Experimentando el Mundial. Mediaciones, sensibilidades, opiniones
Por Homero Ávila Landa*
Si bien el mundial de futbol nos une como audiencia global, la experimentación del mismo es múltiple por razones varias; desde condiciones como nuestra pertenencia a una clase social, a una generación, a un género, a una localidad o región, a una etnia, a una tradición deportiva familiar, barrial, nacional, y a las combinaciones posibles de todo ello. En el actual horizonte histórico y cultural, experimentar el mundial también está en relación con los canales por los cuales podemos “disfrutarlo”. Si bien son miles de decenas los mexicanos que han asistido a Qatar, somos millones los que presenciamos el mismo por las diferentes opciones provistas por la carrera tecnológica -y sus combinamos- y según posibilidades: lo vemos en grupo de familiares y amigos por televisión, o individualmente seguimos sus detalles (y no sólo los juegos, sino todo lo que hay alrededor del espectáculo) mediante las redes sociodigitales de nuestra preferencia. Esto hace que seamos un tipo de audiencia, digamos, integral; pues intercalamos opciones tecnológicas a la mano para no perdernos el Mundial, incluso para ser parte del mismo como audiencias.
La simultaneidad como consumidor cultural es el modo natural vigente de ser seguidor de futbol (o cualquier otro deporte o asunto social). Mientras el México-Argentina lo vi con familiares y amigos (mientras al mismo tiempo lo comentaba por WhatsApp y revisaba páginas deportivas en Instagram y Twitter), el México-Arabia Saudita lo vi en la chamba, gracias a una plataforma digital, y seguí comentándolo por WhatsApp. Aunque en ambos casos la materia base es la emoción del juego, en gran medida esa extenuación física, ordenada y pocas veces esa fiesta que aún chispea Brasil, hacen que la experimentación de los juegos sea muy distinta. No es igual la recepción con presencia de más espectadores, que la apreciación en aislamiento, ni es igual el grito compartido que el grito ahogado en el ecuánime ambiente laboral; y no es lo mismo la identificación compartida entre la euforia, las chelas y las carnitas, que la intimidad silente (profundizada por el uso de audífonos) apenas salvada por el servicio de WhatsApp que permite comentar jugadas y situaciones de los juegos. Ello configura de forma específica (en esta era tecno-posmoderna) las dimensiones espacio-temporales de la vivencia mundialista (de la vida social de hecho), a un tiempo fijas y flexibles, presenciales y virtuales, cercanas física y cibernéticamente.
Frente a Argentina debí posponer el grito por la falta de goles tricolores, aunque jugué (lo jugamos todos, vestidos de verde y emocionado a tope) mi rol de fanático con familiares y amigos; frente a los árabes debí silenciar el festejo, si bien el golazo de Luis Chávez lo ameritaba, pero estaba en la oficina. En colectivo, el performance es de alto compromiso emocional, energético, gestual, corporal, y el nivel de lealtad pública es ineludible; en aislamiento, todo ocurre dentro del cuerpo y en relación con la computadora o el teléfono; en ese estado insular nada sale, excepto algunos gestos, quizá sacudir la cabeza cuando los goles en fuera de lugar apagan la alegría; la muerte del gesto público nutre al cyborg mundialista. En compañía siempre es mejor que sin ella. Cuando no es posible del primer modo, la alternativa para ver unos cuantos juegos (cada vez menos debido al costo del acceso a las plataformas televisivas) ha estado en la supercarretera electrónica que perfora el lugar del trabajo y su reclusión física al permitir el consumo de material visual y audiovisual allí donde haya señal y terminales, y al permitir la comunicación instantánea. Lo que iguala, acerca o mezcla el tiempo de descanso y de vida familiar con el del trabajo y la vida productiva, son las TICs; mismas que borran uno y otro lugar y tiempo, pero no las responsabilidades inagotables.
Sin duda, la mensajería instantánea es una opción sinigual provistas por esas tecnologías de la información y la comunicación, que en el caso de la comunidad futbolera a la que pertenezco, nos ha permitido unir lo que de otro modo no habría ocurrido: mi/nuestra condición de fanático 24/7 en periodos mundialistas. Si la sociedad actual -tan innegablemente cansada, de tareas inacabables, con compromisos que al finiquitarse se reproducen, carente de tiempo de descanso real- cada vez más boicotea el encuentro cara a cara, a cambio provee de canales comunicacionales que permiten que, entre amistades de otras ciudades y países, demos puntual seguimiento a los sucesos mundialistas.
