Hombres nuevos salvando el futbol
Por Cuauhtémoc Jiménez Moyo*
Una amiga de Orizaba, Veracruz, me pregunta, ingenua, si conocía una escuela de futbol para su hijo de 10 años que fuera mixta, antirracista y antimachista. Me quedo unos segundos pensando pero sé de sobra la respuesta: esas cosas no existen. El futbol está secuestrado por una masculinidad hostil, inmadura, violenta y enfermiza. Una masculinidad tóxica, por usar una palabra de moda.
Quienes practicamos este deporte sabemos desde hace tiempo que estamos en un terreno literalmente peligroso. Cada fin de semana vamos a practicar el deporte amado con el temor de que haya bronca. De protagonizar una entrada que ofenda al contrario y sea el origen de una pelea que incluya puñetazos, piedras, botellazos, armas blancas o hasta pistolas. Se necesita ser un poco inconsciente para seguir practicando este deporte rodeado de violencia verbal y física.
Cada partido de futbol, desde el que vemos en los barrios hasta el más profesional en cualquier cancha del mundo, es un laboratorio donde se experimenta la peor masculinidad existente. Los partidos protagonizados por niños, por ejemplo, son un espectáculo tristísimo. No por la calidad de los partidos, claro, sino por la actitud de los papás que es aprendida, obviamente, por los pequeños. Gritos constantes desde donde se encuentran las porras dirigidos a los hijos, regaños, malas caras: “corre más; no te dejes; pégale tú también”. El fucho es algo tan maravilloso que increíblemente hace que muchos niños quieran seguir sujetos a esa presión tan hostil cada partido en lugar de simplemente dejarlo. Muchos descartan, claro. He sido testigo de peleas entre padres en juegos de niños. He visto pequeños llorar mientras sus padres se golpean afuera de la cancha.
Y la violencia no es exclusiva de hombres. Aunque en mucho menor grado, se observa también a mamás mentando madres al árbitro y regañando a los pequeños. En los juegos de adultos he podido recopilar una antología de insultos proferidos por mujeres: “chin-gatumadre árbitro pendejo; no seas puto; pareces vieja”. Pero el problema de la violencia en el futbol es un asunto sobre todo de hombres. Y quienes debemos comenzar a hacer algo para rescatarlo somos los hombres.
Después de fracasar en el mundial, el cuerpo técnico encabezado por el Tata Martino regresó a México y los insultos de los aficionados no se hicieron esperar. Comenzaron con un exigente: “la afición quiere respuestas” hasta concluir con un violento: “Tanto que se te dijo, basura”. Gran parte de la afición no establece límites a su estupidez. Los hinchas mexicanos se han hecho famosos en el mundo por su grito homofóbico a los porteros contrarios. “Es parte de nuestra cultura”, dicen algunos, intentando justificar lo injustificable.
Como amante de este deporte, me pregunto si estamos condenados a ser testigos de su constante degradación. A despedirnos del placer de correr tras una esfera rodante y controlarla con clase, porque nos interesa más la salud mental de nuestros hijos y nuestra propia integridad. Quiero pensar que no. Que el futbol puede servirnos de pretexto para repensar nuestras masculinidad y salvar a este hermoso deporte. La masculinidad que está matando al futbol es la que exige al hombre ser fuerte, superior, independiente, insensible, sin miedo. Como hombres, crecemos creyendo que este modelo es natural. Pero no lo es. Es una construcción social que nos ha condenado a ser inseguros, insensibles y violentos. Ya no nos sirve este modelo. Entendámoslo de una vez: ese masculinidad nos hace dependientes, inseguros; nos enferma porque traemos guardados dolores y lágrimas que no expresamos ni tratamos por responder al estereotipo de hombre fuerte; nos vuelve seres peligrosos, para nuestras esposas e hijos; nos vuelve patanes, pues. Y somos mucho más que eso (o al menos podemos serlo). Por el bien del futbol y de nosotros mismos debemos tirar a la basura ese modelo de masculinidad. Porque, en realidad, nos convierte en seres extremadamente frágiles, pues una vez que un hombre formado con ese modelo se siente amenazado se vuelve irracional y violento, incapaz de compartir sus sentimientos.
Quienes amamos este deporte sabemos que hay un tesoro en el rectángulo verde, que es un espacio donde el arte puede expresarse: parar el balón, hacer un caño, filtrar un pase al horizonte donde llegará tu compañero, correr alegremente tras un contrario veloz. El futbol puede ser también terapia: dos horas jugando te pueden ahorrar una semana de ansiedad. Gracias al futbol mi infancia fue digna y feliz. Gracias al futbol tengo amigos incondicionales. Gracias al futbol he llorado de felicidad. ¿Vale la pena hacer algo para que lo más bello de este deporte prevalezca?, ¿es de verdad tan importante una masculinidad que nos hace estúpidos? Son preguntas que comparto con todas y todos ustedes. Para mi las respuestas son muy sencillas: el futbol requiere de hombres nuevos, más allá de bravucones, hombres sensibles y preocupados por su prójimo, hombres que cuiden a sus compañeros y a sus adversarios. Fuertes sí, intensos sí, pero también maduros y conscientes. El futbol (y el mundo) necesita hombres nuevos.
**Licenciado en pedagogía y maestro en filosofía. Docente de la Universidad Veracruzana Intercultural
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