algunos dicen, defendiendo la representación, que no se trató de la última cena sino de una bacanal. Los ofendidos no aceptan tal aclaración. No es de mi interés hacer ninguna precisión histórica ni teológica al respecto, lo que se busca en este artículo, invadido por un espíritu olímpico que hermana a los distintos, es sugerir una salida ética.
En un mundo tan interconectado y multicultural como el nuestro, es imposible (e indeseable) que haya creencias válidas para todos. En este contexto, es perfectamente entendible que algunos grupos rebasen, en algunas ocasiones, los límites de la tolerancia de otros grupos. Esto es porque estamos acostumbrados a tolerar lo que no afecta nuestras creencias. Vamos: se tolera a quienes le van al América o a quienes se tatúan, porque en realidad no nos importa. Sin embargo, lamentablemente para muchos, esto no es tolerancia. La tolerancia, de acuerdo con el filósofo mexicano Fernando Salmerón, es un acto que no se impide a pesar de que lastima nuestras convicciones. Es decir, se tolera lo que duele. Se tolera lo que encabrona, pues.
Yo mismo, a pesar de no ser católico ni cristiano, considero que fue un exceso, una provocación innecesaria en un marco de deportividad, sin embargo, mi opinión no importa. Para millones de personas en este planeta se trató de una ofensa a sus creencias y yo estoy de acuerdo con ellas. Sin embargo, me pregunto si se trata de una ofensa inaceptable. Y la respuesta es que no. No es inaceptable. Por qué. Porque las personas que no son hombres, blancos, heterosexuales, católicos y occidentales, han sufrido algún efecto negativo del uso de principios cristianos, por ejemplo, negándoles la validez de su ser. Eso sí es inaceptable.
La salida ética que sugiero, aunque sé que es un sueño, una utopía olímpica, es considerar privadas nuestras creencias religiosas, no generalizables ni universalizables. Se me viene a la mente la idea de mayoría de edad del filósofo francés Camus que puede encontrarse en su extraordinario libro El mito de Sísifo: Albert pensaba que, si tu comportamiento no respondía al estímulo del cielo o al castigo del infierno, es como si llegaras a una mayoría de edad espiritual. Yo creo que espíritus como los de Camus son casi inalcanzables. Yo sugiero una mayoría de edad espiritual menos radical: pensar tu religión circunscrita a tu hogar. Quizá si no pensamos que nuestras creencias religiosas son las verdaderas creencias, si toleramos las creencias diferentes, aunque éstas nos lastimen, podremos vivir y convivir mejor.
*Académico de la Universidad Veracruzada y miembro del Observatorio Maradoniano del deporte
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