Así, mi relación social existe aunque no nuestro contacto físico; pues escasamente nos encontramos; y nuestra identidad futbolera se refuerza porque continúa y crece porque interactuamos más que antes, aunque nunca disfrutamos un juego juntos y por ello no recreamos con la frecuencia pasada el psicodrama del fanático sufridor, tan mexicano, o que en los mexicanos es muy agudo por contar con una selección tan pálida, aunque por ratitos muy arrojada, pero siempre poco contundente. La con/vivencia mundialista es entonces múltiple, la más de las veces posible por las TIC’s; y es parte de la nueva realidad virtualizada, que además nos ha hecho opinar y escribir más, entrar en más diálogos, debates y redes, y de algún modo nos impulsa a ser más participativos en la aldea digital.
Otras mediaciones de la experiencia deportiva
Otra forma del ser fanático/audiencia mundialista tiene que ver con la recepción de discursos deportivos. Puede ser interesante preguntarse sobre cuál es el rol de los expertos del universo mediático deportivo hoy, en un ambiente social, o mejor, sociodigital en el que los aficionados tecnologizados también “informan”, ofrecen su opinión, o cuando menos proveen de otras miradas y otro material audiovisual, al mismo tiempo que lo hacen las televisoras antes fuentes concentradoras de “información” de todo lo mediático.
Era post expertos deportivos. Antes había los llamados especialistas del tema deportivo; en la historia de la radio y la televisión mexicana tuvimos a Enrique Llanes en el caso del box y la lucha; a Antonio Andere y Sony Alarcón, refinados narradores del box y conocedores de ese deporte; a Fernando Marcos en el caso del futbol; al incomparable Pedro “El Mago” Septién en el béisbol; entre otros. En los 70 -ya instalada la televisión como medio masivo de comunicación determinante- surge DeporTV en el “canal gubernamental: XHDF Canal 13, de Corporación Mexicana de Radio y Televisión, que posteriormente se transformaría en Imevisión y actualmente TV Azteca”[1]. Ese programa, de algún modo definió un estilo y el formato de periodismo deportivo (inteligente, crítico, visionario, agradable, y hasta humorístico cuando El Güiri Güiri marcó la unión entre humor y deporte) que, aún pervertido por las privadas Televisa y TV Azteca, es posible verlo en algunos programas de la televisión por cable o de paga que pueden verse en México.
Además de esa comunicación vertical (de arriba abajo; definida por las políticas comunicacionales de las empresas televisivas), hoy podemos contar con esas micro-narrativas vehiculadas por Tik Tok, Instagram o Facebook, y por el pan-lenguaje meme; lo que hace cuestionar el valor y el sentido de los especialistas deportivos que empleaban largas horas para discutir una jugada. Los reels y los videos cortos grabados/producidos por cualquiera que tenga un teléfono inteligente y sea testigo de cualquier cosa que le parezca interesante, chistosa (de buen y de mal gusto), valiosa, puede generar contenido para informar, compartir o auto-promocionarse, y se constituyen así en otro tipo de oferta en el mercado digital. De esa naturaleza hemos tenido innumerables “impresiones” de Qatar 2022. Esta alternativa desenfadada, espontánea, descuidada, natural, desde luego lejana del formato cuidado propio de la producción televisiva, también suma a las mediaciones que nos componen social y comunicacionalmente.
También ellas nos han provisto del ambiente mundialista mexicano en Qatar; hacen parte de la ecología de medios que diversifican los “informes” sobre el mundial; y todo, gracias a la tecnología móvil generalizada entre los asistentes al evento deportivo del año. Así, los reels nos detallan, o nos proveen de otro ángulo de los aconteceres dentro y fuera de los estadios.
Ya sea por televisión abierta o por redes sociodigitales, llama la atención ese fenómeno de zombis verdes deambulando en una especie de ciudad-escenario-gueto catarí; gracias a esos videos cortos los vemos dar vueltas sin cesar o yendo y viniendo en unas calles que siempre parecen las mismas; rúas que semejan corredores comerciales para apartar a la fanaticada global de zonas céntricas y populares. Los zombis no dejan de mostrar una única conducta: el rebane, el desmadre que harta hasta a quienes lo vemos por tele/redes; infinitas las ganas de cantar, bailar, bromear, de no parar el castre.
¿A qué van los mexicanos a los mundiales? ¿A ver ganar al Tri? Por la poca competitividad histórica de nuestra selección, más pareciera que los connacionales van a tratar de, sí o sí, ser vistos; también a pasear, a conocer, a decirle al mundo “aquí estamos y somos chingones por nuestro ser relajiento a toda prueba” (¿?). Y para ello, la estrategia es mostrar el humor, simple o pesado, más popular y clasemediero que de élites; tratar de ser los fanáticos más reconocidos pare imposible sin una buena selección, pero aun así, la lucha se hace… También se va, quiérase o no (y seguro no se quiere), a pasear la orfandad ante una genealogía deportiva carente de un 5°, y ya de un 4° partido, y a exhibir la abismada depresión apenas salimos de competencia.
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/DeporTV
**Titular de la Coordinación Universitaria de Atención Estudiantil de la Universidad Veracruzana
No comments yet.