El problema del 10: fútbol y desolación
Por Carlos Rojas*
Meses antes del inicio de Qatar 2022, en un medio de comunicación argentino se citaba una observación de Oliver Bierhoff sobre el contexto del fútbol alemán: “necesitamos volver al fútbol calle”. La observación se basaba en la especie de debacle que vive actualmente la selección teutona, eliminada en fase de grupos en los últimos dos mundiales (Rusia 2018 y Qatar 2022).
Todo al parecer termina de confirmar que en las últimas décadas hemos vivido un excesivo proceso de tecnificación futbolística que hoy levanta sospechas. A la estandarización de procesos formativos, de privilegiar el desarrollo físico de los jugadores y de hiperespecializar el planteamiento táctico, se presenta una defensa de la espontaneidad del genio, del cultivo de las individualidades, de lo vernáculo.
Durante la fase de grupos de este mundial, mi amigo Rubén Azcoitia me habló del reciente libro publicado de José Carlos Móvil Avendaño sobre Juan Román Riquelme, titulado: De Riquelme a Messi. Intercambiamos algunas impresiones al respecto, sobre todo la teoría de que Argentina, en el último medio siglo, ha visto dos modelos de 10: Bochini enfrentado a Maradona, y Román a Messi.
Los “Bochas” son aquellos dieces que preferían una asistencia al gol y que no son recordados precisamente por conducciones vertiginosas de 30 o 40 metros eludiendo jugadores y soportando hachazos. Aunque son ídolos, no comprenden el sentido del éxito y se caracterizan por un temperamento taciturno, predican a través de la ironía.
Los “Maradonianos”, sobra decirlo, son épicos. Representan el prototipo del individualismo y su alimento es la adversidad. Tienen una estrecha identificación con las masas y generan símbolos. Tienden a la polémica y son generalmente zurdos. El oprimido mundo lee el fútbol a sus hombros.
Frente a esta dupla, el modelo Román es una especie de superación del bochinismo. Se trata del “último 10”: juega adelante del 5 en un 4-4-2 clásico, cobra todos los tires libres, lidera las asistencias, es pisador, tiene caños memorables, nunca pierde una pelota, le cometen todo tipos de faltas y le importa un pito correr.
Hay una jugada mítica de Román donde hace que recibe de espaldas y deja pasar el balón con un pronunciado y falso toque de primera. El balón corre y pasa entre las piernas del central para dejar solo al delantero de Boca, quien lo recibe y erra el disparo… El estadio enmudece. Nadie le reprocha su fallo al delantero. El magnetismo de la jugada de Román, quien sólo ha dado dos pasos, ha sido incontenible.
Como una suerte de aforista, Román desafía el sentido común de los entrevistadores y las ruedas de prensa. Su parquedad, su habla pausada, su agudeza y su mirada de pistolero mantienen prendido el fuego del futbol calle. Su desprecio por la tecnología y su reivindicación del asado lo reubican hoy como un enganche de lo subalterno, un narrado antihegemónico.
Messi, por su parte, se enfrenta directamente con Maradona. De baja estatura y zurdos, ambos son el epítome del talento, expresan la Modernidad, dividen en cualquier conversación las opiniones sobre lo que significar “ser” el mejor y comparten el eterno debate sobre su primacía con delanteros como Pelé o Cristiano Ronaldo. Al paso de los años, tal vez el inicio del fútbol en el siglo XXI se ubique con el debut de Messi en 2004, cuando recibe la estafeta del 10 en Europa con una asistencia de Ronaldinho.
Messi es extraño porque es un jugador Nike que utiliza Adidas (su primer gol lo marca con unos Tiempo). Esta ambigüedad identitaria se explica por el mercado: mientras Cristiano Ronaldo acapara el modelo de negocios de la empresa estadounidense y Puma traza un vínculo entre Pelé y el sentido del 10 a través de Neymar, Adidas necesitaba tener a Messi.
El 10 de Argentina hoy combate contra todos los demonios de su cultura: un jugador que radica en Europa sin sentirse europeo, un 10 que ha ganado todo excepto la Copa del Mundo, un jugador sin participación política en uno de los países con mayor movilización, un posible reemplazo del maradonismo para una Latinoamérica que añora cuando piensa en el futuro. La tradición lo impulsa, pero se le muestra ineludible. No existe defensor para Messi, como todos los entrenadores del mundo lo han confirmado. A Messi lo detiene la historia.
Hay equipos donde la figura del 10 se distribuye entre varios de sus jugadores. Pienso por ejemplo en la selección española que salió campeona del mundo en Sudáfrica 2010, una selección con cinco dieces, como la de Brasil del 70. Xavi e Iniesta eran un tipo de 10 muy cercano al “Pibe Valderrama”: lectura de juego privilegiada, agudo sentido de la posesión de balón, dominio absoluto de pases filtrados, asistencias insospechadas. Sólo su falta de exotismo les impidió ganar un Balón de Oro.
En esa selección, Villa, que utilizaba el 7, era el máximo anotador de la Furia, el modelo del 10 goleador. Busquets era literaria y matemáticamente un 10 repartido en dos, jugaba de doble 5, “confundiendo al mundo”, como ha dicho Román. Y el silencioso 10, como todos recordamos, era Fàbregas. Todo esto confirmaba las observaciones del historiador Mauricio Tenorio-Trillo, quien veía en el futbolista catalán una mezcla de visión periférica y buen chamorro.
En México, el panorama aún no es claro con la figura del 10. La sombra de Cuauhtémoc Blanco es alargada y pesa. Giovani Dos Santos no se consagró con este número en Brasil 2014 y en Rusia 2018 nuestro 10 era Carlos Vela, quien portaba la 11.
La alineación de moda en Qatar 2022, el 4-3-3, está marcada por las tendencias del fútbol europeo y promueve sobre todo un tipo de 10 que juega de extremo izquierdo, a lo Mbappé. Alexis Vega jugó de esta manera y el resultado fue lamentable. No hubo diferencias cualitativas, no hubo desparpajo, no hubo liderazgo, no hubo magia, no hubo excentricidad, no hubo ni siquiera goles. El 10 de México se limitó a transmitir fervor y se vivió por momentos una sensación de vuelta al fútbol calle. Hoy en el país el panorama es desolador y predomina el desconcierto. En Alemania, Bierhoff ha presentado su renuncia.
* Jugador y escritor amateur, me desenvolví en fuerzas básicas como lateral derecho y medio de contención, siempre marcando al 10.
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