Los viajes en el tiempo y los mundiales

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Por Cuauhtémoc Jiménez Moyo*

La comunidad científica tiene el consenso de que viajar en el tiempo es imposible, debido a que el tiempo no puede doblarse sobre sí mismo y borrar lo que ya ha sucedido. Para mí, en cambio, la experiencia es posible. Borges amaba conversar con gente que existió hace muchos años. Leer te permite vivir varias vidas, estar en un sitio y en muchos a la vez, cambiar destinos en tu imaginación. Proust nos enseñó que tomar un té puede llevarte a otros horizontes; con un aroma, un tono de voz o una textura puedes viajar en el tiempo. Es posible desafiar las leyes de la física y estar presente en el nacimiento de nuestros padres, en el Big Bang personal, si escuchamos con atención a los abuelos o si interpretamos fotografías.

Los viajes en el tiempo también se personalizan, tienen sello propio. Por ejemplo, en el caso de quienes amamos el futbol, ver los mundiales es una forma de regresar a algunos de los momentos más apoteósicos de nuestra infancia. El mundial de EUA 94 fue el primero en el que tuve conciencia de amar el futbol. En ese entonces tenía 13 años. México tenía un equipazo. Acababan de ser subcampeones de la copa América, cayendo apenas 2 a 1 frente a Argentina. Aquel niño de trece años no tenía idea de la trascendencia social del año 1994 para México. El EZLN, el asesinato de Colosio: acaso un murmullo. Pero reconocía los movimientos de cada jugador titular y suplente de la selección. Sorpresivamente México comenzaba perdiendo contra Noruega, una selección físicamente muy superior, pero torpes técnicamente. En el barrio decíamos que ganaron de churro. La vida en las escuelas y en las colonias de Xalapa, Veracruz, en ese entonces, se detenía con cada partido de la selección. Recuerdo que horas antes del juego decisivo contra Irlanda, mis amigos y yo jugamos una cascarita en la calle aun no pavimentada de la colonia Vanguardia Revolucionaria. Nunca importaba el resultado de nuestras cáscaras y mucho menos de esa. En realidad, estábamos preparando el terreno para ver el segundo juego de la selección. México debía ganar porque luego vendría Italia. La selección ganó jugando un buen futbol. En el tercer partido, la selección de México sorprende y empata contra Italia con un golazo de fuera del área de Marcelino Bernal. Recuerdo que el adolescente que era sintió que la tierra temblaba con el grito de todos. Lo que presenciaba se parecía a como imagino que son los rituales satánicos. La gente brincaba sin ningún tipo de armonía. Los rostros se alargaban como la pintura de Munch. No habitaban pensamientos en mi mente. Ha sido una sensación que me ha habitado pocas veces en mi vida. Si los yoguis consiguen la iluminación meditando, yo alcancé a vislumbrarla con el festejo de un gol de la selección en aquel junio de 1994.

Ahora tengo 41 y una conciencia social y política más compleja que en 1994; ahora me doy cuenta de que la FIFA es una entidad corrupta, que la elección de Qatar como sede del mundial se debió a sobornos multimillonarios, que muchos trabajadores en Qatar laboraron en pésimas condiciones, provocando la muerte de varios sólo para apresurar la construcción de estadios en un país ajeno a la pasión futbolera; que los dirigentes del país asiático promueven principios homófobos, machistas y patriarcales. Pero también me doy cuenta de que la inocencia del juego de pelota se muestra aún. Veo con ternura la ilusión con la que los seleccionados brasileños esperan escuchar su nombre en la lista de elegidos para representar a su país, porque parecen niños esperando un regalo en navidad; las ganas de curarse de Raúl Jiménez para poder tener una oportunidad en Qatar; la mirada de Messi cuando le preguntan por el ansiado torneo que, de ganarlo, lo ubicaría en el espacio más querido del corazón de los argentinos. No lo hacen por dinero, pues tienen de sobra; no lo hacen por la fama, que hasta les pesa ya; lo hacen por un fervor infantil que los regresa al paraíso rectangular donde los ángeles persiguen y acarician un astro esférico.

Espero el mundial con ansias. Si bien México no es un país protagonista en los mundiales, nunca han faltado emociones intensas. No pido mucho. Un gol. Un gol especial. Uno que convoque el grito que trasciende el tiempo y el espacio, que hermane a gente de posiciones políticas contrarias, que borre por un instante las barreras de la edad, de la clase social y del género. Que me haga viajar a ese gol de Marcelino Bernal en 1994, cuando mis amigos brincaban al compás del caos y yo lloraba de alegría. La memoria es caprichosa y es convocada por cosas tan simples como un gol: un gol que conecta al maestro universitario con el niño de mi padre, con el chaval que soñaba con vestir la playera verde con el 10 en la espalda, con aquello que fui y que, en una dimensión en forma de cancha, sigo siendo.

*Licenciado en pedagogía y maestro en filosofía. Docente de la Universidad Veracruzana Intercultural

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