¿Somos tontos si vemos el Mundial?
Por Cuauhtémoc Jiménez Moyo*
Cada cuatro años, a la par del evento deportivo más importante para quienes nos gusta el futbol, emerge un conjunto de personas que relacionan la afición por algún equipo nacional con ignorancia y enajenación. Citan 1984, de George Orwell, donde se expone un modo de vigilar y controlar a la sociedad, y se recuerda que uno de los medios para asegurar el control de los ciudadanos, en la novela, es la guerra contra la verdad, a través de los medios de comunicación. El paralelismo entre la guerra contra la verdad de la novela de Orwell y la sobreexposición mediática del mundial de futbol es muy clara: con el mundial se enajena y controla a la gente, se acallan las inconformidades y, finalmente, se mantiene el control y el poder. Observo en redes sociales y en periódicos de circulación nacional, caricaturas políticas y memes que aluden a la enajenación de las masas. Pongo el ejemplo de un meme: sentado en su sala, se logra ver a un hombre con playera verde y sombrero de charro frente a su gran televisor, donde mira un juego de la selección nacional al tiempo que, atrás de su tele, caen bombas. Mientras ves el mundial, ocurre lo verdaderamente importante. No se es consciente de ello porque ves un juego frente a la televisión con una cerveza en la mano. Incluso hay quienes han utilizado la famosa frase de Marx que relaciona la religión con el opio del pueblo, para sustentar la condena a los medios de comunicación y a espectáculos como el futbol, por considerarlos como una nueva droga que impide ser conscientes de la verdad.
Mi intención es driblar esas ideas. Muchos de los que vemos el futbol tenemos un alto grado de estupidez, claro, pero no debido a las razones que ellos aseguran. Porque sus prejuicios están sustentados en dos ideas, a mi juicio, falsas. La primera, que el tiempo es una línea recta, donde los humanos aprenderíamos de nuestros errores hasta llegar a un tiempo pacífico, próspero y sin desigualdad. Occidente sustentó esta visión con las ideas de progreso y desarrollo. El mismísimo Marx abrazó este prejuicio proponiendo una superación del capitalismo con miras a construir sociedades sin clases sociales, más justas e igualitarias. Según él, uno de los impedimentos para que la gente se diera cuenta de la verdad era la religión, que funcionaba como droga. La historia de occidente y el conocimiento de otras culturas nos han mostrado que si bien algunas cosas pueden mejorarse, no existe una mejora sistémica que permita afirmar que se ha superado a generaciones del pasado o a otras culturas ni en términos morales ni políticos. Hemos aprendido, además, que las iniciativas que proponen cambiar todo el sistema han creado otros sistemas igualmente injustos y despóticos.
La segunda idea falsa es que una sola persona es capaz de cambiar las estructuras que condicionan nuestro mundo. Si bien no se niega la capacidad de los sujetos para cuestionar e, incluso, fisurar su mundo y su realidad, solos no somos. Porque la individualidad aislada no es más que una ilusión, como ya nos lo enseñó el sociólogo francés Pierre Bourdieu, pues somos parte de las estructuras, de sus contradicciones. Vivimos en esas contradicciones. Una mujer o un hombre que decide no ver el mundial no termina con la corrupción de la FIFA ni logra que los sueldos de los jugadores correspondan con la importancia de su labor, de la misma manera que un vegetariano no salva al ganado de los rastros. Estamos conectados con desconocidos de otras tierras, con intereses y motivaciones que ignoramos, nuestra propia biografía está sellada con la impronta de la contradicción: Marx no reconoció nunca a un hijo que tuvo con una mujer que trabajaba en su casa cuidando a los hijos que sí reconoció, mientras escribía una de las propuestas filosóficas y morales más admiradas de la historia; Buda abandonó a su familia para lograr la iluminación; un vegetariano, a la par que impulsa nuevos mercados alimenticios, podría estar contribuyendo al monocultivo de soya en Brasil. No hay coherencia absoluta en una persona porque la persona aislada no existe, si somos es en tanto formamos parte de una retícula invisible donde se cruzan voluntades, temores, luchas, amores y muchas cosas más que ignoro.
Apoyar a tu selección, vestirte de verde y vivir con ansiedad los minutos previos a un partido en el mundial se entiende, fundamentalmente, por los vínculos que tienen esos eventos con la infancia (real o imaginada); en muchos casos, además, encontramos una conexión con el padre que nos llevó a un estadio o que jugó con nosotros de pequeños. Es decir, el fenómeno admite también una explicación psicológica. También podría explicarse como una forma no bélica de vivir el nacionalismo, de sentir un espíritu colectivo que no desemboca en guerras sino en un juego de pelota. La interpretación marxista y orwelliana, sin embargo, no contempla que los fenómenos sociales requieren de una explicación integral e interdisciplinaria más allá de considerar el poder central y el control de las masas como base interpretativa. Desdeñar el futbol no hace más consciente a la gente, no hace superior ni intelectual ni moralmente a nadie, en todo caso quienes lo hacen se acercan a personas con las mismas ideas, algo que habla acerca de su identidad más no del valor de su conciencia. Así que, querido lector, querida lectora, si usted forma parte de mi tribu y goza y sufre y brinca y grita por un juego de la selección en el mundial, hágalo sin culpas y sin remordimientos, porque no somos tontos si vemos el mundial, ni dejamos de serlo si no lo vemos.
**Licenciado en pedagogía y maestro en filosofía. Docente de la Universidad Veracruzana Intercultural
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